23/10/24

Poema de Alicia Loza

  


Quilmes

 

Sobre el Alto del Rey

descansa

 la Ciudad Sagrada

sus últimos huesos

su linaje

de maíz y algarrobo

de flecha y dardo

de pluma blanca en la frente

 

desde que llegamos

el viento no ha cesado

nos resguardamos

tras unas pircas

custodia

 de piedra

 

apenas asoman nuestros ojos

por esa ventana

los deslumbra el gran valle

los maizales

las represas

las casas y sus patios

entramados

 entre el monte y la puna

que germinaron

círculos de vida

de amor y de guerras

 

el viento no ha cesado

desde que llegamos

 

alguien a mi lado me cuenta

 ese pueblo

debió caminar

y caminar

hasta la orilla

 de un extraño río

muy lejos

con la injusticia

 y el sufrimiento a cuestas

 murió

desterrado

 y enfermo

sin las Plantas de los Dioses

 

todo un

pueblo

con la pluma blanca

 en la frente

 

alguien a mi lado me cuenta

sus almas

regresan en vuelos

 de aves místicas

a recordar su historia

 

el viento

no ha cesado

desde que llegamos

y ahora parece

 planear rasante

sobre la hondura del valle

 

alguien a mi lado

invoca la celebración

de un encuentro

descubre

al costado del sendero

restos antiguos

que cuentan

con su arte de tierra

y de sangre

 de sol

y de luna

los rituales sagrados

que preservaron al pueblo

de la muerte

 

un viento azul se ha posado

sobre el cerro

 

alguien a mi lado me dice

han querido hablarte.

 

© Alicia Loza

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Poema de Majo Bozzone

 


Jadeo del silencio

la noche se cae de mis ojos

exhalo pesadilla

 

© Majo Bozzone

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Poema de Silvia Susana Durruty

 


Sonámbula


Camina indiferente,

la jornada es diáfana.

Ebria, errante, como dormida.

Un extraño  fulgor lanza la mirada.

Camina indiferente. Como sonámbula.

Un auto pasa. Frena a tiempo.

Los niños ríen, la miran asustados.

Tropieza, luego sigue.

Sonámbula, a la luz del día.

Como dormida.

No llora las lágrimas adivinas.

Su mente

          se refugió en un hueco

                       del que no logra escapar.

 

© Silvia Susana Durruty

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Poema de Adelina Lo Bue S.

 

 

LA NAVE

 

Porque nave fui,

soy,

marcando surcos a la ágil fantasía,

al dolor fiel que arraiga.

Un sabor frío

 atraviesa mi estómago, siembra de la vida.

Han muerto mis remos,

                                      otros mares.

Otros mundos ya no existen.

No basta azotar a los sueños,

no basta rugir otros soles;

los trozos se construyen arriesgados en el tiempo.

Solamente hay que esperar la blandura

de las cosas que se debilitan.

Nave enloquecida como león de universo

sangran tus mares un camino distinto de eternidad.

No se trata de vencer la tierra

clavando los ojos que más tarde morirían.

¡Hunde la línea roja… trágico universo!,

siempre hay rincones que poco a poco se abren,

allí será fácil que la nave encuentre ese mundo

central, único, todo amarillo.

Sí, fácil será,

 porque siempre albañiles están construyendo.

Infinito sobre infinito

marcha el hombre detrás del crepúsculo

preguntando ¿es hora de la muerte?

Desmesurada estrella cuya carne

absorbe el dolor de la atmósfera perdida,

¿qué has hecho que no has agotado morir,

en el silencio de la nada,

que rompe los muros de su noche desierta?

Atravesando el mundo,

el corazón se ha hecho astro en la inmensa distancia

que separa la misteriosa incertidumbre.

Sí, fácil será,

porque siempre albañiles están construyendo.

 

© Adelina Lo Bue S.

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Poema de Marcelo Fagiano

 


 

CELEBRACIONES

 

Cada mujer

según la escultura de su talle

el terciopelo de sus ojos

y el balanceo de sus formas más sabrosas

está sujeta a infinitas celebraciones.

 

Cada porción de su universo

necesita de circuitos inevitables:

transgredirlos es una regla de oro.

 

Cada cabellera reclama las manos

que deshilvanen más lentos sus misterios.

 

Cada una es reina de una tensión

proporcional al vaivén de sus caderas.

 

En fin

toda mujer

es un interminable paraíso

cambiante

como las manzanas que se pudren

cuando no las amamos.

 

© Marcelo Fagiano

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Poema de Alicia Márquez

 

 

Me llueve el techo

 

Me llueve el techo. Miro para arriba

porque una gotita me lo advirtió.

Y después otra, y otra más.

Y entonces el techo se llenó de gotitas

que caen sobre los libros de la biblioteca

sobre el sillón y sobre la manga de mi remera.

Me llueve el techo.

Una mancha avanza por el techo

como una maldición gitana,

y el techo me llueve.

Y ya que estamos también me llueve el país,

y me llueve la impotencia,

y me llueve la ignorancia

y me llueven las ganas de ponerme a llorar siglos,

o mejor de gritar desesperadamente

por tantas cosas lluviosas

por tanta tormenta desquiciada,

por tanta indiferencia.

Me llueve el techo.

No conozco techistas

y lo más grave es que

no sé qué techista puede arreglar

el cielo de mi país, que se llueve

de tanta tristeza.

 

© Alicia Márquez

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Poema de Mariel Monente

 


 

La neblina teje

con hilos de agua.

¿Sabe la tejedora

el punto que despliega ese velo?

Agrisa el paisaje y trabaja.

Bajo su manto hojas, insectos,

huevos de ranas.

 

Todo se esconde.

 

¿Sabe la tejedora los hilos

(de sutil quebranto)

necesarios para ocultar la presa?

 

Un chapoteo rompe el silencio

como un aplauso.

 

Hay ojos en el agua.

 

© Mariel Monente

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Poema de César H. Suárez

 

 

Barriletes

 

¿Dónde quedó ese niño?

¿Qué destello de instantes consumió

                   el vuelo de esos barriletes?

 

En leve mayo oscurece un raído almanaque

¿quizás al ocaso estéril de la tarde hecha noche?

O donde acallen las cigarras la templanza de un enero

impío/o en la humedad de los cuerpos

donde perecen los quietos otoños

 

O tal vez

la certera herida sangra

desdicha del tiempo aún carcomido

sobre el reloj ausente

de esas oscuras horas

en tibio vuelo de empedernidos pájaros

 

buscando ese regocijo al cantar del celo

 

O tal vez

 las hojas murmuran la verdad a cuestas

de todos los equivocados horizontes

donde duerme la plegaria de un dios ajeno

que nunca escuchó mis ruegos

 

© César H. Suárez

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Poema de Dolores Pombo

 


ESENCIA

 

mi voz surge

en el eco

de un silencio

que despliega alas

me vuelvo ola

en un mar sereno

contruyo mi mundo

donde el sol y la luna

convergen

soy

sin título

ni dueño

la esencia pura

donde mi ser

emerge

 

© Dolores Pombo

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Poema de Graciela Mitre

 



Mi cuerpo construye

cada noche su vejez

su varita mágica

dibuja con maestría

contornos nuevos

texturas amables

merecedoras

de cuidados especiales

y cuando me levanto

y me observo

asoma otro cuerpo

en mi cuerpo

así soy ahora me digo

así

en este hoy amanecido

 

© Graciela Mitre

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21/10/24

poema de Leandro Murciego

 



Anunciaban mal tiempo,

y dicen los guasos que así fue.

El viento estaba caliente,

como con el Zonda

-pero peor-.

De tanto en tanto,

soplaban desierto,

arena y azufre.

 

Las piedras,

que -como todos saben-

atesoran el silencio y la memoria,

temblaron de desconcierto y miedo.

Las más pequeñas murieron

de cara al sol.

Sus restos se cubrieron

de espuma y sal.

El suelo quedó

regado de conchas

que cantaban su nostálgico

réquiem de mar.

 

Para los infieles

era el prólogo.

Para los otros,

la anunciación,

el presagio tan temido.

Los que acuñaban fe divina

se echaron de rodillas

a canturrear rezos,

a dibujarse apuradas cruces.

Pero no había oraciones ni plegarias

para protegerse de aquello.

 

Dicen que cuando el perdón

es vástago del miedo

ni Él se atreve a darlo por bueno.

 

El cielo se fue tiñendo de furia.

Se fue pintando

con una prisa niña

de las que duelen,

de las que escapan

del blanco de las hojas.

Se fue coloreando de a golpes el cielo

-como antes la tierra lo había hecho-.

Se fue moretoneando y no es verso.

Se fue manchando de rojo sangre,

de sangre venosa, de venas abiertas,

de Américalatina.

 

El cielo se hizo herida,

                           grito,

                           reclamo.

 

Abajo, tembló todo.

 

Un ejército de llamas marchó

a un único paso,

a un mismo rebuzno

-que sonaba a beligerante gruñido-.

Llegaron a romper,

el obligado sosiego,

a recuperar la libertad.

No habían nacido

para ser domésticas

ni siervas

ni esclavas.

Estaban dispuestas

a escupir o silbar todo,

y, de ser necesario,

a defenderse a mordiscos.

 

No sólo para comer se muerde,

también se hace de dolor,

de bronca,

de furia,

y de todo eso.

 

Bajaron las llamas

con el polvo seco

-pegado en la garganta-

de su geografía más íntima

plagada de silencios.

Debieron caminar por filos,

transitar abismos,

y vencer el miedo.

Marcharon sabiendo que la muerte

puede ser el fin,

aunque también un comienzo.

Sabían que de nada sirve

vivir a la espera.

 

En definitiva,

Dios es una promesa

que crece o decrece

con el tiempo.

Y que el tiempo y la fe

son dos embustes

para amansar a los fámulos.

 

Estaban convencidas:

debían salir de su limbo,

de su eterna línea de Karmán.

Habían comprobado

en lana propia

que la orilla del infierno

también sabe quemar.

 

Del otro lado,

cruzando la grieta,

un lobo de oscura corona

y melena revuelta

las esperaba.

En un paisaje sin sombra,

y después de haber resecado

los verdes campos,

regaba con sangre

sus plantaciones

de simeolvides,

mientras una hueste

de cipayos felices

se flagelaban repitiendo

ininteligibles salmos.

 

Las llamas, para ellos,

traían el eco del infierno.

Los elegidos pregonaban

el sacrificio y la guerra Santa.

En algo coincidían:

arder era el destino.

 

El fuego traería la salvación.

 

Solo hizo falta una chispa

para dar inicio a la revolución.



(EL CUENTO DE LOS CRIADOS) 

 

 

© Leandro Murciego

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Poema de Juliana Chacón

 


CONVERSACIONES CON MAMA 


Me entrego y caigo

en ella nuevamente.

Peina mi pelo

recordando tal vez el de mi padre.

Se incendió mi casa, le digo

No tengo nada.

Posa su mano en mí

con liviandad, sobre las flores

una mariposa

libando mi tristeza

Estás viva, dice, Tenés a tus hijos.

Se quemó mi piel

mamá, y ya no tengo cara.

Estoy descamándome.

Yo, anidada así

lo que no podría soportar

es perderla a ella

pero no lo digo.

Agarra mi tembladeral

entre sus manos

en silencio.

Después señala los gajos

en las raíces del jazmín.

Me invita a que excavemos,

los despeguemos del tronco

para transplantarlos en una nueva tierra.

Los cuidaremos.

Hablaremos de ellos

de sus brotes

del perfume que tendrán.

 

© Juliana Chacón

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Poema de Oscar Ángel Agú

 


MUJERES EN LA PLAZA 

 

¿Qué son esas faldas que rondan en círculo?

 

¿Esos pañuelos blancos?

 

Su valentía es una lujuria sin límites

¡Y osan mostrarla al mundo!

Impávidas faldas que se atreven

al paso marcial.

 

Pañuelos flameando nombres.

               Infinitos nombres

que no responden al llamado.

 

Alguien gritó: ¡Presente! Y se sumaron voces.

 

La orfandad de madre   duele

               es un odre vacío de sol

               una noche infinita que fisura la vida.

 

¡Presente! Se clama como anhelo.

 

La ausencia es sinfín.

 

© Oscar Ángel Agú

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Poema de Patricia Bence Castilla

 


OBSERVACIÓN


la noche no es sólo una luna

escondida entre los árboles

son estos ojos

esta mirada que se esconde

y sostiene el paisaje

de tantos bosques florecidos

 

© Patricia Bence Castilla

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Poema de Patricia Alonso

 


EPÍLOGO

 

Anda trashumante

el silencio

floreciendo

en cada hueco de mi cuerpo

como luz difusa otoñal

se yergue por mis muslos

escaras de dolor

se incrustan en mi pecho.

A trasmano

de la vida

voy

desandada

des-asida

vuelo aprisionado

en burbuja de cristal.

 

© Patricia Alonso

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Poema de Pablo Jacinto Carrazana

 


KACHARPAYA (baile/despedida)


¿por qué nos despedimos

con esta melodía

que no parece brotar de los músicos

y sus instrumentos

sino de otro lugar

tan hermoso y tan frágil

como nuestro corazón?

 

© Pablo Jacinto Carrazana

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Poema de Susana Noé

  


Veneno


Sigilosamente

revuelves

entrañas

vísceras

quiebras los huesos

arrancas la piel.

 

Tarde, noche

día,

se ahogan en él.

 

Muerdes.

Chupas.

Sangra el ocaso.

 

© Susana Noé

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Poema de Vanina Suárez

 


Parí un dolor que me apretaba

las costillas desde mis antepasados.

 

Ahora me persigue una melodía

entre jotas y tarantelas,

pero a la par vivo este puerperio

con alivio.

 

El ADN tiene memoria;

por eso

arrastramos tantas cargas foráneas.

Y mientras me hundo en las arrugas

refloto las astillas de ellos

para enterrarlas en la tierra

        (y que de una vez por todas se mueran).

 

Siento que la nieve ya no trae

estalactitas de otros

y que son mis propios  fuegos

los que  derriten la escarcha.

 

Esta noche cuando mire mis sábanas,

mis ojos podrán ver mi ombligo,

y ya no llevaré mi mochila con piedras ajenas.

 

Espero que mi linaje haga lo mismo

mate,

entierre

y olvide

esas cargas

              las mías,

que seguramente irán conmigo hacia allá

                                       hacia otras vidas.

 

© Vanina Suárez

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Poema de Sebastián Jorgi

 


CONTRA LAS CUERDAS

 

UNO

 

Periferia

               Incertidumbre

                       Dosifica el aire

El público confía en ti

Arriba esa guardia

El jab de izquierda

Es la última pelea de la noche

                                          Oscura

 

© Sebastián Jorgi

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Poema de Stella Maris Soria

 

 

NO ES HORA DE FINGIR

 

a esta altura del partido

cuando el viento de la tarde

pasa raleándote el flequillo

trae aires de venganza de

tiempos que no podrán siquiera

talonearse en los zapatos, 

andar en patas ensangrentadas

por las calles

salgan pastos de las uñas.

No es hora de fingir que nada pasa

el tiempo pasa

el viento pasa.

Hoy los ví

revolviendo los container de basura

sacar de entre la mugre restos de comida.

Eran niños,

También lo ví a él,

como de unos sesenta y pico

me pidió por favor,

le dí algo de dinero que no me sobraba.

Sucio de meses de calle.

Los ví

nadie me lo contó,

durmiendo en Los pórticos

olores nauseabundos de orines

que se mezclaban en mi perfume 

con notas de almizcle de fondo y canela.

Son parte del paisaje.

La gente está acostumbrada a verlos,

los ignoran.

Pero ellos

no comen poesía,

no respiran poesía

solo son los pobres más pobres,

que brotan como flores silvestres

debajo de las baldosas

 

© Stella Maris Soria

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