Canto Dos
(fragmento)
“Nadie sabe lo
que puede un cuerpo”.
Baruch Spinoza
Geoda libertaria
vos abrís tu bagayo
al borde de
nuestro alfabeto. Intranquilizás
con tales fuegos
en la boca. La lengua está muy viva:
chinófobos que
comen el arroz yamaní con las manos.
Pensás que, de
cada niña tarahumara en su kerosén,
una rodilla se
perderá en la llanura y llorarás más alto.
Urdís otros
chaparrones en las polvaredas de Virreyes
donde estás
desterrado, como un querube, hasta nueva orden.
Rancia, vos
retomás esa zozobra inmemorial
con cierta
diligencia pueblerina. Aguas oscuras
en el crepúsculo.
Todes: rabiás, vos rabiás, rabiás
en medio del
apestamiento general e intransferible.
Oteás ese ocaso
con verdadera calma meridional.
Sin vacuna designás,
en la corta franela, toro envenenado
al indolente toro
y su veneno más infeliz cocido
en los
laberintos, con tal bochorno ante el hastío.
Enfantasmás, algo
más, cada mirto farolero
en su bisagra,
sombra por sombra en el nuberío,
rizo impaciente
del verde sin ramas. Un druida nos
sonríe, con sus
bultos de cuero en el suelo, derrotado.
Paseando por la
Bolonia apestada, con tal soltura.
Con el pico, vos
le concedés infinita y pueril misericordia
a todo lo que se
asome, le das color al terror con tu pañuelo.
El virus es como
una lluvia, decís, pero puede matarte ahora.
Empantanás esa
prebenda amada y roja, en esta última
peste neoliberal,
fáctica y suspicaz porque como esos
disparos, en la
noche, buscan cualquier pellejo boca arriba.
El terror, ese
cándido método de control social, ¿no lo ves?
Hordas febriles
de sueños que, vencidos,
bermellones y
pirados, se pierden en la noche
de los cuerpos y
de las razones sanitarias.
Te ufanás,
apocado, de esa mansión de Dios.
Con tu flauta
hipnótica de Tandil vos te quedás
en el molde del
séquito, en la crema de la propiedad
privada, en la
novedad de los denisovanos.
Qué te van a
hablar a vos, ahora, de horrores.
Lo no dado da de
morfar a la veracidad,
con su hollejo,
en esta bruma infinita
de objeciones y
vos tocás al piano naderías.
Otoño que en las
sendas abandonadas fallecés.
¿Desoculta tu web
al supercontagiador de hoy?
Por mera
impericia vos marisqueás el ocaso,
paso a paso, pie
por pie, capricho por capricho,
lo invocás en el
dialecto de Maramures.
Así, cualquier
perejil recobra el juicio
después de
muerto. Apuñalás vos ese cielo
que hace un voto
de fe, otro de zarabanda
y otro, a las
cansadas, de razón.
De esta plaga se
sale entre todos, suplicás.
Comprás algún
alma probable y la clavás
al menudeo
mientras emperifollás
—a las apuradas—
tu universo más a mano.
A este granizo
útil protegés de los murciélagos
de Wuhan, de los
últimos limoneros en llamas,
de los amantes de
Ituzáingo que se devoran
y de las campañas
sanitarias recién tergiversadas.
Te abotonás el
bermellón al cuello con seriedad. Contás
cada día de la
cuarentena. Cuando los animales asilvestrados
dormitan
primereás al azul en su pataleta de meteoros.
Tramás, al
detalle, lo que harás al aire libre ni bien salgas.
(…)
© Ricardo Rojas Ayrala
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