-Pequeña historia
que no debería ser contada.
Se abrió para mí, (esta vez fue para mí).
Apenas la llovizna un lazo con el mundo.
Ella está parada en el umbral.
Ella es la herida primal que no sangra,
se refleja en los rostros que se atreven a mirar.
Y es un dolor de tan lejos, que uno se deja estar.
Las calles se deslizan hacia lugares inciertos.
En las calles,
seres grises mendigando un poco de calor.
Me descubro entonces las manos vacías proyectando trazos
sobre el río.
Promesas para no cumplir.
Permanecer donde no se quiere estar.
No puedo.
La niña que posee palabras de mujer.
No puedo.
La luna incendia todos los fantasmas;
da de comer trozos de sueños.
…Y acá estamos,
frente a frente,
mintiendo lo que no se dice.
Las ansias y el deseo.
La mordedura certera sobre el labio.
Violencia…
La
violencia del sexo.
Derramarse en el silencio de lo oculto.
¿Qué miran esos ojos?
La fuga… techo y pan.
¿Qué miran esos ojos? Techo y pan.
¿Qué podrían mirar esos ojos?...
Una perspectiva oblicua de rodillas en el suelo,
tragando las fanfarronerías del amor.
¡¿En qué mierda nos han convertido?!
¿Qué no ven? ¿Qué palabras les fueron prohibidas?
(La fuga, el juego y la crueldad).
Se abrió para mí.
En un camino plagado de rostros,
habiendo tantos.
¡¿Por qué a mí?!
No quería probar de esa piel.
Yo contemplaba el agua,
los barcos cargueros,
me llenaba de días y río.
Pero no alcanzo a odiar la noche.
Enciendo todos los candiles de las imágenes en la mente.
Respiro hondo.
Contengo el aire y me sumerjo.
Olvidar al fin la boca que me bebió.
Un mal sueño.
Ya pasa…
¿Cuándo empezó la noche?
¿Termina alguna vez?
Fuga… techo y pan.
Fuga constante…
Apenas la llovizna…
Fantasmas incendiados…
Me llenaba de días…
me llenaba de días…
¿Por qué para mí?!…
¡Pan y techo!
© Darío Würtz Paiva
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