SON ELLOS. MÍRALOS
Aún regresan
con sus largos camisones manchados de
sangre,
con los pies llagados
y una lanza clavada en el costado del
dolor.
Son ellos. Míralos.
Son los muertos que olvidamos al borde de
la historia
como un par de sandalias
o el cordón de unos zapatos viejos.
Son los muertos que se trizan
en la cómplice mudez de los testigos,
en las voces de las madres que los siguen
invocando.
Son los muertos exiliados de la muerte
que aún escupen su epitafio
en nuestras pesadillas.
Son ellos. Míralos.
Cayeron escarchados
con el peso de un fusil.
Las metrallas diezmaron sus contornos
y las guerras vomitaron dinamita en sus
pestañas.
Son los soldados
que se hundieron en el barro del combate.
Son ellos y retornan como un puñado de
cruces.
Son ellos y reclaman sus álbumes sus ropas
la infancia desbandada en cada tiroteo
las migajas del pan que les robaron
y el abrazo final que nadie pudo darles.
Son ellos. Míralos.
Son los niños que murieron de lepra o
neumonía.
Aún naufragan por desiertos
por selvas y aldeas miserables.
Aún el frío del hambre los carcome.
Porque no hubo trigo ni carne ni un grano
de arroz
que evitara su caída en la ceguera de los
pozos,
sus aullidos perforan la memoria
y no bastan los pañuelos para secar sus lágrimas.
Son ellos. Míralos.
Son las víctimas del delito y la crueldad:
los que fueron torturados por los dueños de
los látigos,
los que fueron derretidos como el sebo de
una vela,
los que pedían clemencia en las horas del
tormento,
los que no tenían vocación de mártires.
Muchas manos no escribieron su tormento.
Muchas bocas sonrieron
y bajaron las persianas y los párpados.
Son ellos. Míralos.
Son los muertos escondidos
en oscuros matorrales.
Son las cautivas que aún sienten
el frío de las pinzas
en el cuenco de los ojos.
Son los hombres capturados
como liebres en la noche.
Son los infantes que temblaron
ante el grito del traidor..
Son los muertos que encontraron los
linyeras
entre los excrementos y las moscas de un
baldío.
Los cuervos continúan
picoteando en sus tobillos
y la culpa agujerea nuestras manos.
Son ellos. Míralos.
Ocultamos sus miradas
detrás de los retratos
pero ellos vuelven
tan atroces que revelan nuestra propia atrocidad.
Sus vidas fueron cortadas de un hachazo
y
sus rostros golpearán los nuestros
hasta el día en que amanezca la justicia.
© Daniel Ruiz Rubini
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