27/2/13
Y una tarde de luces y caballos
tomaste un color de malva
una definitiva lejanía.
Fue por dejarte ir
por permitirte cazar en los bañados
una garza rosada
por no haberte enseñado la belleza
ni tocado tu pelo con perfumes de oriente.
Por quedarme a esperar
esa miseria
de luz que llegaba con Mayo.
© Edna Pozzi
Poema de María Paula Mones Ruiz
PARA QUE YO ME QUEDE
Esta muerte que me vive
lame los pasos derramados
fatigada exprime las heridas.
Y muerde sin dientes mi presente .
Necesitada de mis restos
languidece
bebe
de mi sombra congelada
digiere mi tiempo
reinventa
los matices de mis días
para que yo me quede
y ella
se vaya.
© María Paula Mones Ruiz
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Poema de Marta Ortiz
Abedul
Peregrina,
hurgaba en el camino
la pálida corteza
que en láminas de seda
exfoliaba el abedul.
Papel virgen,
folio donde grabar
en tres o cuatro líneas
una mudanza dichosa
engarzada esa tarde
a una baba de muerte.
© Marta Ortiz
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Poema de Silvia Loustau
hechicera empurpurada
el olvido es un
jardín
que no frecuenta.
se sienta a la mesa
del recuerdo
y
evoca
pájaros que desovan
puñalitos de plata
© Silvia
Loustau
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Poema de Sonia Rabinovich
Palimpsestos
a Simón A...
El barco llegó de Kiev
Lea miraba la pequeñas manitos
del menor de sus hijos
envuelto en mantilla de Rusia
Escaparon de Kiev
no escapaste del tiempo, pienso
con tu mano en mi mano,
ramales arqueados,
pliegues de la pena
Solo, único, último de todos
Sin recordar la nieve
© Sonia Rabinovich
a Simón A...
El barco llegó de Kiev
Lea miraba la pequeñas manitos
del menor de sus hijos
envuelto en mantilla de Rusia
no escapaste del tiempo, pienso
con tu mano en mi mano,
ramales arqueados,
pliegues de la pena
Solo, único, último de todos
Sin recordar la nieve
© Sonia Rabinovich
Etiquetas: Sonia Rabinovich
Poema de María Eugenia Caseiro
Aún llueve en Tupelo, Mississippi
Lord, have mercy!
sobre la cuerda del ahorcado
sobre el perro que no duerme...
Deja de llover sobre nosotros
esa carga de domingos con tintes de velorio
que sostienen planicies en la mugre
para que seamos dignos de soportar la música.
Oh! John Lee Hoocker, tú que aún llueves
sobre ese traje ajado de domingo indestructible
sé también compasivo
no me dejes sin lágrimas como dejaste aquel cartel
de Tom's sea food; ¿recuerdas?
aquel día de lluvia, nuestra lluvia,
desgastando las esquinas de las calles y los viejos edificios
dejándonos tan solos en la esfera gris de nuestra tarde
ya sin apurarnos a recuperar el sueño
cansados, apenas caminantes fantasmas.
Oh! Lord, Oh! John, both of you, have mercy!
La gente en Tupelo envejece
entristecen como cuerdas de guitarra
y entre ellos hay dos niños negros de sonrisas blancas
empujando el carro que se lleva los letreros,
y bajan de tus hombros, Oh! My Lord!
aquellos enormes recipientes cargados con tu lluvia
que arremeten contra nuestras esperanzas
y desbordan el río Mississippi.
Oh! Lord, have mercy
once in a life, just once, have mercy!
deja ya de llover sobre nosotros.
© María Eugenia
Caseiro
Poema de Silvia Mazar
La niña viene
de su hondo letargo
por un túnel
oscuro de ignorancia
lleva una
lumbre y el tanteo de sus pasos
como único
consuelo
no la hicieron
de una costilla hueca
no debe al
sueño de nadie su existencia
ella misma se
ha soñado
a imagen y
semejanza de la vida
le ha quedado
una hebra de barro
con que la
moldearon los dioses y los días
manchándole
graciosamente
el sitio de su
cuerpo
por donde debe
empezar a ser amada
© Silvia Mazar
Poema de Miguel Oyarzábal
SINGLADURAS
Pasabas por la tarde con la cara desbordada de sol,
tenías todo el aire en el vestido naranja.
Apresuré los relojes y nos embarcamos con la luna en alto.
Navegamos vientos, soles,
colores de lluvias, velas desplegadas
y hasta llegamos a encontrar nuestras caras en la transparencia del agua.
Pero un atardecer cualquiera encallamos para siempre
y tuvimos que abandonar la marea.
Después deambulé por los papeles y las noches,
lloré por la bitácora perdida y por mí.
Fue apoyándome en el espesor de la penumbra,
en los agujeros y en el vino
y también en la voz del amigo barbado.
Así logré soltarme de las varaduras de tu ausencia
Y aprendí a ver y a verme entero.
Resultó que una noche volvió a amanecer
y guardé tus oleajes para la memoria.
Pasabas por la tarde con la cara desbordada de sol,
tenías todo el aire en el vestido naranja.
Apresuré los relojes y nos embarcamos con la luna en alto.
Navegamos vientos, soles,
colores de lluvias, velas desplegadas
y hasta llegamos a encontrar nuestras caras en la transparencia del agua.
Pero un atardecer cualquiera encallamos para siempre
y tuvimos que abandonar la marea.
Después deambulé por los papeles y las noches,
lloré por la bitácora perdida y por mí.
Fue apoyándome en el espesor de la penumbra,
en los agujeros y en el vino
y también en la voz del amigo barbado.
Así logré soltarme de las varaduras de tu ausencia
Y aprendí a ver y a verme entero.
Resultó que una noche volvió a amanecer
y guardé tus oleajes para la memoria.
Poema de Silvana Merlo
Seguidme no soy yo es él
que ha puesto
los versos en esta boca
como
alabanza de una insurrecta.
Sólo vino hacia mí para engullir las llagas
que provoca flotar a diez milímetros del infierno.
Ahora sanaré esta obsesión de vivir
con las manos atadas a una cruz.
Me pregunto quién desenredará tu cuerpo.
Basta mirar al cielo para encontrarme:
no ardo con los pies clavados en esta tierra
sino en tus ojos —en los que hay llamas—.
© Silvana Merlo
Poema de Marta Lía Brossa
Sueño de puente
El límite conocido
se distorsiona,
barreras ondulantes,
mariposas
enloquecidas vuelan en círculos
aturdidas por
urgencia de sombras,
desesperadas buscan
la luz,
sobrevuelan sobre líneas
dibujadas,
por fin se detienen,
se posan
en los escalones de
un sueño,
frente a la isla de
la libertad
un cuerpo desnudo
bosquejado,
brazos abiertos
sobre el puente de Manhattan,
se visten de alas
transparentes,
bajo la ausencia de
sol
el arquitecto
despierta
y la hoja de papel
hecha a volar,
como una pluma…
© Marta Lía Brossa
26/2/13
Poema de Ana Guillot
baila la nervadura de carne
tiembla a cada paso
la hoja
ancestro o luz o mar
que también tiembla
miedo entre la luz
o simplemente verde
salvajemente dulce y
despojado
tiembla el verde de
la hoja
conjunción del
paisaje, hilo
sostén de la desembocadura
ancestro o corazón
verde que late
pulso de lo terreno
raíz de lo que es
el hombre y su gemido
© Ana Guillot
Etiquetas: Ana Guillot
poema de Jorge Boccanera
a Jeannette
Vos conmigo.
En el aire brilla el salto de un jaguar.
Llueve y es plumaje amarillo lo que cae, escarcha
verde, lenguas rojas.
El bosque se calza su armadura de niebla y un árbol
gigantesco tiembla en la breve telaraña.
Caminamos una alfombra de insectos de ceniza
y sílabas quebradas.
Yo con vos.
La mariposa parpadea.
Unos labios se intuyen bajo el barro volcánico.
Al interior de la palabra “caoba”, todo se hace silencio.
La selva te respira, la respiras. Chicharras en la boca
del tigre y piedras aulladoras,
enormes abejones que bailan en una sola pata.
El bosque es filigrana, bruma de la quebrada, helecho
y bien arriba el roce del musgo con las nubes.
Una voz: “Deja sólo tus huellas”
Otra más: “Escucha, huele, mira”.
Agua que trastabilla, guacamayas en un aire de
asombro.
La lluvia duplicando al coyote, al zorro hediondo,
los monos cariblanca y al pisote.
Vos conmigo.
Va a aparearse el toledo y el corazón de todos
se detiene.
Los senderos acercan lo distante. Laberintos hundidos
bajo los lodazales.
Yo con vos.
El tiempo transpira 400 plumajes diferentes, 100 mamíferos extraños uno al otro, los imposibles rostros
de la orquídea. Y fumarolas. Y relámpagos.
Taladrando el follaje caen goterones despanzurrados.
Es remoto y futuro lo que veo
Vos conmigo.
En este gran caldero,
la cuchara de Dios mezcla la selva.
© Jorge
Boccanera
Poema de Irene Gruss
EL ROCE
Está sentada en un parque, en el
pasto. Hay una sombrilla que
no cumple su función, porque
está a un lado.
La mujer olvidó su sombrero
en casa y se sonríe.
Mientras el aire mueve las hojas de su cuaderno
y hace revolotear las mangas de la blusa,
ella siente sólo eso.
Escribe que está en medio del
parque, que olvidó su sombrero y
es extraña esa hora, el perfume de los tilos, y
esa luz del pasto.
Ahora camina y recuerda a medida que
camina. Hubo otra tarde,
otra luz, ella estaba arrodillada en
el piso y había una fiesta:
su cabeza volaba como ahora,
las voces se unían, eran extrañas.
Luego pensó que el corazón y la memoria
eran iguales, casi iguales como el vuelo
de dos mariposas nocturnas. El roce
de su vuelo con el aire.
© Irene Gruss