Alguien dijo, no importa la nave,
basta que el piloto sea bueno.
Sin duda, mi nave adolece ya de averías,
modelo vetusto y pintura desgastada.
Mi nave cruzó altas mareas
desafío horizontes,
más de una vez debí forzar su timón
porque solía tomar rumbo propio
para seguir indolente a su voluntad.
Pero, supe torcer su ímpetu
y salimos airosas las dos.
Qué decir del ancla,
con peso de experiencias
y
soga de fuerte nudo.
Consiguió arrimar al puerto que
consideramos ambas, conveniente.
Desde entonces, le liberé el timón
no habría de llevarme
por mares de aguas turbias
ni encallar sobre playas desoladas.
Por hoy,
se aventura a dejar la inercia y,
con mi complicidad atisba
por aguas nuevas, se embriaga de luz
e ignora que pude avizorar tormentas.
Ahí, estoy entonces,
a punto de retomar el timón
con titubeos a veces, ante posible
decepción.
Ella quiso, yo dudé,
más, el mar atrapante y audaz
nos
hace sentir sirenas,
y cantamos una felicidad que,
por momentos ya,
me impide recuperar el timón...
© Adela Margarita Salas
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