30/5/14
VASO GRIEGO
“Dios y mi canto
saben a quien
nombro tanto”
J. M. Serrat
Mi amigo siempre dice: “vamos a hacer de cuenta
que la vida nos importa un carajo”
mi amigo que sabe que los mares
caben en un vaso de ginebra
y también todas las tristezas
mi amigo tiene un vaso de ginebra griego
donde guarda las estrellas de su pueblo
y en ese aljibe de recuerdos
va a parar la lluvia de su infancia
siempre sospeché que ese vaso esconde
la luz que se necesita para un abrazo
la verdad de las cosas que realmente importan
y aquellas que de no importar se hacen necesarias:
esos gestos huérfanos de fotos
esa musiquita de las palabras
que disparan su cross directo al corazón
mi amigo tiene un vaso de ginebra griego
y un libro de Tuñón que le regalé
con ellos va a la orilla del mar
a que el mar le ponga música
a los poemas que hablan de lejanos puertos
y mujeres dudosas
pero cuando no va a la playa
el mar lo visita en la ventana de su casa
© Daniel Martínez
Poema de Edna Pozzi
"Si, puede ser que todo perezca, pero no es posible ni
seguro"
Han clavado las puertas de su casa - le han dicho a los
vientos
/que se ha ido.
Han vendido su anillo de diamantes y el periódico viejo con
su
/nombre esmaltado en una esquina.
Han juntado sus óleos, sus vestidos y en una caja de cartón,
/doblada, también se olvida la tristeza.
Pero ni tú ni yo creemos que está muerto.
Han dicho que en ceniza y oscura greda se convierte.
Que han visto las raíces que lo cubren. Que ya nadie lo
escucha.
Nadie, dicen.
Pero ni tú ni yo creemos que está muerto.
Han cubierto con paños los espejos. Arrancado el jazmín.
Con una vara dibujan en la arena el círculo de fuego.
Soplan sobre la hoguera.
Pero ni tú ni yo creemos que está muerto.
Han vendido su rastro. El delicado amor a la materia. Los
objetos
feroces.
La tarde en que lloró de bruces, desolado por la falta de
Dios.
Y dicen en las plazas que descansa de sueños y fatigas. Esa
piedra
lavada.
Ese volcán de ágata fundida.
Pero ni tú ni yo creemos que está muerto.
Mejor dicho, creemos que está vivo y cercano.
© Edna Pozzi
Poema de Miguel Oyarzábal
Al costado
Apenas si me ha sido dado el lado izquierdo de las cosas;
Para decir la verdad,
sólo distingo los costados izquierdos.
A menudo suelo encallar añorando gestos en contraluz.
Puertas, pisadas y alguna calle conocida.
Al quedarme solo frente a la herrumbre de los sueños,
También pierdo la voz.
Cuando la mirada no puede abandonar a su propia bruma
y más aún,
donde el otro cruza demasiado rápido
por el lado derecho de la angustia,
los brazos se caen y las manos se vuelven huérfanas.
Entonces, con todo eso a la espalda y sin poder hablar,
continúo recluyéndome en el margen
y vago, por el costado izquierdo de la vida.
© Miguel Oyarzábal
Poema de Catalina Boccardo
el vino
Esas mil preguntas
que
se ramifican
sólo dan al hombre
embriaguez, locura.
A.RIMBAUD
recuerdo a un hombre que no conocí
palmo a palmo
norte sur
exploraciones calientes
las agriculturas
sobrevivíamos
este hombre de uva nunca llegó
toque ácido
cura
primitiva
ramificando la sed
© Catalina Boccardo
Etiquetas: Catalina Boccardo
Poema de David Rosales
LABERINTO
Tal fue mi obsesión por tocar tus ojos
que mudé mi rostro
por el de Minos.
Crecen los pasadizos.
Tapiadas las salidas,
ruge la sed de sangre.
Ay! Del Minotauro, cruenta soledad
acompaña sus días
ó acaso los míos.
Tal fue mi obsesión
que entre a mi propio laberinto
te miré, eso creí.
© David Rosales Aragón
Poema de Victoria Asís
Boca
Sólo su boca llega a
mí.
Volando se acerca mariposa roja
que incendia mis noches.
Todo el mar en su boca; rumor, sal y espuma
Boca enmarcada para el beso
con su lengua incitadora que busca embriagarme
con su elixir de fuego donde incineras
mentiras y verdades.
Cuando calla oculta, jugando con el misterio
el pecado y la inocencia
Y cuando ríe ilumina
el día y me aturde
con besos de su boca
ajena, desdibujada. . .
© Victoria Asís
Poema de Lucio Madariaga
Deseares al aire libre
Prepotear pasturas, ahogarse en las aguas
claras del continente, dejarse avasallar.
El triunfo del paisaje,
es tuyo.
Resuena un grito
suave desde el fondo del tiempo
y sus esquirlas hieren, presentes.
Es el habla hermana de lo mudo, el canto puro,
la flor cítrica, latente.
Apropiar, deshojar, besar la brisa de las estaciones.
El frío, es otra cosa más terrible que el invierno;
la primavera, a veces trágica, nunca perderá su trono
en la belleza.
Una sombrilla transparente
-prisma cálido-
y un altar para la ceremonia del cuerpo,
el placer de la especie,
quiero.
© Lucio Madariaga
Poema de Miguel Ángel Ferreira
TANGO III
Déjame este violín
Que se me hace Discepolin
Volando entre corcheas
Déjame este violín
Cántame una milonga
Che nena mistonga
Con labios de carmín
Déjame este violín
De notas en sol menor
Para enhebrarte una historia
Entre extraños y amanecidos
Delirantes y aburridos
Del estaño y de las
copas
Con fondo de milonga
Esquina y farolito
Y de luna colgando en un cartel
Arco tensado en la espera
De una mina copera
De cintura arrabalera
Elevada en un salto
Con notas elaboradas del Gato
En su paso por Paris
Déjame este violín
Amaneciendo un tango
Estirando cuerdas, y corcheas
Sacos de luna escotes de estrellas
Pasos de danza
Abrazos de miedo
Besos de deseo
Palabras en fraseo
Edulcorado y picante
Dé un violín desenredando
Un tango bien polenta
Y atorrante
Para dar el paso cortante
De este fugado del vivir.-
© Miguel Ángel Ferreira
Poema de Jorge Moreno De Los Santos
Sería preciso despertar
más temprano que de costumbre.
Para esa luz de las calles
que nos vuelve a nombrar como entonces
- cuando era fiesta,
y ser adolescente era una leyenda verde,
una impaciencia desmedida
o un ávido temblor de innegociable madrugada.-
Es
esa claridad
de siempre, que se ausentaba por algún tiempo
y nos recuerda que el primer deslumbramiento
fue habitable lejanía;
eco dormido en las catedrales,
cárdeno olivo, mineral relámpago…
o simplemente ridículos ángeles
vestidos para la ocasión.
Entenderemos
entonces
que el tiempo nos resulta generoso y conciso.
Y que es preciso recordar
el impávido terciopelo de las horas calladas.
Aquellos óleos, con que solíamos pintar
la vigilia de los nardos
o nuestros horizontes más inalcanzables.
Es preciso respirar el olor a madera
de las tardes, los meses azules;
la menta salvaje
de las muchachas que regresan de la lluvia.
Barrer ciertas indolencias, recias imposturas
o esos augurios que nos golpean
como oleajes, como tibia rapiña
y que en algunos momentos
fueron fieles como el dolor,
como adivinables páramos, como fraguas clandestinas.
Y
es preciso
despertar aún más temprano
que de costumbre
y bajar hacia las calles
hasta donde los días nos lleven.
© Jorge Moreno De Los Santos
Poema de María Elena Simoes
Quiero organizar…
Quiero organizar el esplendor de un comienzo
cuando la modestia se ausenta
cuando apenas se controla la tensión de lo nuevo
cuando invade la esperanza
y una realidad cruje
como testimonio del deseo
Cuando perdura una y otra vez
la travesía del relato
con invitación al
vuelo, a la tregua,
se posan para heredar el inevitable desenlace
entre hazañas y sombras
hasta un final intocable,
desde el silencio.
© María Elena Simoes
Poema de María Alicia Gómez de Balbuena
Me
acaricias en todos los instantes
Aunque
invisible estás en mis angustias
O en las
aguas con que lavo heridas
Desde
aquella mañana
en que
fructificó el aliento compartido
Fue tal vez
una densa madrugada
O quizás
cuando el sol ya se asomara
la vida se
anunció
Y en ese
ayer luego del grito consagrado
enmudecí al
ver los jazmines
Que mil
auroras destacaban ¡Blancos!
Y pude
convivir en cauce seco
Sin la
humedad del lecho abandonado
Y crecí, en
la caricia y en la espera
Sin
embargo a los jazmines del presente mío
los marcan
las tinieblas
En los
atardeceres de mi llanto
Y la calma
eres tú…La Poesía
Eres
palabra en cada desatino
Y
sombra y canto eres…
Y te busco
en las arrugas de mi rostro
en la risa
quebrada del olvido
Más eres
también la carcajada
Compartida
mil veces
¡Y ese
gesto en la mueca de mis labios!
La cómplice
aventura de los años…
Ya los
huesos me dictan tu presencia
Que de
caminos recorridos hablan
Y la carne me dicta las urgencias
De los
sueños que habitan mis mañanas
Y tú sigues
allí, lamiendo mis arenas invadidas
Marcándome
los pasos
Y yo,
desnuda, me descubro temerosa
Porque te
espero, aún en el ocaso…
© María
Alicia Gómez de Balbuena
Poema de Daniel Chao
Verdades de Buenos Aires
Ponete tu rostro de calle.
Así, fruncílo así
y salí a la calle a tiznar también vos
lo que de Buenos Aires te toca.
Salí al lleva y trae
al dame y te doy de estos grises.
Verás.
Esas plantitas que crecen
sobre los techos de los quioscos
de diarios, donde nadie limpia
ni limpió,
esa plantita es la verdad de Buenos Aires.
Esa paloma, plumífero efímero,
sin nombre ni número,
esa paloma en los zócalos
es la verdad de Buenos Aires.
Vos no sos la verdad de Buenos Aires.
Harán falta años, tantos pasillos angostos
llenos de puertas
que duela el calzado o se pierda
y camines como paloma y crezcas
del herrumbre
como plantita de quiosco y digas
verdades dichas por radio
y calles
un secreto a voces porteñas
de Buenos Aires.
Voces de pasillos angostos llenos de cámaras
y que aunque nadie vea las cintas
sepas que hay cámaras en todos los pasillos,
que hay oídos detrás de todas las puertas,
hay sirenas detrás de todas las ventanas
en todas las siestas,
hay vergüenzas detrás de cada vidriera,
hay villas miseria detrás de los aeropuertos,
de los estadios de futbol,
hay vidrio molido en todas las carnes
que mordés,
en todas las carnes que sos sin ser
la verdad de Buenos Aires.
© Daniel Chao
28/5/14
Poema de Aleyda Quevedo Rojas
ARRANCO TODAS LAS FLORES DE MI CUERPO
para ofrecértelas, Señor.
Allá voy, más desnuda sin las diminutas
flores
del torso, más desvestida que nunca
sin las dalias que crecían en la espalda.
Voy saltando las piedras ciegas de la
desdicha
y el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor de las Angustias, todopoderoso mío,
me despojo incluso de la flor pasionaria
y de la corona de heliconias que adorna
mi pubis.
Desnudísima, para entregarme a ti,
sin los lirios de la nuca o los girasoles
de las nalgas,
pulcra, tal vez insondable isla de
misterios
Y no más rosas, ni margaritas, ni
violetas
encandiladas en mis senos.
Limpia estoy, vuelta promesa.
Brillante y sola para entregarme a ti
sin las astromelias del sexo,
sin la flor azul del corazón.
© Aleyda Quevedo Rojas
Poema de Laura Yasan
sólo tenías que pedírmelo
si me pedías yo te daba
astillas de la sumisión
música muerta los días de semana
bramidos en la cavidad
si me pedías yo olvidaba
los escalones del pasado
mis documentos en un taxi
las señales que el odio iba dejando
en la mesa de luz
si me pedías yo bajaba
el volumen de la realidad
las persianas del cielo
¿fue la camisa que te arruiné?
esa perplejidad llena de alivio
cuando el amor
ya no fue suficiente
ni necesario
© Laura Yasan
Etiquetas: Laura Yasan
Poema de Francisco José Malvárez
PERROS DE LA NOCHE
(sábado 22 de febrero de 2014)
suelta sobre mí los perros de la noche
muerden costillas, huesos, el alma, con
inusitado frenesí
perros furiosos que se ensañan con sádica
desesperación
pregonan muerte, muerte… son sus
preámbulos
alientos pútridos descomponen hasta el
aire… y no llueve
sólo llueven mis ojos por impotencia
-qué puedo hacer con tanta desnudez que
no sea:
morder mis labios y dejar que el diluvio
caiga?-
suelta sobre mí los perros de la noche
hay fantasmas huyendo llenos de terror
y un silencio brutal retumba entre las
paredes
parece el día más apocalíptico que haya
sucedido
no hay dios ni infierno ni cielo ni
demonios
no hay plegarias ni ritos ni oración ni
nada
sólo el hombre en sus nefastas
circunstancias
el hombre yo: francisco josé malvárez,
hombre y lobo
con el alma expuesta, el pecho abierto
bramando de agua y dolor…
frente a la proximidad de la orfandad
definitiva
frente al sufrimiento inescrupuloso de mi
madre
tan cerca de la nada
tan cerca de su paso a la memoria
todo sucede lenta y cruelmente, pero
inexorable
frente, también, al abismo que en los
amores agachados se abre:
el de las ausencias impuestas
el de un solo plato en la mesa
el de ninguna sombra que acompañe la de
uno
suelta los perros malditos de la noche
y acá estoy escribiendo los jirones de mi
destino
dándome cuenta y sin poderlo evitar
sólo viviendo esta experiencia brutal que
me está tocando
con la plena conciencia de que esto es la
vida también
y no por ello empaña en algo su belleza e
intensidad
Poema de María Ángeles Pérez López
Sobre su pecho muerto, la mujer
pinta una gran ventana para el aire.
El corazón, en su áspera alegría,
asoma al sur su sala octogonal
por el hueco del seno que extirparon
la enfermedad, la mano, el bisturí.
Sobre su pecho muerto, la mujer
raspa cualquier recuerdo doloroso
y colorea el soplo y el zumbido
del arrebato rojo de quedarse.
El hospital se borra en su blancura,
esa sala de espera es no lugar,
la habitación sin lágrimas ni olivos
es también no lugar, los lavatorios
y ascensores que nunca se detienen,
el pasillo alargado como el miedo
de biopsia en biopsia es no lugar.
La madre le cosió dos grandes senos
con hilo destrenzado del cordón
que la anudaba al tiempo y sus asomos.
Ahora un médico serio, preocupado
descose uno de ellos, lo retira
en silencio, y la extensa cicatriz
que corre por el tórax como el frío
abrasa los paisajes de la tundra.
Pero sobre su pecho, la mujer
sombrea un árbol negro, transversal
por la ira de perderse en el otoño.
También nubes y niños anhelantes
en su transpiración y su ajetreo
para mojar la tarde y las palabras.
El viento que entra en tromba la despeina
y su risa es un pájaro veloz.
© María Ángeles Pérez López
25/5/14
Poema de Ariel Giacardi
UNA FORMA DE OLVIDAR
Ella me sabe casi de memoria,
digamos, como a un libro
de ritos, invariable, necesario.
Conoce los colores que prefiero
para pintar algunas negligencias
(verbigracia, el pasado),
los axiomas que voy a proponerle
dentro de diez minutos
y la clave
-que no voy a decir-
de mi
naufragio.
Conoce los lunares de mi espalda,
mi vergüenza, mi voto, mis proyectos,
la llave de mis torpes rebeliones
y el precio de mi llanto.
Conoce los abismos que me nombran,
los peñones airados donde estallo,
mi silencio insular
y las alturas
desde donde me arrojo a la mentira
entre otros accidentes
más o menos geográficos.
Ella sabe de mí cierta tristeza
que encuentra en los bolsillos de mi sueño
y dos o tres ausencias interinas
en la pausa segura de sus labios;
sabe por qué la muerte me preocupa
como si se tratara de un asunto
realmente de importancia,
sabe
cuándo
dejar su corazón para más tarde,
a qué sitios no iré ni en pesadillas,
la talla de mi espanto,
mis rencores, a qué hora volveré
y sabe, sobre todo,
que olvidaré el reloj sobre el cansancio.
Pero hay ciertos derrumbes que ella ignora,
algunas inclemencias de mi parte
que no sabe
ni teme
ni
sospecha.
Hay algunos presagios,
tribulaciones, magias, testamentos,
disidencias compactas, paroxismos
(por no decir pecados)
que aluden a su propia orografía
y que ella no conoce
sin embargo,
porque me sabe casi de memoria
y estudiar de memoria
-ya
sabemos-
es una forma de olvidar,
un hueco
donde funda el amor su desamparo.
© Ariel Giacardi