INDIA
XIX
A Joaquín
Giannuzzi y Libertad Demitrópulos
La brasa de
la luz
y la carne
dilatando
los hombres, afeminando el barro
hicieron
Benarés.
¿Hay un
sitio
donde se
una lo sagrado y el cuerpo
que no sea
en el asombro
de ir
desapareciendo?
¿Quién sino
el hombre que huye
de su
propia distancia,
que se va
quedando en lo que ya se ha ido
puede,
sin ver su
llaga,
mirar un río?
No hay como
su sensación
templo tan
profundo
que
deshunda el agua,
ni
inmensidad
como la de
seguir naciendo
para perder
futuros.
Como
el río.
Aquí viene
a morir, en una casa azul espera
que se
borren el día, sus hijos, el olfato y el tacto.
Junto a su
mujer anciana
secreteándose
comen sus
huecos,
intersticios
de su historia
pedazos de
un pan
que nunca podrá ser dividido.
Ella lo
ayuda:
si ocupa todo el
recuerdo
le vendrá
el olvido. Le deja, eso sí, que tenga,
su jarro,
su nombre, su sombrero
(todavía
está imantado)
y
lo lleva al Ganges
para que
alce el agua y la aplauda
y la deje
caer en la luz
pues para
cruzar el infinito
hace falta
una infancia.
Junto a él,
otros, van perdiendo su alguien
(también su
alguien pierde
el
que pide salvarse)
Todos
lámparas
con el agua al pecho
entre la vida y la muerte
perplejos
en un fuego sin instantes
hicieron
esta turbulencia, estas lenguas sin gravedad
que unge el
río
y tiemblan
de tanto
adiós sin salir de la carne.
¿Qué media
entre ese adolescente que se zambulle
y el niño
que flota
sin luna, en el fondo?
No es la
muerte
sino la forma
en que los
abandonó el espacio.
¿Qué abisma
al hijo con esas varas encendidas
que, antes
de prenderle fuego,
da vueltas
alrededor de su madre,
que no sea
señalar un sitio
pues no hay
sustentación
ni pierde
distancia lo que cae?
Y entre la
muerta
sin fondo,
en su mortaja
y el esposo
que se afeitó los cabellos
para
despedirla
qué se
rompe
sino un
relámpago
y cada uno
vuelve a su soledad
de no ser
ni solo
pues a la
muerte la une la asimetría.
Ese cadáver
que pasa sobre la corriente
con un
pájaro vivo
parado
sobre la
profundidad de su cabeza
flor
de agua
va como el
río
de cuerpo
presente
en su
ausencia.
¿Dónde está
Benarés
sino en
todo lo lejos que estamos de nosotros?,
cruzando el
día
como
apagones, haciendo noche
en la
fosforescencia,
buscando
camino donde sólo hay señales,
cada uno en
su espejo
para que el
otro no se vea, llamando dios
a lo
inestable
queriendo
llenar la velocidad
con una
piedra
hasta
llegar a Benarés
y hundirse
en el río
para acabar
en alguna forma
y ser uno
la salida
a
la que nunca llega.
Y el hombre le dice al dios:
esta
es mi carne
la
única que te queda.
Desde el
río se ve el humo
sólo hay
una orilla
donde el
muerto comienza.
Esa nube es
él. Ahora se ve cómo
se sentía
y cual era
la forma que se desorientaba
en la forma
que él era.
Ahora no
importa dónde arde.
Tampoco en
la vida
tuvo dentro
ni fuera
ni lo
retuvo un sitio.
Lleva una
luz que la luz no toca.
No se
detiene
porque todo
lo atraviesa.
Lo dan al
río. Se lleva
el agua sus
cenizas.
Agua
sin agua sentirán que llueve
cuando
nunca vuelva.
© Leopoldo Teuco Castilla
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