26/1/16
Poema de Darío Paiva
Adagio sostenuto.
Deseo inútilmente
escapar del terror de mis ojos,
salvarme de mi mente;
condenada al
contemplar,
ingenua,
noches con hambre de
Ángeles niños (mugrientos, retorciéndose,
muriendo un poco este día),
y el amor de besos de
cristal en Almagro.
(Miro los pájaros muertos sobre la vereda).
Me arrodillo a tomar
el agua de la calle,
recuerdos de la
sangre latiendo en mi cabeza.
Para entonces, era
Yo,
un demente,
un gladiador nato,
mutilado por siglos
de terribles lluvias.
Dios extraño, que
creaste la vida para destrozarla,
“mellaste mi alma con
tu espada
de Rey Guerrero”.
Mi corazón salvaje
ama estas ruinas.
© Darío Paiva
Poema de María Montserrat Bertrán
Ola en el cielo por un trueno que replica…
rayos y centellas sobre mi castillo de cristal
estalla en mil pedazos la duda
y llueve
llueve en gotas grandes la verdad
desnuda,
en espiral asciendo por los hexagramas del I Ching
con el perfume a tierra mojada en todo mi cuerpo
musgo
a pasos firmes, suaves, alternadamente
raíces primero,
y ahora hojitas que vuelven a brotar
como el cielo manda
y los ojos abren.
© María Montserrat Bertran
Poema de Aníbal De Grecia
El centro de todo es todo en un punto finito
de donde sólo salimos para ser eternos.
© Aníbal De Grecia
Etiquetas: Aníbal De Grecia
Poema de Ana Lema
GRAFÍAS PARA EL NO ME ACUERDO
Con inoportuno encanto te escribo para no olvidarme.
Cifro en mayúsculas las ilusiones,
resalto en itálica los buenos tiempos y encierro entre
paréntesis
los desencantos.
Datan de épocas del antiguo Mons Martyrum.
© Ana Lema
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24/1/16
Poema de Paulina Vinderman
¿Cuánto hace que convertí a mi intemperie
en una selva sin sol?
"Pequeños pies" penetra la espesura
y espera junto a la poza, un amor que se vuelva canción,
que pueda sorprender a la urgencia,
posada como una lechuza en el palo, atisbando
los secretos de la noche
(una lechuza experta en soledad, sangre de
urgencia).
Durante el día "Pequeños pies" se confía a la luz,
busca en los intersticios un perro guardián
(sus ojos mudos confirmando la vida).
Dibuja con tinta china los mapas de su amor,
no tanto como itinerario sino como esperanza
(carbonilla en sus párpados, carbonilla en sus dedos).
Pero el mundo mantiene sus secretos bajo
cincuenta llaves de titanio, y el mito es
un parasol en el campo de batalla:
una sombra delgada como un abanico cerrado y
obediente
para las ceremonias que deberá aprender.
"Pequeños pies",
formal, crédula, rara como un pájaro prehistórico,
sobrevuela su historia hasta ser atrapada.
La punta de su pluma es el único salto posible:
una rama que cae desde el viento
a un silencio más largo que la noche.
El silencio de todos los pozos, el silencio del
futuro en el grano de arroz.
© Paulina Vinderman
Etiquetas: Paulina Vinderman
Poema narrativo de Mónica Cazón
Golpe bajo
se repite tu voz que nada le disgusta, pura risa y
hortensias que comenzaste a detestar luego del engaño. Quién iba a suponer que
esas flores silvestres en la corteza de los árboles, denunciaban la primavera
de tu lágrima. Joven y madura, como el azafrán, que nace rápido y al poco
tiempo se marchita. Y las estatuas que
rodaron por la plaza principal, al lado de la calesita y sus vueltas, que sin
embargo, no nos hacían olvidar la herida mortal. Justo cuando la muchacha
alejandrina se borraba de tu rostro y éramos un montículo de gente, creyéndose
feliz.
© Mónica Cazón
Foto: Gustavo Tisocco
Poema de Leonor Mauvecin
Y ha leído el amor en las hojas del otoño
como un
cazador furtivo.
En el
revés, lo ha leído
en su breve
nervadura donde la vida vuelve
Y en el
sabor del carozo
en el
último y primer mordisco de la fruta.
En el
jardín, exilado paraíso
con
serpientes
y árboles
sagrados
y frutos
prohibidos
que él
devora
-sin culpas-
en los
linderos del verano.
© Leonor
Mauvecin
Poema de Lidia Cristina Carrizo
Es vano
Advierto la escena fatal de lo violento
cuando el rayo alcance, parta lo vital.
La sinfonía del beso y los ojos cierren
temblorosos, y sin volver sus miradas.
Tu voz ha quedado así grabada,
y me recorres a pesar de todo,
no lo evitas, dejándome inmóvil .
solo pides, la razón por su razón.
entonces invento un mejor cielo,
detrás del camino, ya recorrido,
porque nada he dejado al azar.
Ahora he visto y escuchado, y en su latir,
un nuevo tiempo un símbolo o aventura,
porque todo siempre, siempre se repite
su música, que es rosa, pétalo y espina.
Ya todo se pone frente al mundo
como una estrella que cae fugaz .
Para alcanzar aquello que es lejano
cuando la noche acune los silencios,
me pregunte dónde estará tu huella.
es vano, no sabré, todo es un sueño.
© Lidia Cristina Carrizo
23/1/16
Poema de María Ángeles Pérez López
Soy una
niña y pinto de colores
el
tronco sepulcral de los dibujos,
un
árbol como un diente contra el cielo,
la
forma imaginada del ahorcado.
Quiero
ser una niña y volver hasta el vientre
del agua
y su silencio del inicio,
el
flujo de la sangre que me lleva
y hace
infancia este tiempo insoportable,
pero
estoy viendo el mar como la suma
de
capas de aluminio y de desecho,
el peso
en la cabeza de metal,
la
entraña solitaria e inquisitiva
atenta
a ese rumor que no se siente.
Vigilo
la semántica del agua,
el modo
en que la arena se hace verbo
y
nombra nuestras huellas en la espuma,
no
acaricia palabras para el aire
pero sí
los tobillos y zapatos.
La voz
que anda escondida en su guarida,
su
cajita de miedo musical,
aguarda
que restalle el alarido
de
estar viviendo el pánico de ser
si el
miedo es una forma de la boca,
una
expresión del cáliz de amargura.
Las
olas entre tanto se divierten,
su
canto es insonoro y necesario
para
aguardar el tiempo del exceso.
© María
Ángeles Pérez López
Etiquetas: María Ángeles Pérez López
Poema de Carlos Carbone
ALGUIEN VENDRA
¿Alguien que tiene sed
Vendrá a beber de esta copa?
¿Alguien traspasará el túnel de la noche
Con sus destemplados labios?
¿Alguien querrá besar el horizonte
y abrir los brazos?
¿Alguien se dejará llevar
donde todo acabe?
¿Alguien en medio de la bruma
se animará?
© Carlos Carbone
Etiquetas: Carlos Norberto Carbone
Poema de Elena Cabrejas
LAS CALLECITAS DE BUENOS AIRES
Las callecitas de Buenos Aires tienen ese que se yo
¿viste?...
Camino lentamente blandamente tratando de revivir los gritos
que quedaron pegados en los gruesos baldosones del encuentro
en esos días tremendos del reclamo y la furia
esos gritos que aún claman desde el revés del suelo
como tañidos de campanas latiendo bajo los pies.
Las callecitas de Buenos Aires con banderas desgarradas
y enlodadas pancartas hechas añicos.
Alguien dijo: “sólo los árboles tienen raíces”
pero ahora se que están creciendo plantas de inequidad
ramas de desconsuelo
flores de vértigo y latido que no dejan de crecer
regadas por las lágrimas, aderezadas de impotencia
abonadas de voces macilentas y ecos del infortunio.
¡Las voces y el clamor!!!
Un gigantesco árbol de gritos que se aferran
a las maderas del tiempo.
Las callecitas de Buenos Aires manchadas de sangre y
congoja.
Y no es la niebla si no los gases
y no es la luz de la luna si no destellos del fuego
de los estampidos y el horror.
Los cascos de caballos galopando entre siniestras miradas
entre sucias órdenes y zapatillas perdidas
manojos de cabellos arrastrados arrancados violentados
sus cuerpos con toda la agonía derramada entre los
adoquines.
Las callecitas de Buenos Aires llenas de vidrios rotos
de consignas brotando desde alguna hendidura de la memoria
donde perros hambrientos aúllan su soledad
donde la soledad aúlla como niños hambrientos
que les saquearon el futuro.
Madres entre cartones y mugre con que arropar a sus hijos.
Padres desesperados con las manos vacías y los ojos llenos
de dolor.
Y “las callecitas de Buenos Aires que tienen ese que se yo
¿viste?...”
en este siglo apenas estrenado enterrando a sus chicos cada
día
como ángeles de piel y huesos de ojos abiertos hasta la
conmiseración
y es uno y otro y otro …y son tantos!!! como los golpes
detrás del pecho
como las callecitas de Buenos Aires que ya nunca podrán
andar
sólo sus pequeños nombres injuriados gastados olvidados
cuando
acababan de nacer.
© Elena Cabrejas
Poema de Marta Zabaleta
Carta de aurora, a Nela Rio
La noche se hizo de nada.
El corazón de Andrés silencia su descanso
junto a Chopin. Sus dolores dormidos.
Sus sonámbulas notas. Sus huesos
ya sin frío que mis palabras abrigan.
Mas atrás, siguiendo este camino
verás que crece, bajo un ceibo dormido
la memoria de Azucena
como el musguito en la piedra .
Fue Madre y es Desaparecida.
Desanda ese camino.
Recorre con mis brazos
un porvenir de estío
bordando con flores rojas
la figura de tu hijo fallecido.
Avanza, sonriéndole al vacío
también en este día
avanza, como ellas,
aunque como tú las Madres
nunca vacíen su pena.
Como los tuyos, sus ojos
para siempre sin lágrimas, vuelan.
Tumba del viento, cosechan esperanzas
Lluvia de diamantes, brillan sobre los oceános.
Tormentas que muestran el martirio.
Dejan tus manos
llenas,
Te legan sus sonrisas.
Hecha de sangre y fuego
esa tristeza tuya, collar de primavera
verdecerá en poesía.
© Marta Zabaleta
Poema de Marina Centeno
REFLEJO
Para saber cuanto dura
un amor por verdadero
que se brinda por entero
a la vida y su hermosura
Pero aquí nada perdura
(y tómalo por consejo)
sobre este mar que es añejo
la luna blanca matiza
y se vuelve escurridiza
y sólo queda el reflejo
Así el amor cuando embiste
trae pétalos consigo
luciérnagas por testigo
y a los vientos se resiste
Cuando a todo se le insiste
con ahínco adolescente
para ser lo persistente
hasta entrar al laberinto
que conduce nuestro instinto
como el agua en el torrente
Por tanto dura el desierto
lo que la lluvia le arrecia
hasta llegar a la amnesia
entre lo falso y lo cierto
Estar dormido o despierto
y si el poema concuerda
aunque el reflejo se pierda
en la corriente del río
Sea este desvarío
el animal que me muerda
© Marina Centeno
Poema de Rubén Vedovaldi
NUNCA SE LOGRA TODO, SIEMPRE SE LOGRA ALGO
A veces, para encontrar la paz, hay que ir por el camino de
la Justicia,
que es un camino de luchas.
A veces, quien busca la Verdad tiene que desconfiar de la
belleza..
A veces, quien busca el amor tiene que desconfiar del placer
y quien busca el placer tiene que desconfiar del amor
(Dichosos los que encuentran el placer y el amor en la misma
experiencia.)
A veces, quien busca la libertad tiene que sacrificar o
arriesgar la paz
o quien busca la paz tiene que sacrificar o arriesgar la
libertad.
A menudo, hay que olvidarse de todos para ayudase a uno
mismo
y otras veces hay que olvidarse de uno mismo, cerrar los
ojos,
y entregarse a alguien.
© Rubén Vedovaldi
Poema de Elena Eyheremendy
Doliente,
Dichoso y Big
Ogre
Cómo duele / Doliente
/ tu paisaje
calcadito de Beckett.
Duele tu escena
muda
donde sólo ocurre
que anochece
mientras vos /
tan simplemente trepas
sobre tu Cuerda
mínima.
Y repites tu
gesto hasta que caes
o que la
Noche cae
y arroja sobre
ti su voz
extraña.
Porque Godot no
llega / y vos a
cambio
solamente atinas a
encaramar los ojos
al paso enrarecido
del Paseante Dichoso.
Pero siempre es
de Noche en
tus heridas
el Invierno intimida
y todo huele
mal.
La soledad
espanta con su
teatro mudo
en cuyas
negras celdas se
alimenta un Big
Ogre
al que
a veces llamamos
Desasosiego.
© Elena Eyheremendy
Poema de Aníbal Silvero
Si llegaste al extremo
que un papel en blanco
vale más que tus letras
y tus letras menos que el papel
despídete Poeta
o adéntrate en el vacío mismo
en la deshabitada palabra
allí
en la oquedad del espacio
en el desierto de la mente
en la ausencia del verbo
se origina de nuevo el Universo
© Aníbal Silvero
Poema de Marizel Estonllo
UBICACIÓN
Se reunían en la trastienda
junto al laboratorio
junto a las varillas de vidrio y las espátulas
los amigos del lugar,
don Alberto, don Enrique, el Sr. Ponce
y el ajedrez.
Una partida rápida convocaba a algunos
y otros hablaban en voz baja
para que no escucháramos
lo clandestino.
Arriba de la mesa de mármol
una probeta, dos medidas de vidrio
el somnoliento recetario,
una pasta de lanolina, la suspensión de la goma arábiga
y la mirada de la niña rubia
posándose
sobre la flexibilidad de las cosas
cuando encuentran su cauce.
© Marizel Estonllo
20/1/16
Poema de Carlos Satizábal
ALGUIEN
LEE
tengo
la boca llena de tierra...
Pedro
Páramo
He
anhelado el canto,
el
canto para barrer la sombra, el canto para recoger mis pasos:
Las
calles de la huída, las esquinas del amor, las ciudades del camino.
El país
de la muerte, el país del retorno, el país del agua.
Ríos de
la infancia: hierbas voces árboles.
Caminos
del deseo: iluminaciones silencios despojos.
Y el
mismo volcán de sangre en la boca, el mismo páramo calcinado bajo los pies.
Un
vendaval de ojos, de carne, de música y de huesos.
Los
mismos torrentes resecos de muertos que cantan con las voces de la infancia.
He
buscado esos cantos en los árboles que huyen,
en los
ojos del miedo de los niños del camino.
A veces
les veo en las grietas de la furia y del dolor.
A veces
en las letras despedazadas de los muros callejeros.
Cantos
del sueño y de la muerte y de la mano dormida.
Cantos
sin voz o apenas suspendidos en volátiles hilos cerebrales.
En las
noches de junio,
cuando
Castor y Pólux cruzan con su luz mítica el cielo atormentado de la memoria,
oigo su
música caer de la oscuridad como frutos podridos.
Y en
las tardes de agosto, cuando las cometas y los faroles de aire y de papel de
china
valsean
sobre el valle de las garzas y los pellares, su martillo de palabras
azara
el sopor de la siesta con los incendios del viento y el vuelo de las cenizas.
Sus
trazos negros rayan mi mente al amanecer de enero,
bajo la
inmensidad del cielo, en los amaneceres azules de la sabana sin nubes
y la
quietud de las nieblas heladas que cubren mis zapatos
entre
la hierba atemorizada.
Más
allá del sueño y de la montaña, veo crecer esos cantos en las orillas del
río-mito,
bajo un
cielo cultivado a la sombra de todos los verdes de la selva.
Están
en la danza del abuelo Kumú que atrae con su rumor de cuarzos y semillas
la
balsámica intención amarilla del sol al conuco del alma.
Y están
adentro de mi cráneo, cuando la serpiente de luz une los abismos fractales
de mi
rústico cerebro con el zumo ancestral de hojas y bejucos.
Son el
son de la maraca que equilibra el mundo
y los
murmullos melodiosos que guardan el pensamiento.
Los veo
ahora muy arriba de mis ojos, en el vuelo de las tumbas del aire:
el
grajo mortecino de los gallinazos esparce por el cielo en su danza circular
el
tejido mineral de mis nervios.
Ese
vuelo danzado es el canto. El canto está donde están mis muertos.
¿Pero
dónde están mis muertos?
He
anhelado el rumor de sus canciones en mi palabra.
No su
memoria escrita entre la hierba por larvas, coleópteros y microscopios.
Si no
la memoria viva en unas letras, un tono, un ritmo, una canción
para
cantar en la tumba de las noches con platos y flores y aguardiente.
Voy de
vuelta. He anhelado el canto de la luz del regreso en el fragor del agua.
Quizá
nada regrese de mí ni de ellas y ellos.
Quizá
sólo los dientes de los muertos aren la tierra sobre los huesos rotos.
Quizá
no hay palabra que descifre con su música inútil
el
sentido de esta muerte sin borrachera, sin ceremonia y sin cantos.
Sin
tierra en la boca de los muertos.
Ya cae
la tarde de todas las tardes.
Ayer
huyó de aquí el hombre de la montaña que rompía con su grito feliz
la
algarabía de los loros que cruzan el valle.
¿Dónde
están los cantos que lo celebran?
Los he
buscado para alumbrar la hora del regreso.
Con mis
muertos los busco. Con sus voces imagino cómo suena su música.
Pero ya
nadie puede desandar este camino.
Quizá
un poema en estas hojas ilumine con sus letras
la
carne y los huesos y los nervios del olvido.
Alguien
vio la huida de las multitudes
y sus
ojos se hundieron en el espejo amargo del café de la mañana.
Alguien
oyó el ritmo medroso de sus pasos contra la tierra.
Alguien
escuchó el grito. Alguien ya no recuerda.
Otros
dicen: Esas voces, esos pasos, y su retorno, están siempre en los cantos.
El
canto las anuncia. La memoria está en los cantos.
Pero
¿dónde oír esos cantos ahora?
¿Cómo
saber si están aquí, en estas hojas,
y son
ahora suyos, lectora silenciosa, silencioso lector…?
© Carlos
Satizabal