Mi tía en el espejo
Tenía un espejo en la galería
donde bailaba y cantaba Funky Town
en cancanes de colores y nadie
la entendía bien.
Es que ella nació con mis abuelos grandes
y creció cuando ya no se discutía
de política en la casa, decía mi mamá.
Yo nunca había visto bailar a mis papás
con Silvio y Serrat.
La paciencia que nadie tenía con mis rulos, mi tía sí,
me peinaba y cantaba:
qué bello pelo tiene, carabín,
me hacía las simbitas, a cada lado,
dos igualitas
¿quién se lo peinará? Carabirulín, carabirulán,
ella cada tanto frenaba para respingarse la nariz
yo la copiaba,
lo peinará su tía, carabín
posaba en el espejo, hacía caras y yo igual,
quisiera siete centímetros más
y vos también, pobrecita, vas a ser petiza,
con peinecito de oro, carabín.
Si no le gustaba cómo quedaban las simbas,
comenzaba de nuevo.
Se agarraba los brazos y renegaba
Pucha vine a heredar estos brazos gordos y no
los ojos azules
y horquillas de cristal, carabirulín, carabirulán.
Después de ayudarnos con la tarea,
de lavar los platos, mi tía Claudia
hacía gimnasia frente al espejo de la galería
y en invierno se ponía polainas de lana,
del mismo color que el cancán.
Mi tía era hermosa como esas princesas
de las películas.
Al terminar, rodeaba con las manos sus brazos
y decía lo de siempre:
apenas se tocan el pulgar y el grande, ¿ves?
eso es malo,
levantaba la remera y miraba su cola
con gesto disconforme.
Cuando mi tía peleaba con algún novio:
vení, no más trenzas, me peinaba distinto,
tironeaba un poco el pelo enredado,
olvidaba mirarse y arreglarse la nariz,
y tu vieja se sigue llenando de hijos, ceñía
las colitas y me chuschaba,
qué carabirulín ni carabirulán,
un día me voy a ir de esta casa de mierda
apuntando con el cepillo, le decía al espejo.
© Ohuanta Salazar
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