31/8/24

Poema de Antonio Requeni

 


Relojes

 

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!

¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!

Francisco de Quevedo

 

El tiempo sólo es tardanza

de lo que está por venir.

“Martín Fierro” (Canto XXX)

José Hernández

 

Oigo el tic-tac de los relojes,

tic-tac tic-tac que el tiempo desmenuzan,

pero el tiempo es mi tiempo –reflexiono–,

y ese insistente, terco tiqueteo,

me mide a mí también, rige mi vida,

mi edad que entre sus manos se resbala.

Tiempo: tardanza de lo que vendrá

con su final severo, irrevocable.

Los minutos, las horas y los días

me apartan ya de todo lo que es mío.

El tic-tac, el tic-tac, sigue creciendo

y las agujas giran, impiadosas.

No nací para odiar, pero los odio;

asesinos del tiempo, los relojes.

 

© Antonio Requeni

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Poema de Ohuanta Salazar

 


Mi tía en el espejo

 

Tenía un espejo en la galería

donde bailaba y cantaba Funky Town

en cancanes de colores y nadie

la entendía bien.

Es que ella nació con mis abuelos grandes

y creció cuando ya no se discutía

de política en la casa, decía mi mamá.

Yo nunca había visto bailar a mis papás

con Silvio y Serrat.

La paciencia que nadie tenía con mis rulos, mi tía sí,

me peinaba y cantaba:

qué bello pelo tiene, carabín,

me hacía las simbitas, a cada lado,

dos igualitas

¿quién se lo peinará? Carabirulín, carabirulán,

ella cada tanto frenaba para respingarse la nariz

yo la copiaba,

lo peinará su tía, carabín

posaba en el espejo, hacía caras y yo igual,

quisiera siete centímetros más

y vos también, pobrecita, vas a ser petiza,

con peinecito de oro, carabín.

Si no le gustaba cómo quedaban las simbas,

comenzaba de nuevo.

Se agarraba los brazos y renegaba

Pucha vine a heredar estos brazos gordos y no

los ojos azules

y horquillas de cristal, carabirulín, carabirulán.

Después de ayudarnos con la tarea,

de lavar los platos, mi tía Claudia

hacía gimnasia frente al espejo de la galería

y en invierno se ponía polainas de lana,

del mismo color que el cancán.

Mi tía era hermosa como esas princesas

de las películas.

Al terminar, rodeaba con las manos sus brazos

y decía lo de siempre:

apenas se tocan el pulgar y el grande, ¿ves?

eso es malo,

levantaba la remera y miraba su cola

con gesto disconforme.

Cuando mi tía peleaba con algún novio:

vení, no más trenzas, me peinaba distinto,

tironeaba un poco el pelo enredado,

olvidaba mirarse y arreglarse la nariz,

y tu vieja se sigue llenando de hijos, ceñía

las colitas y me chuschaba,

qué carabirulín ni carabirulán,

un día me voy a ir de esta casa de mierda

apuntando con el cepillo, le decía al espejo.

 

© Ohuanta Salazar

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Poema de Ana Gervasio

  


ORACIÓN


mi madre me pidió que llevara flores a la tumba de mi padre.

le dije que sí pero pasé por el jardín y no las corté.

ya demasiado sangraba nuestra herida,

no quise lastimar la belleza que brotaba en el derrumbe.

dije que sí, llevo las flores. pero no.

 

en cambio llevaba la melancolía inmensa

 de esa hora en que los grillos comienzan a cantar.

 llevaba, también, la desesperación. la noche aterradora.

el camino era áspero pero las hojas de los árboles brillaban.

 

en lugar de flores llevaba en mis manos una casa,

la resonancia de unas voces que ahora desconozco,

cuerpos rebosantes de amor. equilibristas azarosos.

la inocencia desmedida. paisajes que se deshacían como frutas.

 

 en lugar de flores, el corazón de mi madre latía entre mis dedos.

 

 miradas de pequeñas criaturas asomaban en la hierba,

 limpié la maleza que cubría la tumba de mi padre.

 dejé sobre ella las flores que no eran.

 

un viento suave las encendió. los grillos cantaban.

 

[¿de qué color eran las flores que llevaste?

eran blancas, mamá. parecían de nácar y fulguraban]

 

© Ana Gervasio

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Poema de Diego Roel


 EL GLOBO

(Otoño de 1400)


¿Ves las veloces nubes blancas

allá abajo?


La tierra se aleja más y más.


Volando va desnuda

una sola palabra en el paisaje.

Dormida va.


¿La ves?


Ya pasamos las rocas de la altura,

los jaguares del sol, 

la franja donde la muerte deposita

los últimos dientes de la calavera.


Hermano, abre los brazos.


© Diego Roel


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Poema de Marta Ortiz

 

oigo caer otra lluvia

nada mansa / sí aguacero

 

los espacios son de agua

y no encuentro en esos ríos

el dibujo de tu mano

 

debería existir un ancla

una línea que me salve de tu exilio

la sutil carencia de tu voz

tu abrazo

tu calma

como lluvia menuda / no aguacero.

 

© Marta Ortiz

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Poema de Luis Bacigalupo

 

 

no quiero morir con la corbata puesta

 

si no es aquella que me hizo feliz

en los años de mi infancia

quizás por no ser propia

tal vez por ser ajena

 

tuve guantes de cuero marrón

ciertamente propios

y una gorra de cuero

también marrón

cuya piel interior

abrigaba mi cabeza

mis orejas y mi garganta

donde ambas extensiones laterales

se unían mediante un broche

a presión

               de bronce

 

debería escribir historias

acerca de las vidas

de las corbatas

 

corbatografías literarias dignas

del mayor interés

o simples narraciones de amor o

un thriller psicológico con esmirriadas y

sospechosas corbatas hitchcokianas

de dudosas coartadas acobardadas o

una ficción bélica en el Atlántico Norte

con naves extemporáneas como fragatas

carabelas, galeones y goletas

o quizás acorazados o un buque

mercante o un submarino a propulsión

nuclear y, me olvidaba decir, claro está,

¡corvetas! ¡siempre corvetas!

 

nunca pensé en morir

con las pantuflas puestas

ni en calzoncillos largos

menos aún con las medias

de lana a rombos todavía

sin zurcir, y jamás, desde ya

con mis sueños al abrigo

de una cofia de dormir

decimonónica

ni en someter mi vida

(¡ni qué hablar!) a la mesura de

un verso en extremo razonado

 

nunca en mi infancia usé

debo decir, zapatos de charol

ni tampoco estrechas corbatas rojas

con elástico

 

¡No! Esas corbatitas no…

(¡DIOS ME LIBRE…!)

 

© Luis Bacigalupo

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Poema de Araceli Otamendi

 


Ciudad de día, ciudad de noche

 

                    A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires

                    la juzgo tan eterna como el agua y el aire

                               Jorge Luis Borges


Hay una ciudad dentro de una ciudad...

salgo a caminar...

                                                Nadina

                                                ciudad de día

Garras de luz

Ciudad de árboles

Palos borrachos en flor

Ciudad gris, ciudad ausente, ciudad que araña

En días de lluvia es preciso mirarla desde un bar

Hay tantos bares

Puntos de encuentro

Ciudad de amigos

Ciudad de pájaros y nidos

Un pájaro vuela dentro de un negocio

después de una tormenta

Y sale nuevamente a la calle.

A volar.

                                           Griselda

                                          ciudad de noche


Con ojos desmesuradamente abiertos

salgo a caminar

árboles visten uniforme de guerra

para no ver

calles de cartón

calles de sueños

Grandes hipopótamos tragan los cartones

Ciudad de música

Ciudad de silencio absoluto.

 

© Araceli Otamendi

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28/8/24

Poema de Marcelo González Del Río

 


[ARTE POÉTICA]

 

Revolver la basura rítmica, concentrado,

matemáticamente. Buscar entre los despojos

la huella de la forma que ha sucumbido al

terremoto. Reconstruir el árbol por su tallo

más lóbrego y situarlo otra vez al sol y a la noche,

donde los árboles son más soleados todavía.

Hurgar entre los escombros que sellan el vacío,

sin más.

 

¿Lo ves? En la búsqueda yace el poema.

 

© Marcelo González Del Río

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Poema de Álvaro Mata Guillé

 


 

no hay presencias

                     ni olvido

                             ni búsqueda

 

sólo la penumbra cubre papeles dispersos

el parloteo de incendios y los vericuetos

 

la rutina, los grillos

la luna, el viento

 

¿se puede ser

feliz?

 

© Álvaro Mata Guillé

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Poema de Alicia Márquez

  


Jorge

 

Esta vez no vas a leer, o sí, no sabemos, mi poema

y no vas a decir moviendo la cabeza

que ganaría plata si escribiera novelas o cuentos,

pero que el poema te gustaba mucho.

No voy a escuchar tus palabras que me hacían reír:

“piojoso”, “rantifuso”, que ubicabas al lado de sustantivos

impensados y entonces: miopía piojosa o coche rantifuso.

Querido hermano, tan optimista siempre

pese a todo y hubo de todo, mucho.

Hasta último momento, optimista. Sonriendo detrás de la máscara

de oxígeno y diciéndome: ¡qué pajarón venirme a joder así, pero

ya va a pasar!

Pude decirte que te amaba en medio de esa pesadilla de tenerte

la mano durante seis horas en un limbo blanco, con enfermeros que iban

y venían y se olvidaban, siempre se olvidaban de en qué dedo tenían

que ponerte el oxímetro.

Te recuerdo pelándome uvas en un vaso grande, solo para mí

desenredándome pacientemente el pelo, haciéndome las trenzas,

despertándome a las seis de la mañana los seis de enero porque querías verme la cara

al abrir los regalos, antes de irte al trabajo.

Te recuerdo enseñándome a bailar, subida a tus zapatos,

yendo al cine y sirviéndote de escudo protector cuando salías con tu novia,

hija de un tano muy jodido. Y yo ahí, aburrida como nunca,

en los clubes de barrio, frente a la botella de naranjada, mirando a las parejas bailar

con las hormonas desesperadas.

Me hiciste amar el tango y juntos miramos mil veces Metrópolis, que te encantaba.

Ahora sí que estoy huérfana.

Pero… ¿sabés qué? No le voy a decir a nadie que no vas a estar más, para mí sacaste el auto a escondidas, y te fuiste al centro con los muchachos.

 

© Alicia Márquez

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Poema de Daniel Ruiz Rubini

 


PORQUE TE DUELE EL MUNDO EN LAS PALABRAS 

 

porque te duele el mundo en las palabras

me hiere tu tristeza

cuando desciendes del olimpo de la dicha

hasta los pozos que ocultan la verdad

 

cuando te ciega el resplandor de la miseria

en los niños que comen la basura

cuando un cuchillo hiende los músculos de un hombre

y los huesos de los ángeles buscan

un lugar para morir

 

cuando el país titila en los muñones

como una pierna asediada de gangrena

este país vendido y rematado

este país con memorias con resabios con olvidos

este país que deambula en las cornisas

este equilibrista seducido por la trampa

 

cuando te arde en la garganta

el llanto de las niñas violadas

y el silencio de los pájaros caídos

y esta ciudad de secretos que se inmolan

y péndulos que oscilan sobre el fuego

 

cuando el desprecio nos deja el alma expuesta

cuando miras las manos de un ladrón

expuestas como mártires en el museo de la infamia

cuando los vientres se inflaman de pobreza

y el desamparo deslumbra maldiciones

 

cuando los hijos se nos mueren

en las rutas que asfaltaron los sicarios

cuando los cementerios se alimentan de inocentes

duele el mundo

 

porque te duele el mundo en las palabras

te invoco desde el fondo de mi nombre

con esta marejada de amor

erosionado

 

y me pregunto qué haré para salvarte

si no encuentro una certeza

que nos mantenga en pie

después de la derrota

 

si somos una barca

que vaga por un lago de falsos penitentes

si rasgamos las grietas de la aurora

con las rodillas sucias de pedir perdón

y  el cansancio de haber tendido inútilmente las manos

 

si mi poesía te librara de escuchar

los murmullos que el espanto prodiga a la condena

si bastara con mi amor

si mis versos alcanzasen

 

si una metáfora pudiera desgarrar con mil zarpazos

ese alarido bestial que enmudece las caricias

pero no hay consuelo

cuando te duele el mundo en las palabras

 

© Daniel Ruiz Rubini

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Poema de Daniela Camozzi

 


Profe del taller

 

No conseguí esas galles,

estas también son ricas.

¿Alguna va a poner

el agua para el mate?

No hace falta pelear

que si dulce o amargo,

hagamos de los dos.

¿Qué es lo que quieren?

¿Nada de desamor,

nada que corte?

Bueno, está bien, pongamos

música ahora.

Y leamos después

Juntes

en coro

lo que ella pidió

frente a una catedral:

necesito

que la piedad del amor

me salve.*

 

  *Los últimos tres versos son cita del texto “Recuerdo de un verano difícil” de Clarice Lispector.

 

© Daniela Camozzi

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Poema de Carlos Vitale

 

 

CORONACIÓN

 

Sentada en una silla

que la sobrevivirá

la mujer observa

los patios interiores

 

Círculos inquietan

la superficie del agua

 

El balcón es un mundo

ínfimo y seguro

y ella fija en ella

la mirada infinita

 

La soledad no reconoce límites

 

© Carlos Vitale

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Poema de Griselda Salamone

 

 

TEMER

 

Hay una guerra entre los hombres

y las brujas

ellos temen el vuelo

ellas padecen a traición, la estocada.

Ellas se juntan en los montes

algunas mañanas las encuentran desnudas

acurrucadas de frío y de muerte

                 y ellos dicen que son peligrosas

exhiben su sangre en las manos

en los cuchillos    en los dientes.

Es intensa la persecución

ellos, los lobos

cada una la presa

y presa y trofeo se confunden.

Fieras constantes muerden y desgarran.

Se hiere lo que se teme.

 

© Griselda Salamone

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Poema de Guillermo Bianchi

 


ÚLTIMO CIELO

 

te espero

como se aguardan los trenes nocturnos

que se alimentan de seres callados

mendigos entre príncipes de barro

marcados por la vida que los pateó en el suelo

y ya no bailarán bajo la luna

ya no harán el amor en una playa griega

desplazados del sueño nos contemplan

y en esos ojos se refleja el mundo

en esa inmensidad

en esta espera.

 

© Guillermo Bianchi

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Poema de Irene Scalabrelli

 

Tu rastro

 

Se me hace largo el tiempo de esperarte.

No te conozco, pero ¡qué noche aquella!

No sé cómo sos con paraguas

con sombrero, con miedo, engripado,

con el pelo largo, con barba de dos días,

con cara de pedir perdón, de perdonar, de circunstancia

no sé cómo te verías caminando por mi barrio,

comprando pan, decidiendo el vino,

a la sombra de mi árbol, al lado de mis hijos

no sé de qué te reís y casi no recuerdo tu boca

no sé cómo es tu cara en el cine

si te gusta el cine

qué ves en el cine

ni tu cara de decir que no, de maldecir, de dar limosna,

ni las caras de poner en cada caso.

No sé si te gusta como a mí la lluvia, Chaplín,

los higos secos, las fotos viejas,

los techos desde arriba

las manifestaciones desde adentro.

No sé lo que te pone triste o te mata de risa

lo que guardás en los cajones

lo que no querés prestar a nadie

lo que nadie te quiso dar.

 

No puedo adivinar tus pasos

ni presentir tu llegada,

no sé si te amo o si vos

no sé cómo mentís

ni qué te enfurece más

 

no sé casi nada de vos

no tengo la menor idea

pero se me ha hecho largo

 

este largo tiempo

de haberte perdido el rastro.

 

© Irene Scalabrelli

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26/8/24

Poema de Mario Nosotti

 


Todo lo que bajaba en la palabra Adán me pertenece

como el primer paseo de hombre por un bosque

en la primera noche de verano. Mira el cielo estrellado,

el vidrio roto, piensa, cómo se fue mezclando uno en todo.

 

Me tomo el té, callado, primera vez que alguno toma

té. Unas nubes deshechas avanzan diligentes,

se enganchan en las ramas, los techos puntiagudos,

llenando de humedades transparentes, este símil edén.

 

Las copas de los árboles se alzan, como queriendo abrirse

a luces adivinas. Las casas, su luz atravesando las hojas

de las ramas, cada una es la forma que desciende

de la palabra Adán.

 

Cuando la oscuridad me apaña por lo bajo

el cielo se descubre: una explosión de esquirlas que

titilan heladas. Me veo en las sandalias que siguen sin orgullo

por la calle de arena. Son las pisadas viejas de

algo nuevo. Acaban de salir a la existencia por el mismo

agujero donde sale todo. Todavía no hay bosque, pueblo

costero, nada, siquiera parecido a un pedestal.

 

© Mario Nosotti

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Poema de Simón Dante Lorenzón

 

 

Lastimé el caparazón que te protegía

                                           del mundo

solo la carne te habla

y hoy las culpas empezaron a terminar

                                     con mis deseos.

Rompí tu piel sin obediencias

                      y hoy la sangre me asfixia

                en sutiles pausas en el tártaro

                                          de mi corazón

 

© Simón Dante Lorenzón

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Poema de Miry Sarkis

 


Llueve

 

Llueve,

hoy llueve

a lo largo de mi espalda,

llueve

dentro de mi pecho,

llueve.

El tono

tus palabras

me hacen llover.

¿Por qué esta reiteración?

¿este volver  a la furia?

¿ Vuelven los sueños?

Camino sobre tus pisadas

intento suavizar la ira,

nada te contiene.

Ese enunciado

de todo lo puedo siempre

no permite acceso posible

determina

reafirma

tu inseguridad.

Y la lluvia

me cansa

me inunda.

 

© Miry Sarkis

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Poema de Catalina Boccardo

 


siempre escribís

 “te pienso”

 

forzándome a salir de escondites

 

a minar

un terreno carnal para ambos

 

© Catalina Boccardo

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Poema de Carlos Norberto Carbone

 


ESTA CABEZA

 

Esta cabeza no halla la palabra y pesa mucho

Pesa porque esta torpe

No sabe que ese papel en blanco

Es una canción menos

Un pájaro que no sabe volar.

 

Esta cabeza

Ni dura ni blanda

Distraída

No escucha el cardumen de la noche

Los fuegos y sus manadas.

 

Esta cabeza

Que no le importa a nadie

Piensa en los grandes muertos

En los pequeños vivos

Y en los árboles

Pasivos observadores de tanta muerte inútil.

 

© Carlos Norberto Carbone

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Poema de Carolina Brieux Olivera

 


Para alabanza y gloria de su nombre

 

Rezo para que calme

el sacrificio de mis manos.

 

Insisto:

la fe es un animal privado de alimento.

 

© Carolina Brieux Olivera

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Poema de Aníbal Benítez

 


Voy a buscar un viento

no el que está atrapado entre las cuadras

las vidrieras

y los puesteros

el sol del mediodía

y el tedio

 

Voy a la esquina

donde se arremolina el pequeño caos

y sube al cielo

y mi corazón es un pajarito

 

© Aníbal Benítez

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Poema de Cecilia Galeano

 

 

EL SOLO POEMA

 

Albaceas, traigan el solsticio, el solo poema (flameando) /

Y una foto de Leningrado bajo la nieve /

reúnan a todos los fantasmas, los rostros amados y el aire de Sicilia mecido por

almendros / el pulpo gris de ojos muertos /

las cantigas, las pruebas de galera y los olivos / y el largo pelo del ’73.

 

El solo poema escrito y replicado en fragmentos de espejos,

escapularios, mapas celestes / en la niebla del Dock, y en la

tristeza / en el dorso de una mano / en listas de objetos para

un viaje transoceánico, en su olvido / en un canto ranquel y en

la primera estrella / en los nombres de lo amado (como hierbas milagrosas). /

Una ráfaga lenta y todo enmudece / corona de fiebre, 39° /

veo esferas doradas, dejan su estela, un cielo incesante en la habitación /

me llevan en pelo caballos de crines rojas, y el mar, el mar /

mentalmente hago mi testamento:

pienso en unas cintas azules que encontré en un container /

pienso en un gato y en una lámpara rota /

debo acertar como un hada que reparte dones /

ya sé a quién los libros y toda la música (debería dejarle también el corazón) /

y a quién la foto del perro negro que mira el mar, debo acertar /

la casa está vacía y helada /

y yo no sé a quién dejarle esta piedra de silencio.

 

© Cecilia Galeano

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