CRUZAR
EL RÍO
subir el puente
peldaño por peldaño
no mirar atrás
los huesos húmedos
en marcha certera
bajar al río
internarse en la
corriente
el aire
se hizo más fresco
sobre
el tronco pringoso
escribo en un cuaderno pequeño tapas ocre por indicación de
Edi cuyo oído extraordinario determinó este equivalente como forma de
garabatear mis voces a diestra y a
siniestra
calzar los pies
hundir sus plantas
inclinarse dócil
hasta rozar las manos
en vorágine de lecho
buscar la hermandad del aplauso
bajo el
murmullo del agua
el tigre asoma su cuarto delantero, me desafía, gruñe
supongo, intenta amedrentarme desde sus colmillos filosos, pero no lo escucho
empecinada en
ahuecar las palmas
recoger el líquido
saciarme en cada gota (como en el principio bautismal)
destilar la savia que se escurre
entre las
cavernas de los ojos
envolver las pupilas
liberar la lágrima solemne
miro la contratapa, la figura animal se completa, detrás
aparece el mismo torso más acotado,
distante lo suficiente para ubicarlo en otro plano, lo que me obliga a volver a la primera hoja, aún prolija en trazos,
todavía vírgen en su caligrafía de versos
alzar la vista
fijar el sol en su ronda hierática
derramar su imagen de
labranza
danzar en círculos
a viva voz
bajo las agujas del
cielo
escurrir el rostro y mirarlo de nuevo
sí
es nuevo
¿lo lograré? desisto de la próxima página y continúo en los
esquinas del papel inicial, a contrapelo de palabras, intercalando frases a
trancos discontínuos (lo terrible de la estructura es romper el molde adrede)
sin tapujos, aunque en noble gesto de
remordimiento
rebosar la cintura
abrazar cada pliegue
estoicamente
socavar espalda y pecho
justo
hasta el vértice de la barbilla
la cabeza ardiente
aún
despojar el cuerpo de su formato
original
una
hilera de aves
sacude el aire y pierde su curso
desplazarse sin variantes
plácidamente
exhalar el agua
en
mi
absoluta
desnudez
la otra orilla aproxima los bordes de un animal feroz que ya
no temo
© Vilma Sastre