22/10/12
Envío de una mariposa que viene de la infancia
A Roberto Aparici
Querido
Miguel:
cariñosamente
encontré
una mariposa para vos
en el cuerpo de mi infancia.
Parpadeaban sus colores
en mi jardín de tierras ausentes
frente a una casa
poblada de padres.
Yo sé que es muy poco
lo que puede decirse
de una mariposa,
pero resulta que a ésta
la maté yo
y muy alegremente
y muy alegremente también
la enjoyé con alfileres
y la puse a trabajar de recuerdo.
Eso ocurrió
un día
en que aquí y allá
asomaba el verano
su nariz de payaso.
Así ha coincidido
mi infancia
con tu edad desolada.
Esta mariposa es mi único crimen,
cometido
cuando el crimen podía sorprender.
Hoy matar a un hombre
es más común
que matar a una mariposa,
por lo tanto
necesito admitir
que todo es insignificante.
Me parece oportuno entonces
enviarte
esta frágil memoria de las flores.
Recibila
como un nada fantástico testimonio
de que algún día
puede matarte
muy atentamente.
Formado: Roberto.
© Héctor
Miguel Ángeli
Foto: Gustavo Tisocco
Poema de Walter Iannelli
Memoria de la
Carne
Pongo carbón
papel
y enciendo el fuego.
Después del primer vino
flota en el aire
-a la luz del hierro caliente-
el olor a grasita chamuscada de viejos asados.
Fantasmas que en su gotear
son
el perentorio ahora de mi nariz
domingos o lunes o jueves
que se funden en el aire
en el acto único de mirar las chispas
teofanía del presente.
No hay nada que decir del tiempo.
Parece que se mueve
pero se queda ahí
por ejemplo
agarrado a los fierritos de una parrilla.
© Walter Iannelli
Poema de Roberto Reséndiz Carmona
LABIO AMARGO
Desata las cintas
del calzado
para no salir a
buscar más piedras en la calle
ni escuchar el agua
en los bajantes de
ladrillo.
Nada de lo que digan
puede aliviar el
aire que la toca
la savia que brinca
por la carne
el gélido labio que
la muerde.
Llueven escombros
cada mañana
predispuesta
sabe que ha muerto
sin embargo
no reconforta la
carne magullada
el miserable
silencio
en la candela en el
apando.
Por no encender la
flama
revuelca el cuerpo
en la tiniebla
anida pecados
el lumpen de otro
cielo amargo.
© Roberto Reséndiz Carmona
Poema de Raúl Feroglio
EL MAESTRO
A María Stella de Torassa
La
mano del maestro está en la sangre
adherida
en la historia a lo perdido.
Cruza
siglos de dudas, gritos y hambres,
dando
a luz lo que estaba sumergido.
La
lengua del maestro es fibra y sabe
que
hasta tu oído lleva el bien sentido
argumento
de la vida. De graves
aromas
y sabores va teñido.
Si
del maestro el espíritu renace
en
palabras o sueños convertido
tiene
unas alas de ave en el constante
buscar
y no encontrar el infinito.
Los
pasos del maestro van al viejo
callejón
donde somos un espejo.
© Raúl Ricardo
Feroglio
Poema de Silvia Mazar
No sé cómo se escribe
atmósfera de cisnes
ni sé porqué me escondo
detrás de las palabras
El cielo está gastado
lo miro desde lejos
y no logro enfocarlo
Si supieran las hadas
cuánto quise tenerlas
sentadas a mi lado
aunque fuera un momento
pero nunca quisieron
beber uno o dos tragos
en mi mesa de vidrio
No sé cómo se escucha
perdón te he lastimado
la manzana divina
la naranja dorada
un lunes por la tarde
me encontrará dormida
el poema profundo
que me escribió un amigo
© Silvia Mazar
21/10/12
Poema de Laura Massolo
EN LA OCASIÓN
En la ocasión del golpe, el martillo, la ruptura, las esquirlas,
que aparezca la oportunidad de analizar las partes,
tal vez esa palabra que alguien dijo cuando llegamos de la escuela,
tal vez esa sentencia que no es ni la verdad ni la memoria.
Que aparezca el pegamento, la masa, la herramienta, el polvo;
que trabajen las manos y trabaje la conciencia y trabajen los pasos
con mutismo de hormiga.
Que aparezca el modo.
En la ocasión de la fractura, la cerrazón, el estallido,
que aparezca la fracción que articula el rescate.
Tal vez el pensamiento cuando se vuelve indulgente con el miedo y el fracaso, una manera dulce de apretar la náusea.
Que trabajen las noches, las piernas, los perfumes, el encaje, los
vaivenes, el orgasmo;
que una pieza se pierda, que algo se tape de silencio.
Que se descubra una medida.
Que se invente otra forma, que se forme una cápsula, una envolvencia,
un charco.
Que la lengua suavice la corteza y nuble los ecos con saliva y con
engrudo.
Que las astillas puedan redondearse entre los pechos.
Que hayamos aprendido.
© Laura Massolo
Poema de Paulina Vinderman
Esa mujer
(tierna, inestable)
va detrás de la
sombra de un perro más viejo
que el mundo
y escribe la
historia del vendedor de escobas
como si fuera un
ensayo sobre la noche.
Esa mujer tiene
a veces
un brillo de tornasol
sobre su nuca
Sólo a veces,
porque los días
lo esfuman durante el destierro,
durante la
derrota,
la derrota que
se enciende puntualmente
entre las
columnas jónicas -imaginadas-
a la hora en que
el sol se cae,
en que el sol
parece caerse para siempre.
("La última
vez que nos vimos
ibas a contarme una historia, dice.")
Poema de Miguel Oyarzábal
No escribo poemas de amor presente,
siempre voy detrás de los acontecimientos,
o al costado, como un segundo tren.
Cuando él llama a la puerta con los nudillos iluminados
le abro sin hacer preguntas, sin escudos,
jamás le pongo llave,
lo ejerzo sin metros ni balanzas
y no le doy tregua ni siquiera al aire.
Pero tratándose de escribir,
eso pasa a lo lejos,
es la marea con la memoria a flote
que golpea y golpea en el borde de la mesa
arrastrando pedazos de las navegaciones y los náufragos.
En fin, cuando escribo,
escucho la voz de una sirena
que me pide algunas palabras
para su soledad.
Poema de Milagros Rodríguez
Si mamá conversa conmigo y arma una casa de palabras
de cuello de pájaro con una cinta plateada
Si mamá conversa y me mira
engendra un nido; puro alborozo
pura siembra en una tierra fértil y desprevenida
Entonces yo, que soy un niño
y tengo nuevas las palabras, nuevos los sueños
nuevo el amor en mi corazón intacto
atravieso su mirada
de flores amarillas
como de sol, como de caramelo de miel
y me pongo de puntillas y la abrazo y le agradezco la
ternura
© Milagros Rodríguez
Foto enviada por la autora del poema
Poema de Lidia Vinciguerra
A Raúl Vera Ocampo
Pienso que uno se cae
y se levanta
y vuelve a caerse
y se levanta
y carga la lucidez
de asumir la negación
pavorosa
de quedar ahí
quieto
o para siempre
en el piso
en ese lugar reservado
a los insectos
de quedar ahí
magullado
con algún hueso roto
de quedarse ahí
a punto de quedarse.
Entonces sucede
la actitud natural
ganar
la superficie
de ese fondo reservado
a la doblegación
de los cuerpos débiles.
Encontrar
y encontrarse
en ese universo inconcebible
del pensamiento vertical
–o pendular–
esclavo de los hombres.
Y es curioso
presiento que
mientras tanto
algo nos distrae
quizás
la subjetividad amorosa
de creernos omnipotentes.
© Lidia Vinciguerra
Texto de Silvia Loustau
Duerme, duerme
Duerme, duerme, canturrea, su voz desafinada, bajísima.
C anta y lo acaricia. Bajo su peso se ablandan los bultos de un delgado colchón.
Duerme, duerme.
Oye las cornejas, disparando, ya se ha acostumbrado a esos ruidos, desde que se fueron a vivir allí, a esa quinta alejada., con su techo de tejas españolas y las puertas pintadas de verde.
Duerme, duerme.
Esa mañana lo había puesto en su canasto de mimbre, en la galería, que jugara con los colores del sol. Sus piececitos se curvaban bajo la liviana manta celeste. Ella lo miraba cada tanto, mientras proseguía su tarea tecleando en la Rémington.
Se inclinaba a besarlo.
- Capullo nacido de nuestras sangres, pensaba, pasándole el índice por
las mejillas.
Capullo, pensaba, él la miraba, parecía guardar el mensaje en sus ojos traslucidos.
Tenés los ojos de tu papá –le dijo.
Sentada en un sillón bordó, gastado, lo acunó, le dio el pecho. Las manitos acariciaban la teta y ella sentía un río de dolor y gozo. Sentía en su interior el amor y la violencia más salvaje. Sería capaz de derribar de un golpe a cualquier intruso, cualquiera que osara entrar en la casa, despertar al durmiente.
Duerme, duerme.
Anda de un lado para otro en la casa. Pone flores silvestres en un jarrón de bronce. Pela manzanas y las vuelve puré con miel para el niño.
A veces, por la noche, escribe un nombre en el vidrio de la cocina. O dibuja una estrella.
Cuando los mirlos lanzan alto los anillos de su voz se levanta, lo lleva a la cama amplia y lo alimenta. Sus pechos efusivos lo alegran. Saldremos a pasear por el bosquecito de pinos, observaremos como todo enrojece.
Caminando cantaban al hijo, los dos cantaban.
Vagábamos como el pastor y la peregrina-imagina.
Duerme, duerme.
Duerme- dice- deseando que el sueño descienda como un plumón. Deseando que la vida retenga sus rayos, convirtiendo su cuerpo en un hueco tenue y allí duerma el niño.
Duerme- dice- duerme, verás los ojos de tu padre, cuando los míos ya estén cerrados.
Duerme, él retornará con trofeos, los pondrá a tus pies.
Son luciérnagas rojas, le susurra- Pero, duerme, duerme ¿sabés?afuera las agujas de los pinos ocultan las estrellas y las estrellas se mueven y las hojas están quietas. Asombradas
Piensa en el día siguiente. Como un mantra repite: iremos a la granja de don Luís, a comprar pan, huevos, leche y miel.Leche y miel. Leche y miel.
Acomoda la espalda. La cortina enrojece. La cortina empalidece.
Duerme, duerme.
¿Vendrán más niños, más cunas? Días de ver crecer el vientre, latiendo.Días de perder la mirada en los castillos del fuego ardiendo, ese olor a resina, ligándose perfume del tabaco negro de él.
Duerme- susurra-es sólo el rumor del viento, voces rotas por el viento.
Shhh, silencio, escucha, es sólo el suspiro de los campos.
Duerme, duerme.
Aúlla la madera de la puerta.
Los taconeos.
Los gritos.
Duerme, duerme y lo acaricia, allí en el fondo de la bañera.
Duerme.
Se hace noche
Para siempre.
© Silvia Loustau
Poema de Máximo Ballester
esa mosquita
que hacía círculos
ochos acostados
y que de pronto se le daba
por rebotar de cuerda a cuerda
de un ring invisible
se habrá preguntado
qué es el amor
cuando yo tenía tus manos
sobre la mesa del café
y las besaba agarrándome de vos
como si fueras la última ramita
del último árbol
allá bien arriba
en la montaña del fin del mundo
Poema de Laura Soledad Romero
Momento III:
Separación
Los años se
derraman,
la distancia es
precisa para amar lo conocido.
Quedarnos mudos,
expectantes,
huérfanos de
dios y eternidad.
El sol que muere
sin decir nada,
calla oculto.
Del libro de los
por qué
sale una sombra
inquieta
y vuela.
Esta es la
lluvia
que nos libera y
nos ahoga.
Huesos
sentimentales se abrazan.
Un hombre, una
mujer,
se mienten aún
cuando se dicen la verdad.
Es la historia
de la lluvia,
de los presagios
nocturnos,
de los ojos que
reviven la noche hasta devorarla.
Y a la boca del
día
se le cae un
diente entre las ruinas del momento.
© Laura
Soledad Romero