26/11/22

Poema de Osvaldo Bossi


 UN AMIGO ME DIJO


No hagas planes con tu amante. 

No hagas planes 

con tu amante, nunca, me dijo. 

Vayan hasta la Costanera

y miren juntos una tortuga asomar

entre los camalotes. Deja

que se desnude

en tu cama, y entra como dormido 

a esa cama, porque estás dormido. Un beso

es solo un beso. Acaricia su cuerpo

como si contuviera todo el porvenir,

aunque por la ventana sólo entre

una ráfaga de oscuridad. No escuches

sus promesas. Sobre todo, eso 

no lo escuches. Aire en el aire, girando

sobre unas gotas de rocío, eso son. 

Lo encierras

en tu secreto camafeo 

y al otro día ya no está. 

Llora con sus lágrimas. 

Repite con tu propia boca 

las dulces

palabras que él te dice. Mira con sus ojos, 

y deja que el ritmo 

de su respiración

te lleve lejos, a cualquier parte, como lo hizo

claramente hasta ahora. Pero no 

hagas planes, no hagas planes 

con tu amante. 

No hagas planes con tu amante, nunca.


© Osvaldo Bossi


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Poema de Martín Raninqueo



 Tañi lewfü

 

Mi río no tiene un palmar sin orillas

ni los sauces tienen aura.

 

Mi río tiene un encaje raído

de recreos sindicales vaciados

y hombres arrojados a sus fauces

en vuelos nocturnos.

 

Mi río tiene la atmósfera enrarecida

de La ribera de Enrique Wernicke donde

“las ramas de los sauces,

acostadas sobre el agua,

parecen los cabellos desgreñados

de un gigante que se ahogara”.

 

Mi río tiene el color de las chapas oxidadas

de la corriente paralela que forman las villas

Tranquila, Rubencito, El Zanjón,

El Molino, el Miguelín.

 

Mi río es una pampa de agua

donde mis ojos cabalgan. 

 

Tañi lewfü: mi río

 

© Martín Raninqueo

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Poema de Matías Verna

 


 

Adolescentes

 

Ella tenía guantes de lana,

me acariciaba la mejilla derecha

y sus dedos ocultos crujían

en mi barba adolescente.

Su cuello olía a invierno

y la nariz tenía mares secos

con caracoles exóticos

y arenas adulteradas por el turismo.

Sus ojos guardaban libros

y frases de amor

que apelando a la ignorancia

fingía no conocer.

Creo que no me amaba

y sospecho que yo tampoco.

Ella tenía un nombre

y yo también

pero en esos momentos

nos llamábamos diferente.

 

© Matías Verna

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Poema de Mirta Venezia

  


TIERRA NEGRA


Si no quema/el verso es inútil/será vana cosecha y bruma y rocío.

Alfredo Luna 

 

alguien le dijo al oído

que hurgara en su corazón revuelto

donde ya no encienden las antorchas

tan inmenso el humedal

hay que limpiar hasta el hartazgo

trabajar  de sol a sol

abrir el surco cegado de amargura

meter los dedos  en la tierra negra

arrojar las semillas

mezclar con exiguo estiércol

para que cierre parte del desgarro

como si hubiera un cielo de agaphantus

     meter los dedos en la tierra negra

     hasta que las uñas se quiebren

     hasta la sangre de los días

     hasta que brote furiosa la leche agria del pecho

 

si no destrozas el corazón

la cosecha no será .

 

© Mirta Venezia

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Poema de Fernando Raluy

 


De mí

 

Al aroma diurno

al verdor que llegó

al rocío

cincelando

al perro,

 

una brizna de mí

 

que ando sin juicio.

 

© Fernando Raluy

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Poema de Majo Bozzone

  


Hojas de otoño

 

                      A Luchi

 

No vengo a verte,

vengo a que escuches una vez más 

el crujir de las hojas de otoño. 

¿Sentís el eco que dejan en el suelo?

Mis pies aún lo arrastra

y fluye entre mis venas

hasta llegar a mi boca

y volverlo un sonido silibante.

 

¿Palpás el rojo que las desprende del árbol?

Los humanos caen al nacer, caen al morir.

Cada caída trae una danza

las hojas se entregan al viento sin saber

cual será el punto de tierra que las toque

dónde entregarán su color.

 

¿Escuchás el vuelo? ¿las oís cayendo?

mis manos reiteran esa danza caída 

tu mano delgada se despierta

y encuentra la belleza de lo informe.

El aire llega esta vez a tus pulmones

Peligra el ser en esta vuelta

y en esa locura, esa entrega nos alivia.

 

No vine a verte,

las hojas ya fueron amarillas

y ahora de marrones

se confunden con la tierra

Vos ya diste el salto del despojo 

yo camino aún por la otra orilla 

llevada por el crujido de las hojas

y fragmentos de poema que me habitan.

 

© Majo Bozzone

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Poema de Luis Bacigalupo

 


SATSANGA 

 

Una hormiga camina a mi par

ambos, cautivos de la paradoja de Zenón.

 

Advierto la proximidad del invierno en sus espaldas

una carga que, extrañamente, parece infundirle bríos

a su expedición.

 

Ignoro su punto de vista sobre mi persona.

Ignoro en verdad si ha registrado mi presencia

o si, en cambio, la ignora sin más.

 

Si algo he hecho en mi vida ha sido ignorar.

Esa es mi carga. Pero lo peor que me ha ocurrido

es haber ignorado el sentido de esta vida en tránsito.

 

El nuestro, el de la hormiga y el mío,

prosigue al compás que pautan las buenas compañías.

 

Me pregunto que si la hormiga pensará

lo mismo que yo pienso

algo ligeramente distinto o todo lo contrario.

 

No ha aminorado la marcha.

Es una hormiga de una gran resolución.

No hay desvío

prosigue a mi lado sin renunciar

a su ilusión de verdad.

 

Su vía es su meta.

 

Me pregunto que si la hormiga se preguntará

si yo pienso

lo mismo que ella piensa

algo distinto o todo lo contrario.

 

Podría contarle tantas cosas

hablarle de una vida ignorada por completo.

 

Pero qué es lo que me hace pensar que habría de interesarle

el vital relato de mi ignorancia si, después de todo

lo ignoro al punto de hacérselo conocer.

 

Y como todo lo ignoro

no sería capaz de afirmar cuánto tiempo

llevamos juntos

la hormiga y yo.

Escucho la proximidad del invierno en mi silencio

que es parte intangible de mi carga.

 

Lo cierto es que

aunque no advierta el menor de los indicios

el final del camino se aproxima o

nosotros, poco apoco

nos vamos aproximando a él.

© Luis Bacigalupo

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Poema de Marcela Meroni

 


Huyo de la impiedad

de lo fijo

eterno

inmóvil

¿Se derretirán

muelles y túneles

en la ergonomía

de un párpado

cerrado?

 

© Marcela Meroni

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Poema de Marcela Minakowski

 


caen de a una tus palabras de techista

 

–lucarna es como una ventanita ahí arriba

–ruberoid una telita negra que se pone en los techos

–ceresita…

 

no no no me lo digas

¿una fruta pequeña y roja?

¿como las del patio de casa, papá?

¿una pequeña guinda como un ojo

¿un ojo caído de un oso de felpa

enorme que no tuve?

¡no me lo digas papá!

¿una frutita de juguete

una aceituna imposible?

¿un pequeño milagro de verdulería?

¿una bolita de vidrio que rueda indiferente,

una piedrita para coleccionar?

 

 

caen de a una tus palabras de techista

 

© Marcela Minakowski

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Poema de Luis Daniel Álvarez

 


 

A Carlos Castañeda

 

Sentado a la orilla de un río

emprendo un vuelo

por los círculos de fuego,

y una suave frazada de cactus

hace desaparecer mi cuerpo de escamas en el aire.

 

En las dunas de la soledad etérea

encuentro a una mujer

jugando con sueños

escondidos en el abismo;

y los siderales calman la sed

de las almas cansadas de la realidad.

 

Grandes esferas de colores marinos

adornan con hojas a las nubes pecadoras;

y las diatribas dilatadas con maldad

son inscriptas en los días obstruidos

por corazones prófugos

de pesadillas estupefactas.

 

En la caverna de la conciencia

dibujos infantiles vencen

las sombras atormentadoras.

 

En la cima de mi cordura

espejos y flores mágicas

reflejan los sonidos de la esperanza.

 

Simplemente en este retiro

fluyo entre las betas de la luna

comprendiendo el brillo de las palabras.

 

© Luis Daniel Álvarez

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25/11/22

Poema de Juan Pablo Hidalgo

 


 

Un pájaro pequeño

 

Un tordo

no es un cuervo

es

 

un pájaro pequeño

azul tornasolado

negro a contraluz

 

es una brisa

nocturna que recorre

los balcones luminosos

 

en mi balcón

cierra sus ojos

como quien está por oler

 

sacude su pico

entre las hojas

y sueña con otro

 

pájaro pequeño

azul tornasolado

negro a contraluz

 

© Juan Pablo Hidalgo

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Poema de Ohuanta Salazar

  


 

Mi mamá niña

 

I. Los choclos de la abuela Petrona

 

La abuela de mi mamá parecía

vieja desde siempre y era bajita, bajita,

tenía cara triste y muchos santos

que vestía con ropa limpia.

En la mesa, antes del primer bocado,

nombraba algún muerto de la familia:

hoy es el aniversario de la muerte

del tío lejano del abuelo Secundino,

que Dios y diosito también,

lo tengan donde lo tengan.

A veces el cuarto de la abuela Petrona parecía

llenarse de choclos y desde la cama

llamaba a los nietos para cosecharlos.

Cerca de la ventana estaban los choclos morados,

en el ropero los amarillos

y los blancos gorditos, favoritos de la abuela,

estaban por todos lados.

Mi mamá niña y sus primos llevaban

una bolsa, grande, grande

y a veces dos, cuando la cosecha era abundante.

Allá debajo de la cómoda y mi mamá niña

estiraba el bracito hasta encontrarlo y llevaba

el choclo a la bolsa que dos primos sostenían

abierta.

Los más altos acercaban el sillón

para juntar los que colgaban de la araña

o arriba del ropero,

se están dejando unos ahí, changuitos,

mi tío Emito niño siempre encontraba

los choclos difíciles.

Muy bien, ya está, decía Petrona

y terminaba la cosecha.

Mi mamá niña y sus primos

se acercaban a la cama y esperaban

que su abuela les acariciara

el cabello a cada uno

y que prometiera, justito antes

de cerrar los ojos,

que al día siguiente se iba a levantar

tempranito, tempranito

a rallarlos para la humita.

 

© Ohuanta Salazar

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Poema de Mauricio Cappiello

 


 

                                                                                          Entre los ojos ajenos y esta que soy

                                                                                          hay un salvaje alarido de silencio

                                                                                                      Susana Cattaneo Corona

 

Lluvia cae, cae

pura / casi perfecta

sin los sonidos habituales       - de la vida -

hay una mujer /una lluvia

digo

podría ser - ahora - esa lluvia

este alarido de silencio, atruena /

debería ser impetuosa         (como nunca antes)

acaso es tiempo de oír

los verdaderos sonidos /

descubrir el lenguaje salvaje       - de un sueño -

digo

hay una mujer en la lluvia

y un paraguas, con su deslucido color

¿o, quizás tenga el color de la tristeza?

- Hay ajenas miradas -

Y esa mujer está en la lluvia      (debajo o adentro)

Hay un indescifrable páramo - la rodea –

(nos rodea)

sucede en mí imaginación / sueño - en ambos tal vez -

la observo, ella observa la lluvia

que cae, cae         (casi como una leve epifanía)

a la intemperie de un tiempo o en otro mismo tiempo

digo

donde hieráticas ausencias caen, como esa lluvia /serena

como aquellas reminiscentes sombras /el incierto abismo

esa eterna soledad / la espera

Hay una mujer, una lluvia y un silencio

¿en el sueño? no lo sé, tal vez dentro de él o debajo de la lluvia,

lo cierto es     

                   - ahora en algo que se parece a la vida estamos –

                    si sucede /

                              si todavía.

 

© Mauricio Cappiello

                                                       

 


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Poema de Marcelo J. Valenti

 


Ya me ha dado

sobradas muestras de su don

de profecía.

Por eso, la angustia

en su rostro me preocupa,

¿augurio

de sombras en mi estación?

 

© Marcelo J. Valenti

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Poema de Liliana Chavez

 


 

Hitchcock no me asusta

me asustan las mentes lisas

las palabras que se pierden

en el gasoducto del odio

los granos de trigo

usados como balas

los tanques que aplastan al mundo

 

la isla de las muñecas no me asusta

tampoco las grayas

ni el dragón de Komodo

ni las hidras inmortales

me asusta sí,

la valija rosa en el andén del subterráneo

los niños que lloran y no quieren morir

el hombre

sobre el cuerpo en cenizas

el enorme oso de felpa que huye a Polonia

 

temo al sótano del sótano

a la mandrágora:

 

la manzana de Satán siempre cree hacer el bien.

 

© Liliana Chavez

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Poema de Fernando Casado

 


Siempre quise decir

 

que no soy bueno para las 

despedidas 

triste como un hombre en la plaza vacía.

 

© Fernando Casado

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Poema de Isabel Llorca Bosco

 


HOY

 

El trino de la lluvia 

se despierta con la inquietud 

de los gorriones. 

Hora en que ella  se empieza a adormecer. 

Pero hoy se levanta. Para distraerse 

piensa en el color del cielo, si el alba es alba, 

lila o gris. 

La valija ya está hermética. Adelanta el reloj 

para que la despedida imaginada durante toda la noche 

se acabe de una vez . 

 

Un distanciamiento, aunque pedido por nosotros, siempre duele. 

Es desgarrar un rosa, tal vez con pimpollos. 

Y es imposible que la despedida arranque 

la raíz de sombra 

que nos queda en el pecho.

                          

© Isabel Llorca Bosco

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Poema de Gladis Domínguez

 

 

El carnaval de la mulata

 

Los tambores desatan el ritmo de la sangre

la vida danza en el corsódromo.

Ahí está ella, La Cambá

Sus labios gruesos probaron el amor.

El tambor en su pecho

resuena incontrolable.

Hoy, se escapará con él

hombre, ángel y diablo

negro como su raza.

Tiembla mientras recuerda

fue el primero en lamer

toda su orografía

y soltar los aromas

de los senos en flor.

Penetró en la caverna

que otros violentaron

con suavidad de ángel

y una pasión de diablo.

Su instinto de hembra

la lleva hasta el mulato

que la toma del brazo

y entre danza y carrera

se alejan del tumulto.

Ella siente que Momo

el hijo de la noche

y señor de lo grotesco

bendice la pasión y la locura.

La multa ríe, baila, corre

rompe antiguas cadenas .

Esta noche de disfraces y sátira

hay mujer que se bebe la luna.

 

© Gladis Domínguez

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Poema de Fabiana Jakubowicz

 


Urdimbre

 

Bajo la arena que me pisa los pies me pisa

el árbol de astucias frutales

pensamientos y la luna

llena su barriga de luz robada hasta

quebrar el plenilunio. Todo

se descompone. Las llaves

no abren no cierran los pasos

no van no vuelven las niñas

no lloran no juegan el lápiz

no escribe pero tampoco calla

su trazo invisible.

 

© Fabiana Jakubowicz

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