30/12/23

Poema de Jorge Curinao

 


CALLE SARMIENTO 

 

Hay puentes de silencio

por donde pasan tus besos,

extraviados del mundo,

y en el mundo

florece un manzano

que sólo tu boca

conoce.

 

© Jorge Curinao

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Poema de Ohuanta Salazar

  


Mis abuelas


Una de mis abuelas tiene

fotos de Evita y de La Difunta Correa,

me gusta mirarlas.

Ella les cuelga flores o medallitas

y dice que eran santas.

Mi otra abuela, no

porque no le gusta Evita

y dice que de santa no tenía nada

pero que yo soy muy chiquita

para escuchar por qué.

Ella tiene cuadros hermosos

de los que no cuelga nada

y ojos azules,

anda peinada y pintada

porque es maestra.

Mi otra abuela, ojos marrones,

usa ruleros y un pañuelo

por la mugre de la casa

y me hace mate cocido.

La otra, leche con chocolate.

Mis dos abuelas son igualitas

cuando se tapan con crema la cara

antes de dormir

y en la mesa, calladas siempre

que el abuelo habla.

 

© Ohuanta Salazar

Pintura: Carlos Gómez Centurión

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Poema de Nahuel Martín Contreras

 


SABIO

 

Sabio que habitas las laderas de la conciencia

tu ego es indiferente y tu canto vibra con en el universo

caminas sobre la pantomima de la existencia

toponimia del pensamiento ilusorio

 

Maestro, vacíame y déjame desnudo de contemplación

como un cuenco profundo despojado de la razón

ven a mí ficción de la nada

cállame, hasta hacer carne el silencio

 

Aguas celeste cielo, aquí y ahora te oigo

un murmullo casi accidental

el choque de la materia…

oídos virtuosos

 

Observo su caudal

visualizo la impermanencia

experimento la transformación.

soy líquido

 

Deslizo mi cuerpo entre las piedras

se pierde el alma brillando al sol

enciende el calor de tu fuego eterno,

pues me invoco y no me encuentro.

 

© Nahuel Martín Contreras

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Poema de Ernestina Elorriaga

 

 

Romper el muro para que escapen las palabras

huir de la melancolía acantonada en el corazón

burlar el pudor

penetrar el silencio y desollar su mutismo

abrir mi cáliz con dedos de niebla

agitarme

llegar a ser yo misma

volver a encontrarme y dejar de ser un secreto

 

quiero romper las preguntas que trae la noche que se sepa

soy de carne

 

 

soy una mujer

 

y escondo a una mujer salvaje entre mis huesos

 

© Ernestina Elorriaga

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Poema de Estefanía Ceballos

 

 

Por los márgenes

lo que se rompe y nace en el encuentro de los elementos

la frágil transparencia que tracciona nuestros cuerpos

el eco violento de la muerte

                      o del amor

la mudez de las casas abandonadas

el descarnado pulso del reloj

son los sitios habitados por la poesía

ese artefacto extraño de mecanismos peligrosos

con el que algunos emprenden la voluntariosa tarea

de nombrar aquellos márgenes del mundo

 

© Estefanía Ceballos

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29/12/23

Poema de Leopoldo Castilla

 


SECUENCIA 

 

De la mano del hombre dormido

cae un libro al suelo

el ruido lo despierta

pero antes, en el sueño,

el hombre cierra

con el mismo golpe

     una ventana

 

La catástrofe

es anterior a los cuerpos. 

 

© Leopoldo Castilla

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Poema de Laura Moreno

  


El sol, cerca del mediodía,

es su mejor circunstancia.

El cenit es pura luz

Y música

en el recodo del río.

 

El viento canta.

 

—Falta menos —dice.

Nadie mejor que él

para saberlo.

Las ondas que mueren en las márgenes

el eco

la sombra del eco

la luz que se hace más intensa

a medida que me acerco

brotan de su pecho

y me abrigan.

 

Una niña

que ya no soy

y yo

confundimos nuestras manos

excavamos el agua

la tierra de la huerta

o hundimos los dedos

en el pelo áspero de las cabras

ahí

donde podemos encontrarlo.

 

© Laura Moreno

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Poema de Dolores Etchecopar

 

 

el niño se volvió  niño

montado sobre aullidos

atraviesa ráfagas

países asolados

no es amable

con quien le regala en pequeñas dosis

odio amansado y retorcido

 

el niño se volvió niño

                         su voz le quedaba lejos

                            y estaba cansado

 

ahora un niño es el adversario de la boca del mundo

y en su gesta olvida casi todas las palabras

todas menos las que abrasa el sol

                              y se van para arriba

rompiendo la sombra del árbol seco

 

© Dolores Etchecopar

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Texto de Claudio Archubi

 


Primera llama

 

La Tierra canta, Señor, puedo sentirla.

¿Por qué los juglares cantan al rey si la Tierra está viva y es nuestra reina?

He entrado en las cavernas más hondas para escucharla.

He aprendido, he olvidado.

He puesto mi oído en los barros más espesos. Y algo se movía allí adentro, insistente, en lo profundo, junto a mí, para que aprendiera a tocarlo, como se toca una distancia o una palabra de amor.

Crecimos inclinados porque la Tierra nos quiere de regreso.

Corre la Tierra en su loca plegaria de amor. Corre por el cielo como corre un cuerpo tras otro, sin alcanzarse nunca, porque desean conservar su ser, sin apoyarse en lecho transparente.

La Tierra canta, Señor, por qué nadie la escucha.

He dormido profundamente sobre piedras milenarias, he sentido su movimiento, las he escuchado crepitar cuando el sol las abandona, llevándose su calor a otra parte. Y me he vuelto pesado y frío.

Así cruzó el olvido, como una palabra más que las piedras se decían en la noche.

Yo crecía pesado y frío como una estrofa de su canto.

La luna es una gran piedra. Es un pensamiento de la Tierra que me lanza su palabra blanca, poniendo cielo en mi corazón cansado.

Las piedras me han visto, Señor, multiplicado y quieto en los distintos mundos.

Pesado porque la Tierra me quería para ella.

Pesado y con las manos abiertas, Señor, pude sentir el canto de la Tierra, porque ya tenía sus piedras adentro.

 

© Claudio Archubi

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Poema de Cecilia Romana

 


Una noche me dijo

que amó a otras mujeres.

 

Y entonces fue una noche triste.

 

Aunque era improbable

que un hombre de su edad

se hubiera salvado de otros amores,

confié en mi instinto, tal vez,

porque me hacía sentir única.

 

Él me llamaba temprano. Decía:

cúbrase del viento,

amor mío. Vidita, cielo inesperado,

cuídese por mí, que no estoy allá para cuidarla.

 

Decía palabras enormes de una forma tan lenta

que empequeñecía el mundo y de esa manera

yo me agiganté a su sombra.

 

Pero una noche, aunque lo amaba con locura,

me dijo: amé a otras mujeres.

 

No recuerdo la fecha exacta, sí me acuerdo de la hora:

eran las once y media. Y me acuerdo

de que en ese instante se apagó el cielo

y que se apagó todo

y de tan empequeñecido el mundo

dejó también de importarme,

y esa noche, por primera vez,

lloré por una causa justa,

lloré por él.

 

© Cecilia Romana

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Poema de Nélida Cañas

 


Celebración

 

cuando una lluvia

de estrellas

en la noche

enmudece el instante

 

© Nélida Cañas

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Poema de Norberto Barleand

                                                


SIN DESPEDIDA


Mi padre partió sin despedirse

en madrugada, con el dolor del otoño,

un diez de julio,

entre el llanto de mi madre

y su cuerpo extendido en el suelo,

yo estrenaba veinte años 

cuando acompañe a Laura luego del baile a su casa en Banfield 

con una camisa celeste y el saco azul de mis primeras hojas.

Mi padre partió sin despedirse,

quedó grabado en mí con llamas de cielo.

y el sepia de los años que no han borrado su recuerdo,

la sonrisa   amplia,

generosa, los silencios,

 reflexiones que guardo en el cofre del tiempo

 Lucha por ser libre y solidario

Suma más  vida a la vida, decía

Se ampliará tu universo,

 la alegría será más intensa

Albañil, astronauta, abogado o poeta,

el camino será el mismo.

Hacia adelante y sin atajos

Sigo esas  huellas, le  diría,

pero mi padre partió sin despedirse

lo atrapó la muerte.

Súbita,  irreverente, absurda

    en una vida plena de amor y de coraje.

 

Hoy Tan lejos y tan cerca   afirmo:

ha sido hermoso compartir la infancia

la adolescencia primera de un joven presuroso e inquieto,

aventuras dispersas, ágoras perdidas, 

el café en las tardes soberanas y nuestras,

 el tango y el fútbol

Mi padre partió sin despedirse

 pasaron casi    sesenta años y la bruma del rocío

aun moja con sed de vida los últimos rincones

Mi padre partió sin despedirse.

me dejó un sombrero, las corbatas en el cajón

Su ejemplo 

Y la infinita ternura de sus  ojos  verdes. 

 

© Norberto Barleand

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Poema de Liliana Mainardi

 


Aves nocturnas

descarnan los ojos.

¿Quién habita

 en los cuerpos rapaces?

¿Qué pasaje han sacado

 si hay un solo infierno?

 

© Liliana Mainardi

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Poema de Lydia Helander

  


EN EL TANQUE AUSTRALIANO        

(Escuela de Agricultura, 1955)   


Abrazamos el agua verde

que huele a moho

como a una amante.

Respiramos entonces

hacia el costado

con cada movimiento

del brazo

agitando las piernas.

Hacemos lo mismo

hasta el momento

de emerger,

antes que el aire

 se convierta en burbujas

y nosotras,

pequeñas sirenas

del campo,

ondulemos nuestros cuerpos

junto al maizal

a la espera

del minuto exacto

para florecer

bajo el sol de verano.

 

© Lydia Helander

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Poema de Fernando Raluy

 


 

Son bien conocidos los ardides de la noche

cuando arrinconada negocia sus deudas.

 

La última propuesta que me hizo

fue compartirme su colección

de carcazas de escarabajos, erosionadas

por las mínimas traficantes que surcan el pasto

como hábiles fenicios.

 

-Podrías engarzarlas en un poema y venderlo

como un collar exótico, dijo.

 

Este es ahora el poema de los escarabajos,

un parque de pequeñas autopartes negras

valuado en pagarés y vales

intercambiables por horas de sueño.

 

© Fernando Raluy

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28/12/23

Poema de María Teresa Andruetto

 


Víspera

 

Se va la tarde. Decís, a este sitio

vendremos: escribirás, sembraré,

pasaremos los días de viejos.

Sobre la casa que nace, cruzó

una torcaza. Más allá hay un halcón

y unas loras. La luz moja la falda

del Mogote, aviva los manchones

amarillos. Todo es hermoso, digo,

y sin embargo, hay una nota

de tristeza sobre talas y espinillos.

Será porque es invierno, decís,

será porque es domingo.

 

© María Teresa Andruetto

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Poema de Washington Atencio

 


Líquidos

 

I

 

Una rama seca en la arena

hamacada por las olas.

Que llenes mi boca de espuma

y que acabes de una vez

con el mar

que no me deja respirar.

 

II

 

Somos película de agua

tratando de contener

más aire,

burbujas que se pierden

antes de estallar.

 

III

 

Un temblor de hoja

teme al agua que desnuda.

La lluvia amortigua

los latidos.

 

© Washington Atencio

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Poema de Gloria Arcuschin

 


Tal vez por detrás de los cristales,

caireles en sus juegos de luz atardecida

aguarde alguna soledad.

O esa soledad habita en el pasado. Hoy hay compañía.

Hijos. Charla en la Plaza sobre amores-política-arte

y ésas cosas

Sus pequeños aleteando morisquetas

vocecitas, huellas que vamos dejando bajo éste cielo.

Amores

es lo único que importa.

 

© Gloria Arcuschin

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Poema de Silvio Bilbao

 

 

San Isidro

 

San Isidro es un perro

que si le arrojas un palito

         se te queda mirando.

Si le das un hueso,

            le hace una tumba.

Si le decís “a la cucha”

         te empieza a saltar,

o si le pedís la patita,

te mueve la cola y empieza a

                   girar en círculos.

 

San Isidro es el mejor

amigo del hombre, (y hay que tener

            bastante estómago para eso).

Es un perro rescatado de las calles;

sabe de amistades, de hambre y de peligros.

Es un perro que sabe solamente

                      las cosas que hay que saber.

Pero hizo una cosa que me marcó para toda la vida:

el día en que nos conocimos,

            lo primero que hizo,

                        fue darme un refugio.

 

© Silvio Bilbao

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Poema de Verónica Ruscio

  


Lagartos


¿Qué de todo esto te contaré cuando preguntes?

¿Los días larguísimos,

la voluptuosa resurrección de mis plantas,

los animales que pasean por el mundo,

los perros que clavan su ladrido en el silencio,

los cuerpos desabrazados,

las caras a medio vetar,

los ojos que no quieren entregarse a la oscuridad,

la luna más faro que nunca,

los días limbo, infierno y purgatorio?

¿Recordarás las palabras que arrojamos

al agua de los miedos?

¿Las ondas que rodearon nuestro llanto

cuando las paredes se nos volvieron tumbas?

¿Recordarás este tiempo lavandina

que decolora los besos?

¿Quedarán en tu memoria

los geriátricos llenos de finales,

este fractal de manos de Pilatos,

la distancia, los aplausos?

¿Te podré contar alguna vez

que, cuando tocabas el áspero encierro

con tu voz, tus ojos y tu infancia solares,

nos volvíamos lagartos con tu padre,

tuyos, sobre las piedras del cansancio,

sólidos en la espera paciente

reverdecidos al sol,

lagartos por vos, día tras día,

hasta que por fin abrimos la puerta?

 

© Verónica Ruscio

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Poema de Verónica González

 


Mujeres

 

Las mujeres de mi vida

exprimen el dolor

acarician el espacio,

decoran las ganas con bichitos de luz

y mariposas blancas.

 

Combaten la tristeza

que se incrusta en la garganta

con cosquillas de pestañas

y carcajadas de terciopelo.

 

Las mujeres de mi vida

han torcido destinos

y saltado las vallas,

desconocen el final

y sin embargo lo intentan.

 

Aguerridas

paren mundos.

Asesinadas

se levantan.

Manchadas de sangre

caminan.

 

Las mujeres de mi vida,

compañeras incansables

faro que alumbra

grito en la penumbra,

acomodan los estantes

de la soledad

para acunarte sin tiempo

e invitarte a bailar.

 

© Verónica González

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Poema de Rolando Revagliatti

 


Lo acepto: supongamos

 

Lo acepto: supongamos

que yo soy mortal

y que moriría, por lo tanto

mi belleza

 

¿Y entonces?

¿Cómo articularle

algún remoto sentido

a esta inconcebible

atrocidad?

 

© Rolando Revagliatti

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Poema de Sara Mamani

 


FLECHA

 

Al igual que una flecha

hiere sana y lastima

una melodía

Me pienso cuando niña

con un arco

y una flecha diminutos

apuntando

a los cowboys enemigos

Sigo igual

No tengo muchas flechas

No puedo dejarlas

enemigos abundan

Y yo sigo cayendo

herida

sin importar el idioma.

 

© Sara Mamani


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