31/7/20

Poema de Hugo Mujica



Sólo al final

Las dos orillas
son siempre una, pero se sabe sólo al final,
      después, después de naufragar entre ellas.

© Hugo Mujica

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Poema de María Teresa Andruetto



Hermanos

El mayor era medio medio.  ¿Medio bravo?
A nosotros no nos daba bola. Ellos sabían comprarse
ropa, paseaban, a mí me retaban a cagarse y yo hacía 
las cosas hasta que un día arranqué y dije basta.
Te cansaste. Me cansé, no hacía más que ver qué hago,    
el placer de ellos.  Todo para ellos.  Oh no sabés cómo 
eran, no eran como yo, yo era pava. ¿Y José? José     
había ido a otro lugar, también estaba como distraído. 
Tenía una tapicería.  Sí, trabajaba ahí. ¿Y de Evancio       
te acordás? Evancio trabajaba también, primero         
para ayudar y después para hacerlo. Lindo era.          
¿Era lindo? No sé, no me acuerdo.



© María Teresa Andruetto

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Poema de Pablo Albornoz



Acá, mendigando palabras
Me gustaría ser como
el silencio, que nunca
fracasa

© Pablo Albornoz

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Poema de Nora Coria





REGRESANDO SIEMPRE

Vuela a cielo abierto
Amaru de fuego
Vuela
Vuelve 
Dice en viento

Tupaq. Tupaq. Tupaq.

Recorre la tierra 
dolida y crujiente.
Recorre y engendra.
Amaru de fuego.
Engendra valientes.

Tupaq .Tupaq .Tupaq

Por la América nuestra
para que resista
para que trascienda
Amaru de fuego
siempre está volviendo

Tupaq. Tupaq. Tupaq

Desde el viento andino
su raíz se enciende
y en  la Patria grande
renace su voz.

Está retornando,
Amaru de fuego,
regresando siempre.

Tupaq Tupaq Tupaq

© Nora Coria

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Poema de Marta Ortiz





¿qué latido tensa
la levedad del poema?
si el portazo resintió la estructura y
las letras
–como escombros–
cayeron al piso

si martirio es la palabra y furia y desenlace
¿por qué este apremio de ópalo
                      alhucema
                        delirio?

© Marta Ortiz

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Texto de Luis Luna





Como un mirlo blanco en un montón de estiércol, como un pájaro blanco sobre el carbón, como la nieve sobre los campos baldíos, llegas. Tú sabes que los caminos son recreaciones, que los carteles no indican más que una parada a ningún sitio.

© Luis Luna

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Poema de María Fernanda Regueiro



Quizá me encierre
en la cajita de fósforos 
entre las piedritas azules
del cuento que me contaste

quizá me atreva
a despertar entre la luz
de aquel cielo muerto
que un hombre baja en pedacitos.

© María Fernanda Regueiro

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29/7/20

Poema de Hugo Francisco Rivella



FELIZCIDIO 

Nada es igual
ni el sol ni la cigarra ni la palabra que busca refugiarse en el poema,

La pedrada del niño en el estanque despierta al hombre que creía dormido.

Mirarse adentro como si en el sueño el mismo dios mirara sus hechuras,
el cielo deformado del que atisba al mundo a través de un vidrio opaco,
el jugador de póker apostando el corazón a un par de ases.
Cerrar los ojos y creer,  que de ese modo, el mundo alrededor desaparece,
Ignorar las pústulas del leproso,
el muerto degollado en una esquina, la manía
de sentarse al borde del abismo para saber quién llama de lo oscuro.
La muerte lame mi rostro.
Se empalaga.

Pienso como Walter Benjamin que
Ser feliz es poder percibirse sin horror

© Hugo Francisco Rivella

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Poema de Paulina Vinderman


  

El mundo se disfraza de mundo para verme partir.
Las nubes tienen aureolas moradas, como mis ojos,
en honor a tu nombre, Ciruelo.
"No me dejes sin mi silencio", te pedí.
Él es la palabra que diré mañana,
la caligrafía de la falta, que saldrá de mi mano
mientras no se duerma.
Mientras no se duerma mi pobre corazón,
agrandado por la boca de la melancolía
en las madrugadas calientes.
La melancolía es un gran río y tiene
demasiada memoria, arde de memoria
en un fondo de barro y de regresos.
Todos los regresos menos uno.

"No me dejes sin mi silencio".
Siempre tuve vocación de intemperie,
algún día aprenderé a nombrar.

© Paulina Vinderman

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Poema de Olga Ferrari




una vez más

aprieto mis labios
entre susurros las palabras ahogan
lastiman mi piel
arden en el fuego del silencio

lastima no decir
lastima la ausencia

ovillo mi cuerpo sobre mis rodillas
la sangre golpea
vagas formas me atrapan
me hacen caer en ríos caudalosos
o en mareas bajas
al anochecer de algún tiempo

abismo de horas
arrastra  los ecos del día
el todo y la nada se mezclan
para que el corazón descanse.

© Olga Ferrari

                                            


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Poema de Nito Biassi


Ella, mujer

Ella va con sus hijos
en la espalda, en el pecho,
a un costado de su cuerpo.
Ella los parió de cuclillas
sobre la arena, en la montaña,
en la llanura, en la selva.
Ella regó el suelo con su sangre,
y como ofrenda, su placenta,
la entregó a la tierra madre.
Ella va con vestidos largos y multicolores,
va con una falda y los pechos al aire,
va con la cara limpia, o pinturas rituales.
Ella es la sabiduría de sus ancestros,
el futuro de su gente, el futuro de sus hijos,
el cuenco donde se guardan las tradiciones.
Ella vive en la Puna, en el Chaco, en los Andes,
en el Amazonas, en la Patagonia o en Buenos Aires,
en las comunidades originales o en nuevas ciudades.
Ella es una mujer que representa a todas las mujeres,
a la mujeres que de los pueblos originarios son naturales,
y para Ella este pequeño homenaje, 
Mujer con mayúscula, MUJER con letra sostenida,
Mujer con todas las letras, mujer que es vida.

© Nito Biassi

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Poema de Marita Rodríguez-Cazaux





                           DESTIERRO DE LA ROSA                                                                                                      
Hay días en que la nostalgia me visita.
Deja, como al descuido, la puerta entornada
y se instala en la poltrona azul.
Siempre en mismo lugar, como si fuera
el único en la casa
donde pueda mejor caber la pena.

Me mira desde la orilla celeste de sus ojos
y toda su vida me confiesa.

El mar y el barco que de Ítaca se aleja,
en  un opaco silencio de sirenas.
Una piedra le atraviesa la garganta
y el pecho es una herida sin cerrar.
Sus dedos acarician las fotos color sepia,
borrosas sonrisas familiares,
la casa de piedra,
el huerto de olivas.

Ayer es nunca, sé que piensa
 bajo esa luz de perenne lozanía.

Mi madre sigue –aún muerta–
          reconciliando inútilmente la tragedia del adiós.

© Marita Rodríguez-Cazaux

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Poema de Norberto Barleand



Ocurrió en Domingo

Una luz de almendras acaricia la luna .
las veredas agobian sin pasos ni tumulto ,
mensajes ambiguos , un alud de noticias ,
sembrando pánico  y angustia
allí , donde florecen jazmines, muchedumbres .
 Las horas se transforman en poemas
el color de la brisa ,   fugaz , amarilla,
ritual de siembra entre las nubes
No  ocurrió esta mañana ,
domingo de sol ,  oscuro de encierro
El mundo y sus gentes,
en la espesura del grito, 
con rostros  y nombres,
subyacen , se refugian en la piel
  del silencio
                             y la palabra

© Norberto Barleand

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Poema de Rubén Derlis


 El amor tiene un tiempo al que mide con su propia vara.
 Por eso hay amores eternos que duran diez minutos;
 amores fugaces que nos acompañarán toda la vida;
 amores que se cruzan en el camino cuando noviamos con la soledad,
 y amores que nunca llegarán por más que esperemos.
 Rara vez su ritmo concuerda con el nuestro,
 las más de las veces nos conformamos con lo que nos da,
 temerosos de pedirle lo que creemos que no nos pertenece.

© Rubén Derlis

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Poema de Raquel Jaduszliwer





¿Qué guardaría de mí?
¿qué de los dones que me ofrecía la casa, la vasta casa
el extenso universo tan poco recorrido
todo el ala dormida de la orilla, el laberinto
la mayor parte que ha quedado oculta, sellada como un bosque
como un puro desierto
horizonte para la tentativa que nunca se resuelve?
¿qué guardaría de lo inacabado, de lo que no probé
de aquello que no quiso ser, lo que no me tocó?

la voz; me guardaría la voz
para plegaria y canto, llamador que no admite su límite
eterna como no lo será nada de lo que lamenta.

© Raquel Jaduszliwer

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Poema de Tin Roda



EL CENTRO DE LA MANZANA

Vivo en una casa de pasillo sin pasto
la terraza está rodeada de otras terrazas

Niñes piden monedas
en Avenida Pellegrini, Rosario
de cuentas
de infancias
desnutridas

Se detienen los autos
y cruzo la calle
con mi urna de cartón

en la Plaza Libertad
siembro monedas
para pagar
la deuda de mis nietos
quienes aún no nacieron

Resisto
porque algo late
en la alcantarilla de los días

es un racimo de tambores
que desprende la más maravillosa música.

© Tin Roda

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Poema de Patricia Berho



Hueles a madreselvas 

Intuyo
 fue la madreselva su flor preferida,
 aroma dulce, fresco con ese casi imperceptible filo anaranjado.
Sencillez y ensueño.
                Trepadora madre .
Salvaje y protectora
                alucinación selvática.
 Porque 
           humilde eras
con piso de tierra y tazón de lata,
de sentires adolescentes      guerrilla
Y prepararse para enfrentar el mundo
-el mundo feliz-
La mochila cargada de útiles y tareas complejas.
Eras libros y tertulias
Salidas en bici – prestada- socorros
Pero
                      era otra cosa
 mezquindades y luces bajas
bolsillos llenos y un mirar de soslayo
era alta media baja .
Ambiguo
 dual negro y blanco
¿negro y blanco?
Era colapso guerra y agujeros
Lindos y feos
Sanos y enfermos
La piedad en el fin fatal
El desprecio
Entonces
               fuiste la caja de vino.
Y la inocencia persiste montada a una bicicleta
y huele a madreselvas.

© Patricia Berho

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Poema de Reynaldo Farías




COVID-19

La tarde con ojos de almendra 
tiene un colibrí 
en la palma de la mano. 
La soledad del otoño 
es una ausencia de pájaros. 
La ciudad está triste 
el mástil de la muerte 
le cubre los ojos al durazno. 
El invasor deambula calle abajo 
con espasmos de viento 
y una cruz clavada en la garganta.

© Reynaldo Farías

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Poema de Liliana Díaz Mindurry



ESPIONAJES (fragmento)

Zumban los hechos,
(esos que sólo son interpretaciones), la tristeza les estalla
entre los dedos. Las bestias
juegan al escondite en cables de teléfono o redes sociales,
uno bebe en tazas de otro, un café prestado
y equívoco. Salen a la luz hasta las manchas íntimas
de la sábana.
Hay gente de pie, gente sentada y gente  que camina,
pero todos espían,
o son espiados. Los oleajes mentales son puestos en la mesa
de disección. Desde el balcón los poderosos imaginan
un mundo de rodillas. Hasta los peines tienen cabelleras
incrustadas
en sus dientes.

El calor del verano corrompe los últimos destellos:
hay quien abre la boca de la gente
y les mete en ella las palabras que se le ocurren. Las gargantas están
dispuestas
a tragar cualquier aire. Una caricia desviada puede ser una astucia.
La felicidad se esconde por pasadizos
para que nadie
la encuentre. Hay quien hace el amor entre escombros
para cualquier propósito. No se sabe quien echa abajo la puerta.
Hasta el viento es sospechoso.

La misma locura es dudosa. Puede ser una fiesta
fingida. Los invitados llegan tarde a la boda cuando nadie se ríe
y tarde al cementerio cuando ya
nadie llora.  Y tarde
a todas partes.

© Liliana Díaz Mindurry

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Poema de Damián Katz





I

Ambar elige una hoja del piso en su segundo otoño
la señala con su dedito y dice “hojjja”
y el sonido de la palabra hoja
suena más real en los oídos del viento.


II

Ambar juega con mis párpados
como si fueran huellas de gorriones en la arena
les hace hablar a mis ojos el idioma de la risa
le circunda sus lluvias
y así de digno
aunque cargados los brazos
puedo caminar liviano
Con ella se suben al tobogán
varias generaciones de historias y piedras
canciones y desarraigos
pero en el  instante de deslizarse
luminosa me mira
y en la redención de su sonrisa
la dejan ser.

© Damián Katz

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Poema de Cecilia Glanzmann



CENTRARSE

Este perderse entre los otros
anónimos ellos y uno
en la ciudad atragantada de vorágine
me centra
en la esperada encrucijada.

(Hay un andar del hombre
 dado más de una vez
 en las vidas.
 Hay espejos en la Creación.
 Hay espejos en la redención
 del andar del hombre
 en la tierra
 seguramente.)

© Cecilia Glanzmann

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Poema de Analía Pinto



(tengo que asirme de algo hasta que se atavíe
de color lo invisible)
Olga Orozco

debo aferrarme
debo creer que aún es posible
que en un recóndito sueño
sucederás
que no me engañan los sentidos
ni las fábulas que tejo y destejo
con la misma impaciencia que Penélope
debo insistir
debo persistir en lo esquivo
tu pelo me sigue invitando
tus manos me soliviantan
y en tu voz aún encuentro
todo lo que había buscado

debo aferrarme
a este pérfido deseo
a este incruento sueño

© Analía Pinto

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28/7/20

Poema de Nicolás Antonioli


04/09/16
8:17 p. m.
en la quieta luz que clama los sauces
en la rama que tuerce hacia lo húmedo
con albricias en la licuefacción
que hoy boga por su maridaje
a qué se vuelve a más
sostenido por la mano proba
apretado por cinco dedos
y en su ojo izquierdo —que parece suplicar— se acaba el
mundo
alguien dijo que si su apetito
no claudicara se salvaría la vida de no volver
han perpetrado el exterminio a como dé lugar
o tiempo en la sombra al amparo de frondosos álamos
masacrados/ improvísese una barricada por la memoria
para que a nadie se le olvide que aquí hubo carne muerta y
ayuna

© Nicolás Antonioli

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Poema de Marcela Rosales


Alabadas

África sostiene al mundo
sobre tu testa digna
bajo el tiesto de agua

(tu cabello velado
lo ignora)

ríoleche
carnebrea

desde el naciente al poniente
te ofrendas en el pan,
en el hilado, en el cayado,
en el tasbih:

Tus nombres, mujer
-alabada seascomo tus cabellos prohibidos
no son 99.

© Marcela Rosales

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Texto de Marisa Negri



Aquí la vida siempre estuvo atada a un hilito de llama, las viejas pidieron ayuda a Mama Ocllo y en sueños ella dijo:

Tizen la lana, giren sus pushkas, guarden la memoria en el hilo.

© Marisa Negri

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Poema de Marta Comelli



´´MORTAL´´

´´Del aire soy, del aire, como todo mortal…´´ 
 Gonzalo Rojas. 

Después vino un tiempo de ajustes con la vida. 
Ignorantes, 
no desglosábamos lo útil de lo  incierto, 
ese espacio móvil, inseguro, 
balanceándose  como una artista en su soga prometedora de misterio. 
Deportamos los miedos lentos, y lentamente 
incitamos al amor,  a que volviera. 
Las innúmeras estrategias de la magia vacilaron 
como un artista suspendido en sus aires, 
o del mago, 
y el arriesgado traga fuegos… 
que no éramos. 

Y no es que nos faltara sentido del riesgo, 
y no es que no intentásemos correr en paralelo, 
es que las llagas siempre necesitan 
de un profundo ejercicio de misericordia, 
de un ejército de mutilados 
esforzándose, 
contra la muerte. 

© Marta Comelli

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Poema de Ariel Ovando



Las heridas de San Sebastián

¿Por qué el fantasma del apóstol
hundió su dedo en la lengua de san Sebastián,
como si acaso no le hubiera oído jamás pronunciar palabra?
¿Por qué se ensañó ese primer día? ¿Por qué se calentó así,
porqué se frotó las mejillas y los muslos en la oscuridad
por qué le antecedía la forma del espejo,
          en el hombre atravesado de flechas?
¿La enredadera del martirio no tarda tres días
                                            en florecer?
¿ En cicatrizar el costado de las palabras nuevas?
¿ Y con qué derecho toca usted a mi divino marica?
¿Y por qué, el mismo dedo en el costado, pienso
     por qué no entre las piernas del demiurgo
                                           enmascarado
que nos arrojó a la senectud
si hay lentejuelas para el lomo de la yegua infernal
si hay demiurgo, es decir, diosito mínimo made in Taiwán,
si hay el animal print
               más animal que print,,
si  hay la sombra de un caballo en su boca abierta
       ante la eternidad que incendia los pastizales
que quema a los alaridos el alcohol las ingles
      el reguero de estrellas por delante?

¿Por qué el apóstol
soñaba con el hombre maniatado,
por qué las palabras prohibidas
                   a la altura de las muñecas                           
si perplejo por el espejismo de su propia eternidad
de su ano descifrando las aguas que se llenan de flores,
por qué si su estrella dilatada con insultos
hablaba de los rojos pájaros
                    dentro los cuerpos,
                                              
de los tejidos como mapas,
por qué  el estallido
                                    blanco
del silencio sobre las islas
                                en mitad de la noche,
y por qué  la noche arrojada en aguas,
 por qué la lengua cercenada, por qué  los ojos abiertos
los muslos íncubos  yendo ala sombra
por qué la repetida agua de viajeros,
para perdernos en el bosque?
¿En las gastadas y pálidas
                             gotas de rocío?

¿ Pero qué hicieron luego con el hombre inerme
                                                     y por qué,
                   qué hicieron con san Sebastián
el marica muerto contra el árbol infame,
contra la lengua del incrédulo,
contra el cuerpo paralelo a las muertes,
y al sudor de las vocales
                            cayendo al silencio?

Ah la noche, dije
como una larga lengua de reptil
hasta el fondo de los ojos estragados por el tiempo,
                                       y por la tierra;
la tierra que empieza a repoblarse de brotes, de líquenes,
de bellos en las axilas húmedas, de selvas transitorias,
de madreselvas olorosas, de langostas,
de un pubis que se arquea para copiar
                 el movimiento de la tierra
y relatar luego
la expulsión del paraíso
        en clave erótica,
la huida montado sobre
una verga de nocturnos alcoholes.
Entre jadeo y jadeo,
entre palabra y palabra
Entre dolor y dolor,
entre un día de sal
y un espejo de lágrimas dulces,
forrado en los bordes con piel de cocodrilo
Mi reino por un buen caballo para cabalgar.
Un caballo por mi reino hecho pelota,
una tumba para el sol
                                 para leer los jeroglíficos
incendiados en el vientre de bellos rojizos,
para deslizar la lenta gramática de la caricia,
          el nacimiento de criaturas de agua
nadando en las orillas extrañas.

Así que por qué, por qué
el fantasma del apóstol hundió su dedo
en el costado de San Sebastián
como si un dedo sobre la lengua
no alcanzara
            para el lento estertor de los orgasmos,
para la lengua corriendo como tigre en la altura
corriendo ideogramas de fiebres telúricas.

¿Pero qué hicieron el segundo día,
si él, San Sebastián, marica hermoso
no será el último cuerpo
arrastrado en bolas al río,
al encuentro de la barca dorada?

Al segundo día, lo llevaron hasta una casa:
los pájaro rojos le habían picado las carnes,
             es decir, los fragmentos
             de lo divino encarnado
             en las mejillas de putito espléndido;;
las travas le llevaron, un patio con tinajas e higos;
                                                 le llevaron,
le limpiaron con lenguas de nardo perfumado;
eso sí, hicieron sonar las membranas
de un cuerno milenario ante la espuma de los días;
para la ocasión, la brishantina, las plumas,
                                                   los tacones
                                   el barroco de la carne
porque en las postreras carnes de la maricona
temblaba, levísima, la llamarada de las barcas vikingas
                 esa flámula apagándose
                                     en altamar

© Ariel Ovando

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