27/4/18

Texto de Viviana Ayilef



Nací en la noche más larga del año. Demoré mucho tiempo en saberlo. Era el 24 de junio de 1981 y mi padre no pudo no recordar a mi abuelo en su infancia, en Langüiñeo encorvado sobre la vertiente, naciendo otra vez en el agua. Eso evocaba mi padre mientras yo dejaba mi primer placenta.
Ahora, habiendo parido ya a mis propios hijos, vuelvo sobre eso. Veo el legado indirecto que silenciosa y dolorosamente pudieron dejar en asomo esos viejos, esos que decían celebrar San Juan, o bien celebraban San Juan, o que tal vez entonces celebraban su supervivencia mestiza entre el agua y la hostia.
Entonces, yo, nací en la noche de San Juan, o el año nuevo mapuche, o sea el wiñoy xipantü. A veces cargo con eso. Porque son los tiempos en que confabulan dignidad y coraje, palabras que a veces nos quedan muy chicas. A todos. Porque piden, además, tiempos de justicia. El we o wiñoy xipantü interpela a todos sobre la justicia. En mitad del rostro: justo en nuestra mueca. Y enfrenta al sujeto con ciertas preguntas que organizan incomodidades: ¿Vamos a ser buena gente? ¿Vamos a ser también justos? ¿Vamos a tener fuerza, toda la potente fuerza que el odio del mundo hace hoy necesaria? ¿Vamos a conversar, a escuchar, a meternos fuerte en el corazón del otro que acaricia el nuestro con sabias palabras?
En estos tiempos pukem del invierno hay que detener el tránsito de los pensamientos, atajarle el ritmo, silenciar esas voces chillonas que somos y ponerse a sentir sin testigos. Pero dar testimonio, el que sea.
Son tiempos de amar lo que parte y sembrar lo que con respeto nace.
Nací en la noche más larga. A veces me parece que vivo, todavía, en una prolongada noche. Pero cuando llegue el día voy a imitar a mi abuelo y voy a bañarme en el agua mansa. Algunas, ya corren. Otras, ya se fueron. Muchas de esas aguas están en la nube sublime del cielo. Otras, en tus ojos.

© Viviana Ayilef

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Poema de Gabriel Chávez Casazola





De la relatividad de la luz

Nada puede viajar más rápido que la luz.

Es una de las leyes de la física.

Ni el sonido, ni las partículas ni las moléculas
ni las sondas velocísimas creadas por los hombres.

Nada puede viajar más rápido que la luz,
ni siquiera los impulsos eléctricos que llamamos pensamiento
y tampoco los ángeles, que son seres de luz y viajan a la misma velocidad que ella.

No hay, no puede haber nada más veloz en el universo,
en todos los universos
reales o imaginarios, pues la imaginación es más lenta que la luz
y no puede concebir, en toda su irrealidad,
nada que sea más veloz que sí misma.

Incluso cuando viajas en sueños viajas más lento
o al unísono de la luz
porque los sueños no son más rápidos que ella.

La luz es la velocidad por excelencia, el descapotable más fantástico de la Chrysler de Dios. 


Detente ahora a mirar el sol, siente sus rayos
que calientan la piel de tu antebrazo
y las hojas del árbol del jardín.

De allí, de esa iluminación nace la vida
–lo intuyeron los bisabuelos de tus bisabuelos,
    que adoraban un astro–
y la vida no es más veloz que aquello que la engendra.

Hasta la muerte llega más lenta que la luz
aun si viene como suele venir en la saeta,
pues no hay flecha capaz
–ni la flecha del tiempo, ni la que lo detiene para ti–
de viajar como ella.

Sí, dicen los físicos que es cierto todo esto.

Acaso los teólogos hagan la salvedad de Dios
pero Dios, si es, es la luz
que brilla en las tinieblas
e irradia a 300.000 kilómetros cada segundo
rasgando la noche de los tiempos
como la luz del quirófano que te hirió (y bienvino) al nacer,
como esa estrella fugaz que surca el horizonte
pero es el horizonte.


Y sin embargo,
sin contradecir en absoluto todo lo anterior,
nada hay más lento que la luz, tú lo sospechas.

Tarda tanto en viajar por el espacio
que su velocidad de poco sirve
a esa llamada de anhelo
o de esperanza
que en nuestras retinas es apenas
parpadeo de luz de un sol remoto,
punto que brilla entre otros puntos luminosos
suspendidos
del cielorraso de la noche.

Cuando a ti llega viene ya de un mundo muerto
del que jamás sabremos algo
ni de su amor
–si lo tuvo–
ni de su abrigo.


Cuando a otros ojos como los míos y los tuyos
llegue la luz de nuestro sol,
para ellos parpadeo remoto
punto en el cielorraso,
los millones y millones que lo vimos cada día despuntar y yacer,
esos millones
desde el Neanderthal que por primera vez hizo fuego
hasta el iluminado Boddhisatva
que desprendía iridiscencia como las luciérnagas,
desde el oscuro inventor de las lámparas de aceite
hasta Thomas Alva Edison con su bombillo eléctrico
y Truffaut con su noche americana,

todos
y todo

ya habremos entrado en la noche de los tiempos
y la luz de nuestra estrella
y su asombrosa velocidad
no acusarán recibo
de nuestro amor y nuestro abrigo y nuestro odio y nuestro desamparo.


Solos en la noche última
nos habremos oscurecido para siempre
aunque la tibia luz de este martes siga viajando lenta
y toque –ya fría– una retina de otro ser al cabo de los siglos.


El firmamento es un cementerio de esperanzas muertas,
de anhelos desvanecidos.

Cada vez que lo mires, reza un responso por los seres del Universo
–pequeños cometas de alocada melena–
que creyeron en la luz de las estrellas
y en el pasado o en el futuro
se aferraron a ella
como la primera mañana en que la luz se hizo
y era buena.

Apiádate de ellos, de nosotros un momento.

Nada puede viajar más rápido que la luz
pero este es un conocimiento perfectamente inútil.

© Gabriel Chávez Casazola

Poema de Liliana Chavez



Veo todo como una fotocopia borrosa
hago un gran esfuerzo
por deletrear la vida
entre los resplandores
por recuperar la tinta o la sangre
que pasa al otro lado de la hoja
engendro imágenes que tal vez no existan
siento mi ojo como una herida que tropieza
un guerrero extraviado en ninguna batalla
gris en lo blanco
fugacidad
eco en el papel-vida
y me hago cargo
de la mirada que bebe aguas turbias
y también de alguna certeza
esta insolación no es culpa del sol


© Liliana Chavez

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Poema de Susana Rozas





Epifanía

El largo poema 
         ululando 
cuando las sábanas 
 comenzaban a despertar


© Susana Rozas

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Poema de Patricio Foglia





BANQUO

Un verdadero lazo entre hombres
sólo se logra en un campo de batalla,
bajo la lluvia y los truenos.
Combatimos juntos,
convertimos las cabezas enemigas
en nueces, que partimos y degustamos,
envueltos en la alegría de la victoria.
¿Qué pasó después? ¿Dónde quedó el honor, la valentía?
El General Macbeth, mi amigo,
no fue capaz de matarme con sus propias manos.
A veces lo entiendo, o trato de perdonarlo:
¿Quién no desea tener, alguna vez,
una corona sobre su sien
aunque esté cubierta de barro y sangre?

© Patricio Foglia

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Poema de Leonor Mauvecin





MANZANAS  

En el  patio del convento, en el silencio de la siesta
limpio con  la escoba el piso de tierra.
Limpio
y a la sombra, en el perfume  del verde, en el gorjeo:
                          las  manzanas.
Ajena fruta prohibida en el jardín recoleto.

Recuerdo entonces antiguas historias
otros jardines, que me cuentan las monjas.

Cedo a la tentación

Escondo la fruta en el regazo
la pobreza
cubre mi culpa, con sus manos.


© Leonor Mauvecin

Poema de Paulina Juszko





¡Con qué solicitud conservás tus cadáveres!
El tiempo les pasa por encima:
capullos vacíos de crisálida,
rellenos de cirios-nomeolvides-siemprevivas.

¿Por qué no te bastan los símbolos?
¿Para qué tenerlos enteros?
Todas las noches
bajás a recuperarlos.

Cada noche
los moldeás de nuevo,
siniestra escultora.

Cada noche
los contás
y qué turbio placer
cuando la cuenta resulta exacta.

© Paulina Juszko

Texto de Claudio Portiglia





Yo bajé para verte treinta y tres escalones / los mismos que componen esa cifra mágica / que tanto ha dado para especular /
pero no es mi descenso lo que importa /
ni el cúmulo de especulaciones que se monta por ahí /
lo que importa es que hay vida entre los pliegues / de cualquier escalera

© Claudio Portiglia

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Poema de Gisela Galimi





De niña creía

De niña creía
que todas las madres
tenían las manos calientes.
Sobre mis pálidos dedos
tu dulzura compensaba
mi frío.

No pude hacer eso con mis hijos
sigo teniendo
las palmas llenas de palabras
y vacías de sangre.

La vida siempre busca equilibrarse,
mis niños tienen las manos cálidas.


© Gisela Galimi

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Poema de Gustavo Gottfried



La austeridad es la divisa de mi familia
así que mi tía Paula fue la primera
en comprarme un cucurucho.

Aunque mis padres siempre la criticaban
por su deficiente administración del dinero
igual la habían nombrado mi madrina
y ella había asumido esa función
con gran responsabilidad.
Me compraba juguetes, me llevaba al cine
me incluía en todos los planes

y esa tarde, cuando entramos en la heladería
pidió, sin preguntar, el helado más grande
que yo había visto. No sólo eso: cuando
aquella delicia terminó de cobrar forma
ella la hizo bañar en chocolate.


© Gustavo Gottfried

Poema de Vanesa Almada Noguerón





vienen los días que son los días que ya fueron
de Quemar el fuego©, 2017. 

todos los días son esta mesa
repleta de cosas huecas o llenas o rotas de otras cosas
que alguna vez fueron el tiempo de alguien,
el cordón cuadriculado de alguien

todos los días el fuego de un libro arde
mientras se tuercen las cosas / los diálogos / las cenizas /
los aleteos / los hombres / las manos / los cuadros /
las manos desde los cuadros

todos los días un llanto acústico de risas tántricas
los gestos / las piedras / todos los absurdos

todos los días
un culto inhabitado que vuelve
en cada ausencia
en cada ruido

© Vanesa Almada Noguerón

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Poema de Silvina Vuckovic





Alborarme y traerte
como a un acorde etéreo,
                       ayunado y tibio
 prescindiendo oberturas.
Serte en mi ser y serme
en la oquedad de los albures nuestros.
Sernos.
Cuánto caminan los beduinos
                                    hasta el oasis.
Cuánta mudez se indigesta de cadencia
en el banquete de los labios.
Cuánta noticia sonríe y da la espalda
para no interrumpir…


© Silvina Vuckovic

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Poema de David Sorbille



Transito nuevamente
por la senda de su arte
imagino mañanas otoñales
escuchando “Nessun dorma”
el brillo en sus ojos
y esa forma tan suya
de abrir los brazos
celebrar la vida


© David Sorbille

Texto de Gladys Cepeda



El dijo que las cosas van y vienen hasta perderse porque la ruta es interminable
lo escuchaba pero solo sentía que las palabras se hundían en su mente como pedazos de cristales

© Gladys Cepeda

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Poema de Clarisa Ollivier





LA HERIDA

Después de la herida
muda la piel
muda la boca
Cuando se crece
muda la luz
como guante del cuerpo
Y uno se queda mirando eso
donde ha sido

Aquello que apoya inerte
entre la hierba o bajo el dado
como cáscara de una vida
Y te despides de tu forma
de esa quietud
de esa última mueca

Zapa deshidratada de música
esperando la otra danza
Entre el paso y el paso
la otra danza
que bosqueje
la ascensión al árbol
los sueños rotos
el infinito de la rosa


© Clarisa Ollivier

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Poema de Miguel Ángel Ferreira





RACHEL

Esos ojos indican
El punto de la decisión
Besos amasados
En noches de silencio
Con búhos en los arboles.


© Miguel Ángel Ferreira

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Poema de Noemí Correa Olivé





ACUOSA VAGUEDAD

Duele este rostro de la nada,
me deslizo por sus poros
hacia el cómodo territorio
de la ajenidad
No sé cuánto hay de mí
en sepulcros descifrados,
soy, tal vez
la respuesta exigua
al esfuerzo de un pretérito optimista,
soy el equívoco binario
de una predicción
adulterada de confianza

Me consuela que los muertos
ya no pueden reclamar,
y es que
soy líquido que fluye por la herida
y se aloja en ese ajeno informe
en un anónimo urbano
soy quien deja una mirada perezosa
por afuera del cuadrante
y no exijo un devenir a mi medida
ni sangro por sueños de otros
postergados

Si claudiqué, qué importa
quién reclama a quién
quién se envanece,
si no acepto que me carguen con sus tintas
ni previos ni futuros
soy yo, en este ajeno informe
en la acuosa vaguedad
de mi conciencia
y acepto la tozudez de una tristeza
como quien rompe a pedradas
las farolas del único camino,

niego lo lineal
niego el derecho a mi vejez
descreo del rumbo atestiguado,
soy el que anda sin sombra
tan anónimo
como el polvo removido
de un osario

No existe un relato
de mi historia,
soy tan ajeno de mí mismo
que me pierdo
entre las otras pieles
que cada tanto habito,
quemo recuerdos
apenas insinúan
acordes de palabras cargadas de señales

y persevero en mi rostro
anclado
a la substancia.

© Noemí Correa Olivé

Poema de Silvina Anguinetti





En este aniversario de soles y otoños
siento piel de tierra en mis zapatos
múltiplo de 7 en espiral de siglo
abrocho broncas en el impulsivo ojal
dejo una palabra interrogante en la memoria,
han desaparecido sueños del estante del baño
caen al piso enojos y pasado
con los nudillos borro los renglones sin tinta
y escribo con jugo de limón para que nadie lea.

© Silvina Anguinetti

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Poema de Cecilia Glanzmann



Amarte
fue aprender el enraizarme
como mujer
como terreno ser

tu amarme
fue aprender a permitirte
el vuelo
con tu ansiedad tan terrenal

amarnos
nos ha llevado la vida
celebrándola
en su zigzagueante acontecer.


© Cecilia Glanzmann

Poema de Carmen Amato






Cuando mueren los pájaros

¿a dónde van?
¿en dónde mueren?
¿en qué parte del aire
o del árbol
se deshacen?
Y su canto
y sus alas
cuando se esfuman,
¿dónde quedan?
¿a qué otras columnas
se adhieren?
¿en qué nuevas gargantas
reencarnan?

¿A dónde van los pájaros
cuando su ciclo de vuelos
se ha cumplido?
¿Habrá un cementerio
para ellos,
un infierno,
otro cielo?
¿O sólo desaparecen
como las palabras,
y se vuelven signos,
puntos suspensivos
…canto silencioso.

© Carmen Amato

Poema de Eduardo Alberto Planas



La niebla cubre casi todo.
Al fondo, sólo algunas siluetas.

© Eduardo Alberto Planas

Poema de Vilma Sastre




BAJO CONTROL   
                                                                                                          
Hablo -las palabras que digo son nada más un sonido:
Sufro -Soy yo.   Fernando Pessoa.

oigo sonidos crudos
fríos
(qué digo) apenas murmullos en la corriente lenta
de un alba de otoño
y me alcanza para descifrarlos
desentumecerme
habitarlos
me asomo al balcón del quinto piso
y oigo las hojas deslizarse una detrás de las otras
y otro revés del viento para arremolinarse y
volverse a despanzurrar
graciosamente
oigo su danza atemporal
un trozo de papel golpea cada filo en el pavimento
pero no se destroza
no se amilana
de modo que vuelve a volar súbito y feroz
no se sojuzga  (como yo) (ahora)
oigo niños jugando risas
(estoy frente al colegio)
sus siluetas corren como monigotes detrás
de una pelota
oigo su repiqueteo tenaz y el puntapié nítido
que la lanza grabando una huella en lo alto del paredón
oigo la ducha que escurre aromas detrás de mí
impregnando tus huellas
oigo el chirrido aletargado de la canilla que se cierra duramente
la ducha (ya vacía)
tus pies húmedos (casi en puntillas)  reposarán
    sobre la alfombra de nuestro cuarto
las campanadas de la iglesia se reiteran ocho veces
y ocho veces oigo tus sollozos hipados
oigo el afilador y su flauta de  cuchillos ¿aún existen?
un coche en altavoz anuncia compra de
muebles viejos
cosas del pasado que ya no se reciclan (como nosotros)
la oigo voltearse hacia el horizonte intruso de una valija
y sus cerrojos que declinan  todo diálogo
¿después?
después la pausa que sigue al primer movimiento
 y  la puerta que parte tras tus pasos
oigo el estremecimiento del yo
oigo mis latidos

© Vilma Sastre

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Poema de Graciela Corrao





final de obra

el pasado está cavando
un túnel en mis huesos
se amontonan las palabras
se traba la circulación
cuando termine su obra
tu ojo cavará un pasadizo en el poema
 fluirá el dolor


© Graciela Corrao

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Poema de Olga Liliana Reinoso





MORIR DE AMOR

Como un dragón
se encendieron los fuegos mitológicos
y se aguaron los hielos
para parir un río de palabras
ondulantes, bravías
que apagaron la sed
de febriles muchachos vagabundos.
Fueron la luz y la huella,
ese cielo incomprendido
adonde, menesterosos,
llegaron los tangonautas
usurpadores de un fueye
que nos destiñó hasta el alma.
Noche de sexo oral
hablar de sexo
para sentirnos menos fracasados
y no beber la última gota ciega
de una botella asesinada.
Ir a la playa
desnudos de estrellas
y sepultar la arena entre las manos
con el último aborto de estos versos.
Llorar
hasta ser un mar humano.
Ruborizar fogatas trashumantes
y en el compás de la última mirada
morir de amor
de amor correspondido.

© Olga Liliana Reinoso

Poema de Josefina Fischer



EL INSTANTE 

atrapar
el aire
       en la mitad del paso

El instante está ahí                              
                  entre grano y grano de caída


© Josefina Fischer

Poema de Mariano Parente



Cuántas fueron las veces

Cuántas cosas es capaz uno de hacer por amor?
Cuántas verdades de escuchar?
Cuántas veces cambiar el camino tomado?
Cuántas noches haber reflexionado sobre lo mismo?
Sobre lo que te quita el sueño o a lo mejor al revés
sobre lo que un sueño te da?
Cuántas veces creíste amar en serio o cuántas
pensaste que estabas amando bien?
Cuántas veces dudaste en la vida?
Cuántas sentiste que lo que hacías era insuficiente?
Cuántas horas esperaste de más?
Cuántas noches te invadió el murmullo?
Cuántas las veces que quisiste salir de tu encierro?
Cuántas fueron, todas juntas, las veces que necesitaste cambiar?
Cuántas las oportunidades que te diste?
Cuántas las que dejaste pasar?
Cuántas fueron todas ellas y todas juntas?


© Mariano Parente