29/5/21

Poema de Hugo Francisco Rivella

 


 

Tengo vientos que pasan como si fueran rosas otros que vuelven tigres de todas

mis honduras llagadas por el ojo que se sumió en el hijo y su dolor a cuestas

tengo alaridos que de la noche vienen golpeados

hecho trizas como las mariposas

que el cosmonauta suelta desde el fuego y las manos

la chispa que enmaraña la flor y la semilla

también tu paso simple al lado de los míos

tu boca como un lirio que desmaña tormentas

y el te quiero que sabe a misterio en mi sangre

el derecho a vivir del niño y la pantera

del árbol que en la plaza es refugio del ave

la sombra que se tiende como un manto invisible y es caricia y descanso

para el que llega exhausto

tengo en el pecho una brasa mecida por la luz de mis ladridos

 

© Hugo Francisco Rivella

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Poema de Ana Lafferranderie

 


Inevitable


Otra vez lo hemos hecho, ver de cerca

el temporal mayor.

¿Alguien podrá negar que reconoce esa magnitud?

No vas a preguntar por el comienzo,

no existen las primeras cosas.

Se desvía el camino, también yo

sostengo por un rato esta dialéctica, después cedo

al espíritu simple del hogar.

Toda la noche cayó la mala lluvia

como un aviso de lo que nunca acaba.

Solo debajo, en el centro poesía

un pensamiento con redes que se expande

para mutar en arco, ser carnada.


Algo vital que regresa inevitable

atraviesa la historia que confunde

y cuando el viento crece y decae la confianza

ilumina pequeños desplazamientos.

Comprende los silencios, las visiones calladas.

 

© Ana Lafferranderie

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Poema de Lila Biscia

 


la cama es alta

no llego a tocar el suelo.

me estiro

entre bostezos

uno de mis dedos enumera tus lunares.

crujen.

 

 © Lila Biscia

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Poema de Lidia Vinciguerra

 


Me siento tan solitariamente sola sin la voz de mis hijos.

Si acaso esa soledad me atravesara,

sería capaz de perderme en el mundo.

Y hasta en las cocinas que nutren panes y cebollas.

Vagaría la soledad también en el cuarto de los recuerdos

y si en el día de los credos aún no han cantado,

si no han dejado su murmullo en mi frente

y si todavía no he notado

ese ir y volver de convincente andar por los clubes

y teclados y búsquedas en Internet

amaría, como amo, los mensajes de sms y los email

la música alta y sus miradas de ojos a ojos.

Claro que el siglo contrae el tiempo de padres e hijos.

Este escrito fechado en la segunda década de un siglo

en donde el mundo pronuncia su destino

de horizonte y vaga dudoso,

entonces será también incierto que alcancen a leer,

mis hijos,

este boceto de melancolía.

Pero con diez minutos de sus voces que amparan

una soledad poblada de panes con verdines

y cebollas con raíces tardías,

se volvería menos austral.

Esta madre, se quitaría entonces los trajes

que alivian del frío,

con sólo diez minutos de sus voces. Esta madre, se apagará algún día

trasvasada por canciones

de un coro de voces de hijos en la cocina,

amasando panes en diez minutos,

entre abrazos de diez minutos

y cortando cebollas que atraen lágrimas, porque sí.

Y pensar que esta imagen de soledad,

finalmente, canta en diez minutos

una mitología de saudades.

 

                            A mis hijos, por supuesto

 

© Lidia Vinciguerra

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Poema de Leonor Mauvecin

 


LA MAÑANA

 

En este día, el aire  entre las hojas

y el murmullo del árbol conversa con los pájaros

un  rum rum de  palomas en las ramas.

 

Juega el sol, se cuela entre la parra 

y traza laberintos en las baldosas del patio

recorro sus dibujos,  sus paredes de luz

busco, en esos arabescos  que se mueven

con el humor de la brisa tan temprana.

 

Los gorriones han vuelto a anidar en la cumbrera de la casa

desde allí revolotean, picotean las uvas

y como siempre el benteveo con su pecho amarillo

se para en la soga, se hamaca en el hilo

y dice  bicho feo , bicho feo

con su cantar matutino.

Los fresnos  acompañan con su ilusión de bosque

me aíslan del mundanal ruido de un barrio que despierta.

Tomo café  a la sombra de la parra.

Las uvas me perfuman con su olor maduro.

El pan se desmigaja.

El  periódico deja un sabor amargo.

Miro el cielo

           alguna nube, dibuja grullas blancas.

 

© Leonor Mauvecin

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Poema de Carlos Norberto Carbone

 


 

EN EL HUECO DE LA LUNA

 

En tus ojos habita

                              un antiguo incendio.

 

Una cansada llave

abre cuartos de alquiler.

 

No pasan los días

sin nostalgias

ni lluvias.

En la madrugada

los amantes

se desnudan despacio.

 

Los poetas dispararon

palabras

en el desmemoriado hueco

que la luna

dejo.

 

© Carlos Norberto Carbone

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Poema de Ana Guillot

  


                                             a mi nieta Ema

 

atardece y es

azaroso el momento

hay en la sala

un ser alado y luminoso

hay

cierta similitud

entre el río y la lluvia

y se amasa la luz en esa niña

que ahora canta en la casa

y amaestra estrellas y palomas

como si ella misma

fuera

una maga

 

casada con la tarde

ella riega de brillo

lo que toca

y es una revelación

un límpido destello

jubiloso y feroz

 

atardece y la niña ríe

(ahí donde el alado

la protege)

 

no dejaré de decir

que ella ríe y canta

no dejará ella de amaestrar

lo que queda pendiente

entre sus manos 

 

© Ana Guillot

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Poema de Dardo Passadore

 


Ella aún te mira.


Como chocolate tibio

le corría el rojo

entre los labios.


Le era difícil no levantar la vista

Le era difícil no fallar

en la sagrada tarea de tus hijos y tus errores.


Y no quería

no quería fallarte.


Y te abrazaba rota

y se sentía lo juro menos rota que vos


Y no sabía

porque merecía morir.


Ni cuando fuera ley

Ni cuando en penumbras

la mirabas sollozante

cuchillo en mano

y chupándote el dedo

le preguntabas:


    ¿Qué te pasó mami que no tenés pito?

                   ¿Mami cuando te rompieron?

                        ¿Mami cuando te condenaron?


Lejos un perro triste

Lame

Un absurdo botón de pánico.

 

© Dardo Passadore

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Poema de Carlos Dariel

 


Censo personal

 

el calor húmedo del alcohol

desciende hasta mi estómago

mientras escucho una antigua melodía

y la noche es ojo ávido

que otea en la memoria

 

la música es buen cauce

para que el agua del tiempo discurra

 

sirvo otro vaso

timón que empuño

para bucear

 

ahora frente y manos

se igualan en un gesto

anterior a sus orígenes

y no hay lengua

ni voz

con que nombrar

la propia identidad

 

© Carlos Dariel

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Poema de Carlos Salinas

 


(…Tormenta…)


Una tormenta sin un solo trueno

tras el adiós del verano,

así de enmudecida

está la vida.

 

© Carlos Salinas

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Poema de Claudia Vazquez

 


“Mi amado es para mí una bolsita de mirra que descansa entre mis pechos.”

Cantar de los cantares  1, 13 

 

Es domingo

todos los vestidos están  guardados

y no queda otra cosa

mas que lo desnudo.

 

Liviana

la hora se aproxima

sin otro ropaje

que el regreso.

 

© Claudia Vazquez

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28/5/21

Poema de Leopoldo Teuco Castilla

 


INDIA 


XIX


                     A Joaquín Giannuzzi y Libertad Demitrópulos 

 

La brasa de la luz

y la carne

dilatando los hombres, afeminando el barro

hicieron Benarés.

 

¿Hay un sitio

donde se una lo sagrado y el cuerpo

que no sea en el asombro

de ir desapareciendo?

 

¿Quién sino el hombre que huye

de su propia distancia,

que se va quedando en lo que ya se ha ido

puede,

sin ver su llaga,

              mirar un río?

 

No hay como su sensación

templo tan profundo

que deshunda el agua,

ni inmensidad

como la de seguir naciendo

para perder futuros.

                      Como el río.

 

Aquí viene a morir, en una casa azul espera

que se borren el día, sus hijos, el olfato y el tacto.

Junto a su mujer anciana

secreteándose

comen sus huecos,

intersticios de su historia

pedazos de un pan

     que nunca podrá ser dividido.

 

Ella lo ayuda:

    si ocupa todo el recuerdo

le vendrá el olvido. Le deja, eso sí, que tenga,

su jarro, su nombre, su sombrero

                             (todavía está imantado)

                                         y lo lleva al Ganges

para que alce el agua y la aplauda

y la deje caer en la luz

 

pues para cruzar el infinito

hace falta una infancia.

 

Junto a él, otros, van perdiendo su alguien

(también su alguien pierde

                       el que pide salvarse)

 

Todos

lámparas

               con el agua al pecho

               entre la vida y la muerte

                              perplejos

               en un fuego sin instantes

hicieron esta turbulencia, estas lenguas sin gravedad

que unge el río

                              y tiemblan

de tanto adiós sin salir de la carne.

 

¿Qué media entre ese adolescente que se zambulle

 y el niño

                 que flota

                                  sin luna, en el fondo?

No es la muerte

                              sino la forma

en que los abandonó el espacio.

 

¿Qué abisma al hijo con esas varas encendidas

que, antes de prenderle fuego,

da vueltas alrededor de su madre,

que no sea señalar un sitio

                              pues no hay sustentación

ni pierde distancia lo que cae?

 

Y entre la muerta

sin fondo, en su mortaja

y el esposo que se afeitó los cabellos

                                             para despedirla

qué se rompe

sino un relámpago

y cada uno vuelve a su soledad

de no ser ni solo

pues a la muerte la une la asimetría.

 

Ese cadáver que pasa sobre la corriente

con un pájaro vivo

parado

sobre la profundidad de su cabeza

                                             flor de agua

va como el río

de cuerpo presente

en su ausencia.

 

¿Dónde está Benarés

sino en todo lo lejos que estamos de nosotros?,

cruzando el día

como apagones, haciendo noche

en la fosforescencia,

buscando camino donde sólo hay señales,

cada uno en su espejo

para que el otro no se vea, llamando dios

a lo inestable

queriendo llenar la velocidad

con una piedra

 

              hasta llegar a Benarés

y hundirse en el río

para acabar en alguna forma

y ser uno la salida

       a la que nunca llega.

 Y el hombre le dice al dios:

                                esta es mi carne

                                la única que te queda.

 

Desde el río se ve el humo

sólo hay una orilla

donde el muerto comienza.

 

Esa nube es él. Ahora se ve cómo

se sentía

y cual era la forma que se desorientaba

en la forma que él era.

 

Ahora no importa dónde arde.

Tampoco en la vida

tuvo dentro ni fuera

ni lo retuvo un sitio.

 

Lleva una luz que la luz no toca.

No se detiene

porque todo lo atraviesa.

 

Lo dan al río. Se lleva

el agua sus cenizas.

 

         Agua sin agua sentirán que llueve

                                  cuando nunca vuelva.

 

© Leopoldo Teuco Castilla

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Poema de Tatik Carrión Ramos

  


EL AMOR 

 

Nadie puede lanzarles 

ni la primera ni la última piedra; 

solo ellos, 

los ausentes compañeros 

saben que hablo 

en el idioma de los pájaros. 

 

Siguen juntos 

pero ninguno ha regresado 

desde que se fue, 

perdidos se siguen encontrando 

en los libros que comparten, 

en la cama que ya no les pertenece. 

 

Se anochecen, 

se suceden, 

se escriben sin correspondencia. 

 

Lo único que los junta 

es el tiempo en que fueron otros 

y el plazo aplazable 

de las esperanzas muertas. 

 

Ambos fueron delirio 

aves en contracorriente 

voces de su propio sueño, 

fueron 

condenas dulces 

y, 

piel sobre papel. 

 

Nadie puede 

lanzarles la primera piedra 

ni la última, 

porque la edificación de su amor 

siempre estuvo en el aire. 

 

© Tatik Carrión Ramos

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Poema de Susana Lobo Mayorga

 


El poema de Dios

 

La vida se pliega bajo mis párpados

se esconde en los vacíos, se contrae

hace silencio.

Es  la vida de la  muerte  que nace de la luz

como  espacio

justo atrás, muy atrás, en la cuenca de mis ojos .

Se crispa, se condensa

hasta  ser un  punto, sólo un punto blanco

que escapa por  los poros

camino que  inicia en la recta, que avanza a  mi  pupila

de esa   vida no  iluminada

de los parpados  cerrados para siempre

del plan infinito que escribe Dios en su poema.

 

© Susana Lobo Mayorga

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Poema de Rodrigo Galarza

 


                                 A Élida Manselli


Todavía me aguardan todos los perdones

toda la gracia oculta volada por pájaros invisibles,

aquí mi caballo no bebe agua

sino un salvaje galope cercano a los patos

que descifran en el cielo

los últimos precipicios del día.

 

© Rodrigo Galarza

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