28/5/21

Poema de Leopoldo Teuco Castilla

 


INDIA 


XIX


                     A Joaquín Giannuzzi y Libertad Demitrópulos 

 

La brasa de la luz

y la carne

dilatando los hombres, afeminando el barro

hicieron Benarés.

 

¿Hay un sitio

donde se una lo sagrado y el cuerpo

que no sea en el asombro

de ir desapareciendo?

 

¿Quién sino el hombre que huye

de su propia distancia,

que se va quedando en lo que ya se ha ido

puede,

sin ver su llaga,

              mirar un río?

 

No hay como su sensación

templo tan profundo

que deshunda el agua,

ni inmensidad

como la de seguir naciendo

para perder futuros.

                      Como el río.

 

Aquí viene a morir, en una casa azul espera

que se borren el día, sus hijos, el olfato y el tacto.

Junto a su mujer anciana

secreteándose

comen sus huecos,

intersticios de su historia

pedazos de un pan

     que nunca podrá ser dividido.

 

Ella lo ayuda:

    si ocupa todo el recuerdo

le vendrá el olvido. Le deja, eso sí, que tenga,

su jarro, su nombre, su sombrero

                             (todavía está imantado)

                                         y lo lleva al Ganges

para que alce el agua y la aplauda

y la deje caer en la luz

 

pues para cruzar el infinito

hace falta una infancia.

 

Junto a él, otros, van perdiendo su alguien

(también su alguien pierde

                       el que pide salvarse)

 

Todos

lámparas

               con el agua al pecho

               entre la vida y la muerte

                              perplejos

               en un fuego sin instantes

hicieron esta turbulencia, estas lenguas sin gravedad

que unge el río

                              y tiemblan

de tanto adiós sin salir de la carne.

 

¿Qué media entre ese adolescente que se zambulle

 y el niño

                 que flota

                                  sin luna, en el fondo?

No es la muerte

                              sino la forma

en que los abandonó el espacio.

 

¿Qué abisma al hijo con esas varas encendidas

que, antes de prenderle fuego,

da vueltas alrededor de su madre,

que no sea señalar un sitio

                              pues no hay sustentación

ni pierde distancia lo que cae?

 

Y entre la muerta

sin fondo, en su mortaja

y el esposo que se afeitó los cabellos

                                             para despedirla

qué se rompe

sino un relámpago

y cada uno vuelve a su soledad

de no ser ni solo

pues a la muerte la une la asimetría.

 

Ese cadáver que pasa sobre la corriente

con un pájaro vivo

parado

sobre la profundidad de su cabeza

                                             flor de agua

va como el río

de cuerpo presente

en su ausencia.

 

¿Dónde está Benarés

sino en todo lo lejos que estamos de nosotros?,

cruzando el día

como apagones, haciendo noche

en la fosforescencia,

buscando camino donde sólo hay señales,

cada uno en su espejo

para que el otro no se vea, llamando dios

a lo inestable

queriendo llenar la velocidad

con una piedra

 

              hasta llegar a Benarés

y hundirse en el río

para acabar en alguna forma

y ser uno la salida

       a la que nunca llega.

 Y el hombre le dice al dios:

                                esta es mi carne

                                la única que te queda.

 

Desde el río se ve el humo

sólo hay una orilla

donde el muerto comienza.

 

Esa nube es él. Ahora se ve cómo

se sentía

y cual era la forma que se desorientaba

en la forma que él era.

 

Ahora no importa dónde arde.

Tampoco en la vida

tuvo dentro ni fuera

ni lo retuvo un sitio.

 

Lleva una luz que la luz no toca.

No se detiene

porque todo lo atraviesa.

 

Lo dan al río. Se lleva

el agua sus cenizas.

 

         Agua sin agua sentirán que llueve

                                  cuando nunca vuelva.

 

© Leopoldo Teuco Castilla

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7 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Poesía magnífica, que "va, va y se mueve rápidamente", gigante como el Ganges que fluye con el Brahmaputra, el Yamuna y otros desde los Himalayas cruzando casi toda la tierra de Bharat. Te leo como quien a llegado a Benarés como un peregrino a purificarse. Y la belleza de tus palabras es elevación, catarsis, agua bendita. OM NAMOH SHIVAYAH! Gracias! Alfredo Lemon

29 de mayo de 2021, 12:32  
Blogger Leonor Mauvecin ha dicho...

Qué misterioso río, qué bien lo retratas con tu poesia

29 de mayo de 2021, 16:54  
Anonymous Beatriz Minichillo ha dicho...

Un Teuco auténtico, vital, doliente, profundo desde lo infinito. Bravo!!!

29 de mayo de 2021, 19:01  
Blogger José María Pallaoro ha dicho...

Grande Teuco!

30 de mayo de 2021, 12:00  
Blogger José María Pallaoro ha dicho...

Grande Teuco!

30 de mayo de 2021, 12:01  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Querido Leopoldo, respetado Maestro de la poesía, qué se puede decir de este poema tan intimista, tan la muerte flotando, tan Benarés, y Buenos Aires y Madrid y la universalidad toda en una mortaja llorada a destiempo, de la carnadura del infinito. Bravo!!!

Vilma Sastre

30 de mayo de 2021, 12:15  
Anonymous Patricia Coto ha dicho...

Extraordinario poeta. Es como si los poemas tuvieran una lectura en voz alta, sonora, trágica y conmovedora. Una hermosa e inquietante catarsis.
Muchas gracias.
Patricia Coto


18 de septiembre de 2021, 7:49  

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