28/2/18

Poema de Paulina Vinderman





Si la luz cambia al caer la tarde
¿debería cambiar el poema, debería el amor?
Podemos fingirnos bajo el viento rabioso
de un desierto, olvidar el palo de lluvia del rincón.
Podemos volver a buscarnos a tientas, uno al otro,
entre los trastos y la esperanza de un estudio
de pintor: los pigmentos en un plato de lata,
un cuchillo sin filo, dos tazas con restos de té,
la soledad de una cara inacabada sobre un lienzo.

Algo ha sucedido en ese lugar.
Algo sucede.

Pero no encontramos el centro de la flor.
Sea lo que sea  que estamos persiguiendo sin saberlo,
vamos hacia la mañana, callados, por un camino
sin puentes que lo crucen.
Tierra ocre, envejecida, y nada de promesas.


© Paulina Vinderman

Poema de Ana Guillot





en el sueño la mano se dispone a tocar
la línea de la noche
su verde promesa de rama
(como vaginas de madre
a punto de parir)

en medio de la línea
de la noche
se fuga el recuerdo del sueño
(la almohada huele a rama
al despertar)


© Ana Guillot

Poema de Patricio Foglia



Mis padres me usaban de burro de carga
hablando mal, el uno del otro.
Me tocaba transportar material radioactivo
y el líquido espeso de las conversaciones
se filtraba en su goteo
pero a mí no me importaba convertirme
en un burro fluorescente
brillando en medio de la noche.

© Patricio Foglia

Poema de Susana Giraudo



EL PRISIONERO

La tristeza infinita
no cabe en una palabra.

Cuando abre sus alas
de crespones
vuela en círculos oscuros
y anida en el corazón.

El grita su dolor
sin que nadie lo escuche.

Es un prisionero
al que le arrancaron
la lengua.


© Susana Giraudo 

Texto de Leonardo Vinci





No era suficiente tristeza, ni tan antigua o violenta; más bien que la tristeza no suele ser violenta en apariencia. La madrugada ascendía húmeda, como apretada en la sordera del deseo, dentro de un mundo desquiciado y ajeno. Y tampoco era el rechinar lejano de bicicletas rumbo a las fábricas. Era la mañana repitiéndose toda y sin remedio, acaso ebria de oscuridad y escalones partidos. Gritaba el hambre sus remolinos, congelaba sus pies en la vereda; cuatro pisadas grandes, dos pequeñas. Junto a un perro, una valija y solapas de cartón, un paredón entrado en años era la resaca de las luces alcohólicas de la noche urbana; lejos, muy lejos del crujiente bastión de lodo y puerto.

© Leonardo Vinci

Poema de Susana Rozas


  

El frío no tiene forma, 
glauco se quebró 
en mis ridículos papeles. 
Creyendo la invisibilidad 
lamí 
la ciudad aguda 
mientras 
me estabas engendrando.


© Susana Rozas

Poema de Graciela Perosio





esperarte es un niño bajo la lluvia *
inmóvil en la esperanza de tu mano
lloviéndome el pelo de la infancia
entre los ricitos mojados tu dulzura
terrón de azúcar que sacaba el frío
indefenso estruja nubes con los ojos
desmoronando silencios en la angustia
bajo la lluvia espesa un niño se sostiene
acorazado en la costumbre de esperar.

*verso de Juan Gelman


© Graciela Perosio

Poema de Gisela Galimi





La ciega

Cuando cierro los ojos
y dejo el alma a la deriva
me asalta la oscuridad de ver
lo que otros
ni vislumbran.

Es el castigo
por un pecado
que creo haber cometido
y quizá otros vean
cuando cierro los ojos.


© Gisela Galimi

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Poema de Osiris Mosquea



Tras el cristal 

Detrás del cristal, todo se diluye, antagoniza y se hace sombra: el parpadeo de los faroles en las calles, la lluvia que cae, la marca de un transeúnte arrojada sobre el asfalto, los quietísimos momentos añiles y casi nulos de unos ojos tras la ventana. Todo lo engullen las alcantarillas al caer la lluvia, hasta la caricia niña que navega en algún cuerpo sembrando una semilla. 

Una neblina gris me asedia 
detrás del cristal de la ventana 

Un acre olor flota en los rincones de la casa 

La piel de la cebolla 
extrae su lengua y lame las paredes 
que esconden malversadas palabras 
las dichas, las no dichas 
las horas derrotadas en el círculo de la alfombra 

Un chubasco golpea en la esquina 
el rancio escote de la calle 

La luz se inclina sobre la oscura visión de un transeúnte 
que remoja sus lágrimas con la lluvia 
como si fueran las últimas 

El reloj continúa dando las horas 
sin importarle el chubasco, 
la mirada indiscreta de la lámpara 
o las transitadas calles de New York 

Las alcantarillas engullen 
los secretos de la noche 
todo lo que abrazan en su vientre bajo la lluvia 
y con fugaz resentimiento 
el ojo del farol me espía.



© Osiris Mosquea

Poema de Gustavo Gottfried



Mi madre me hacía la ropa
siguiendo la última moda de París
y usaba para eso las mejores sargas
los mejores tweeds y cheviots
además de hilos, cierres
y botones de calidad.
Así, para salir al mundo
me envolvía en todo su amor.

Pero yo, que en ese momento
entendía poco de moda
me sentía ridículo.
Ninguno de mis compañeros
se vestía de esa manera
extraña y un poco femenina.

Por eso fui juntando bronca
y después de un tiempo
me animé a decírselo.
Se me quedó mirando
con aquellos ojos negros
tan abiertos. Aturdida

por el rumor del mundo
fue y me compró algo
en un negocio cualquiera;
una remera, un jean
un par de zapatillas.

Hasta el día de hoy me lo reprocho
pero también me pregunto
cada vez más parecido a ella
¿tiene sentido enojarse
con este hijo mío?


© Gustavo Gottfried

Poema de Marta Ortiz





dejarse ir por la corriente
la lucidez del agua que no cesa
:hundir un cauce más abierto cada vez

© Marta Ortiz

Poema de Nora Coria





DE BARRO Y ASFALTO

Ciudad de papel
sonora en los destellos
urgente en las distancias.
La sonrisa de Gardel
Ilumina adoquines perfumados
y entre puchos y ginebras
y en la borra del café
se evaporan las nostalgias.
La tarde apacigua desventuras
junto al río malhadado.
Lejana
la autopista
predice cicatrices enlodadas.

Por rieles desbocados la vida
busca vida
huyendo al conurbano.

Acá se vuelve verde el cielo
en un aliento de pájaros.
Revuelto de botellas
de carros
sin agua y sin asfalto
vive el barrio
la fiesta del asado. 
La plaza luce a voto
a feria en día domingo
vestida en pasacalles
pintada a contramano.
Teñimos silencios los poetas
con voces en colores
celeste-azul
y blanco.

© Nora Coria

Poema de Orlando Valdez





DENTRO DEL CÁNTARO

noctívagos
de credos paganos
apiñados / amontonan
dentro del cántaro naufragios
y lejos y al final migajas
de un cielo eterno / sombras
del vestigio o del estrago


© Orlando Valdez

Poema de Olga Liliana Reinoso



Hoy te recuperé, amor múltiple,
que te perdés seguido entre las sombras
y sos tiniebla cuando más ciega estoy.
Volviste de una isla habitada por fantasmas,
de un iceberg
de un socavón
de una tristeza de vestido largo.
No sé por cuánto tiempo estaremos como antes
no sé cuándo me mandarás otra encomienda
de dolores de insultos de soledad
armados hasta los dientes
para que me acechen entre las sábanas
para que me secuestren en la esquina
y me torturen sin parar
hasta que vuelvas.

© Olga Liliana Reinoso

Poema de Marizel Estonllo





Después del abrazo
su cuello fue plegándose hacia el mio
Como los cuellos de dos cisnes
        se entrelazaron
Lentamente
        ascendieron
en suave danza
        hasta rozar las comisuras de los labios
tomaron  contacto…

Fue el principio…

en la noche tibia
quedó detenido el tiempo
        momento extático
del vacío infinito.

© Marizel Estonllo

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Poema de Cristina Gauta



Atravesó el otoño
con un lucero sujeto a la memoria
y un cascabel lesionando el silencio.
Descendió sobre el invierno
sonriendo a la nostalgia
y amarró los huesos al tallo del crisantemo
Esperó paciente que septiembre
ungiera de verde su desorden.
El aguacero fue la señal
para desdibujarse en el laberinto.
Ya nadie detendrá el vuelo
del hombre que eligió ser pájaro
sobre el tejado de un loquero

© Cristina Gauta

Poema de Miguel Ángel Ferreira





El mirto se despereza
En esta siesta de verano
El siseo alegre
De las chicharras candentes
El ruido urbano haciendo fondo
A mi figura de linyera
Que se apoya en la ventana
Para saborear el viento
Que escapa de los árboles
Alguna paloma blanquea sus alas
Detrás de las últimas migas
Mis letras esperan en amarillo
Las nubes dibujando siluetas
Nada se mueve en la quietud
De esta siesta de verano
En la ventana
Mi figura espera,
Una mujer.-

© Miguel Ángel Ferreira

Texto de Norma Starke



Tallada En Madera

Allí estaba,  apenas abierta. Tallada detallada en madera. Oscurecida de sombras y de luces.
Había quedado oculta. Tapada con un lino blanco. Hoy, no sé muy bien, si era cuadro, puerta, o símbolo. O todo.
Por ello, tal vez, es que estuviera  en resguardo. Olvidada. De  olvidos voluntarios.
Recuerdo que fue regalo de alguien. La había hecho con sus manos.
Llegó a mí con otra talla: una carta de juego de azar, pintada. No como la puerta sin más tinte que el de la madera. Aquella tenía muchos colores. Como una reina de  corazones.
Adónde fue a parar, no sé. Pero la puerta, todavía está allí. El lino blanco que la cubría, se ha desgarrado.
Y son tantos los rostros que se vislumbran.

© Norma Starke

25/2/18

Poema de Leonor Mauvecin






HABLA EURÍDICE

Cuando por fin te estreché, más que a ti  estaba
 abrazando a la vida
Dice Eurídice, Horacio Castillo


Ha bajado al fondo de la noche y  me llama:           
           
-Estoy aquí
 elaboré  la urdimbre  donde se teje  la trama
                                                      y te espero.

Sé que vendrás
y atraparé los hilos de tu música
en mi telar de sombras.

Tejeré un manto luminoso
para aliviar el olvido y la soledad.

Vendrás a buscarme y caminaré a tu lado
hasta el umbral donde la luz descubre los rostros.

Y no seré yo,  la que te bese
yo sólo he tejido la tela minuciosa.

Dédalo que entrampa

Será ella
la que lleva mi nombre.

Seré otra.


© Leonor Mauvecin

Poema de Rafael Vásquez




HUECOS

Cuando la desnudez era una alegría,
mezcla de vergüenza y timideces
en un tiempo lejano,
descubrimiento de la felicidad que bastaba
para iluminar la noche.
Cuando la noche misma
sabía comenzar despacito
para que todo pudiera caber en ella.
Cuando la memoria
ahora
junta sus huecos todavía
y el olvido
pasa de largo por el insomnio de la juventud.
Algo
queda sin explicarse en nuestra historia,
páginas dejadas atrás
que nunca sabremos recuperar.
La vida
tiene esos resquicios,
nadie comenta lo que ignora.
Y el futuro no sabe retenernos.


© Rafael  Vásquez

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Poema de María Cristina Di Lernia



OTRO OTOÑO

Otoño acostumbra bajar al sol
recostarlo en el follaje
y al fuego también
y a las ciruelas maduradas en enero.
¿Cómo no amarlo hecho nervadura
y acerado fulgor en las veredas,
o sentir el calor
que convoca su presencia vulnerada
entre las ramas?
Suele caer deshojado
con  olor a hoguera navegando el aire
llega encandilando
camineros vivos,
parte ensombreciendo
caminantes muertos.-

                                                              
© María Cristina Di Lernia

Poema de Víctor "Pajarito" Cuello



ARMENIA, 1915

1

el primero del siglo xx
triste privilegio
en el corazón
de la historia

2

un siglo
y
  todavía
las lágrimas
no se apagan

3

en blanco y negro
los cadáveres
se apilan
en las fotos
en blanco y negro
la sangre
igual
se ve


© Víctor “Pajarito” Cuello

Poema de María Lanese



Piccolina       
      
Vuela la niña
arrastra el hilo de su cometa
a ras del polvo.

Sabe que el paraíso
            es terrenal.  


© María Lanese

Poema de Norberto Barleand


  

SUEÑO INAGOTABLE 

Anegadas piedras poblaron geografías
platinadas de viento y arboleda. 

En los serenos días del cultivo
preludian los tajos del dolor

Luminosa retina en horizontes
con criaturas de miel y de coraje
que beben en las fuentes del olvido
las partituras
                         del puño y la palabra.


© Norberto Barleand

Poema de Marta Elena Guzmán



Rayuela

En esa fatiga de pájaros
que se instala en la tarde
la luna acaricia la cintura
                          del viento.
La memoria
sombra orillera
repecho de voracidades
frunce las faldas de la noche
y muerde el trémulo silencio
                                   de la tierra.
Una cancel
resguarda las viejas muñecas
la sureña ruta de los flamencos
el arcaico  laberinto de manzanos
cuando los  sueños se soleaban
sobre la marcación de la rayuela.
Entonces las pupilas
se charolaban de azul
y los juegos olían a yerba buena fresca.
Los ojos de aquella niña
                            ya son de arena.

© Marta Elena Guzmán

Poema de Rubén Amaya



El amor es una feroz tormenta de verano

El amor es una feroz tormenta de verano,
que nos sorprende a la intemperie;
desordena y destroza el orden
donde teníamos acomodadas
las discretas y educadas emociones.
Nos dispersa por regiones extrañas,
como hojas del árbol arrancadas en otoño.
Entonces somos niños fascinados
por un cuento fantástico,
hasta que la adulta realidad nos dice
que las hadas no existen.
Y el amor se transforma en una historia
que solemos releer de vez en cuando,
asombrados de tanta fantasía.
Inevitablemente el verano regresa,
y una nueva tormenta.

© Rubén Amaya

Poema de Cynthia Rascovsky



Demencia

Otra vez me pregunto por mis muertos.
Nada distingo en estas gotas de luna
solo un lamento una lluvia que suena en mis huesos.

Profundo océano de amarguras.
Me siento en medio de la nada
aplastada entre barrotes
          en estos pasillos de mi demencia.

Cuando agito mi lengua una voz sueña 
 captura la última imagen
              que adelgaza mi cordura.

Quizás debo desaparecer
                decantar esta piel que duele
desdibujar huérfanas esperanzas 
                        y militar el olvido. 


                                                                                                           
© Cynthia Rascovsky.-

Poema de Mariano Parente



Me broto de amor

Me broto con el día a día,
con los espacios que dejamos ser,
con cada imposición,
cada puesta que no vemos del sol,

me broto con ese odio que genera,
cada lunes,
cada martes,

en cenizas los viernes me broto,
de malas costumbres,
de brotes me broto,

me broto de amor al cuadrado en cuanto brota,
en cuanto me tengas malacostumbrado brotando,
en cuanto no me dejes más dormir,
soñando broto,

con el odio de cada lunes,
cada martes,
así es como me broto.


© Mariano Parente

24/2/18

Poema de Lucía Carmona




LA AMANTE

He amado tanto, tanto
que soy un albañil
uniendo los ladrillos
del día y de la noche
hasta alcanzar un punto
de vegetaciones celestes.

Es solamente
recorrerme la cara
con los dedos
para desconocerme
y extraviarme.

© Lucía Carmona

Poema de Carlos Alberto Roldán





Una mirada. Y luego otra,
Que es de desconfianza.
El rito ha sido cuestionado y ya en sospecha vienen
No uno sino varios
Y examinan al fugitivo en ciernes, al traidor en ciernes,
Al futuro desencadenador de la masacre.
Porque hay un punto en que ya desaparece por fisuras
Toda inocencia blanca.
Un aletazo de ave inesperada
Taciturna negra
Una no entrevista figura disuelta
En un pasillo alto de la noche.
Se apagarán todas las luces. Luego
Con la recurrencia del mar contra las piedras
Primero habrá gemidos
Luego gritos procaces.
(Muchos ensayan su metamorfosis fallida)
Desde la distancia
Sirenas ululantes buscan el puerto
De luces encendidas.
Más gritos, más gemidos.
-¿No duermes? –pregunta con sonrisa de oficio
Con sorna que encubre su rutina agorera
La mujer de blanco.
Justifico:
-La voz que resonó en el pasillo.
Un sueño.
He dormido un siglo
Pero ya
No me queda otra que seguir durmiendo.
No convencida se va.
Es probable que vuelva
Y que mida mi pulso
Así como una samaritana
Que ofrece su cuenco.

© Carlos Alberto Roldán

Texto de Vanesa Almada Noguerón




trasbordo

Golpean la puerta se ve que para guardar cierto protocolo, o porque saben bien que se las voy a abrir de todas formas. Entran. Mientras una se mete para adentro, la otra no pierde el tiempo y se acomoda a los pies de la cama, como trabándome el andar, como apretándolo. Y ahora me dicen que tal vez convenga estarme quieta, próxima a un rincón cualquiera de un momento cualquiera.

y en esta cueva de falsos inviernos también se puede aprender a llorar
debajo del miedo,
debajo de las paredes húmedas,
con nuestros nombres escritos en forma de templo;

La que está adentro me decapita los ojos, para que una parte del llanto se me quede en la garganta. La que está afuera simplemente observa, mide, toma unos absurdos apuntes que prefiere (siempre prefiere) no mostrarme, no mostrarnos. Y ahora me dicen que tal vez sean nuestros los roces de los cuerpos, los pasos que fuimos aprendiendo a dar hasta la puerta.

ya se va el puente que ninguna de las dos se va a atrever a cruzar;
se ahogan los sobres que envuelven nuestras cartas
y nuestras vergüenzas,
y sus gritos se tragan ambos pedazos de la noche;

Muy en el fondo, nos entristece un poco saber que ninguna se va a tomar la molestia de presentarse, que nos conocemos de sobra. Todas ellas y todas nosotras. Y ahora me dicen que tal vez se queden. Algún tiempo. Otro tiempo.


© Vanesa Almada Noguerón