Nancy Montemurro comparte a Colombo/Miranda
Cuando las tres chicas se acercan, el padre cierra el
abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene miedo el padre chino de que el
calor de sus hijas desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma
paciencia por sus antepasados.
El miedo le hace pitar de una boquilla elongada hasta el
límite. Chupa del pico el hombre, y de su boca evaporada por el humo se
desprenden pensamientos finitos como el perfil de un pez raya. Es el opio de
los pueblos con que carga su boquilla el que lo hace descifrar sus pensamientos
en voz alta.
“Esas tintoreras –dice de sus hijas– calientan la pava y
después yo salgo hecho una planicie. Qué saben ellas, tan chiquitas, del
trabajo que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas,
escama por escama, durante milenios, hasta hacer de mi alma este biombo musical
que sólo los hombres chinos saben desplegar con dignidad.”
Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el
caracol de su rodete en señal de rebelión.
Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre recuerda el
golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.
© María Del Carmen Colombo
Lugar
Un templo, una calle,
un único cuarto, un jardín,
el interior
de una flor de ese jardín,
el interior de un auto
rodando a toda velocidad
o sobre una piedra
a la orilla del río.
Cualquier lugar es bueno
para quedarse,
fundar
de nuevo el mundo.
Después del amor
cualquier lugar es bueno para quedarse,
pero no el corazón,
ese lugar
aprieta demasiado.
© Marta Miranda
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