Poema de Samuel Amaya
Dios sabe que hice arder mi cuerpo
que ardieron los changos del azúcar
los que cambiaron las pilas de mi corazón
que ardió mi papá y su deseo
de que yo fuera el hombre más macho del barrio.
Dios sabe que ardieron las caricias
que recibía a los dieciocho en la oscuridad
las que me daban a cambio de que
abriera mi cuerpo como un paraguas.
Allí, en el fuego, también se fueron
las plegarias viejas donde le pedía
a Dios que sacara de mí la velocidad
de mi deseo y la sed de mis venas.
Ahora entiendo que todo debe arder
que si me enciendo de nuevo
la ceniza sembrará la tierra
y Dios me verá, nuevamente, crear el cuerpo.
© Samuel Amaya
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