29/1/25

Poema de Mercedes Roffé

 


Le mot juste

 

Entre el error

lo obtuso

lo fallido

lo feliz aproximado

lo ambiguo

lo probable

se abre camino

nítido y fantasmal

el velo de la idea

:

la palabra justa

una imagen

la rememoración de la…

(¿dirélo?)

la belleza

entrevista                contemplada

intuida o pergeñada

hic et nunc

como en el mármol de Gli Uffizi late

la vena del esclavo

sin acabar       sin rostro

sin pulir.

Pulido y acabado.

No el órgano, el nacer.

No el poema, el trovar.

No la noche ni el día

sino el camino hacia el alba.

 

© Mercedes Roffé

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Poema de Carlos J. Aldazábal

 


Tierra (Honath)


Aquí vivía el anta, y vivía la avispa,

vivía el árbol grande y el arbusto pequeño,

vivían los quirquinchos, el jaguar y los pájaros.

Y vivía la gente.

 

Aquí corrió la miel, corrió el agua y la sangre,

aquí brotaba el pasto, el chaguar y otros verdes,

aquí cantó el silencio, el crespín, la torcaza.

Y cantaba la gente.

 

Vivían y cantaban. Andaban y reían.

Era poca la pena y eran buenos los días.

Soñaban y nacían, comían, caminaban,

juntaban muchos frutos, pescaban muchos peces,

sabían que las vueltas que tienen los caminos

son huellas del futuro que marcan lo que ha sido,

lo que es, como siempre, lo que nace y que muere,

las formas de la tierra, las formas de la gente.

 

Esta tierra era hermosa.

 

© Carlos J. Aldazábal

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Poema de Fabián Leppez

 


Pañuelos

 

¿Qué pasaría si todos los pañuelos se unieran

levantando los brazos en una danza frenética?

La esquizofrenia elevando nuestros pies

para marchar hacia el frente

hacia los oídos mordisqueados

por las ratas/

hacia la lluvia que enloquece a la radio.

¿Qué pasaría si todos los caminos

dejaran de bifurcarse

y las lenguas penetraran la injusticia?

Serían los pañuelos una nube de siestas.

Un territorio donde nunca llueve

y la tierra tendría la humedad de

las canciones que no fueron censuradas.

La memoria habita en el agua que

rebota en las plantas

y en la fibra que entumece las manos

que sostienen al papel.

La historia se tiñe la cabeza cada vez

que abrimos un libro

y es la sangre que se oculta,

un documento.

 

El pañuelo blanco absorbe las cicatrices

y apuna la desigualdad debajo de los cielos.

Tendrá el nudo del pañuelo la

firmeza del metal.

Tendrá la pureza de tantas cosas

que ni podremos masticarlo. 

 

© Fabián Leppez

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Poema de Luis Raúl Calvo

 


El Grito

 

Hemos visto noches de miradas eternas.

Los crucifijos esperan el reencuentro con sus dioses.

Mañana es posible.

Las ciénagas han muerto de frío a la intemperie.

Ahora, tus ojos no vacilan en el llano.

Las comadres enlutecen de rubor

cuando el grito quiebra nuestros huesos.

Respirar en la brasa es comenzar de nuevo

la vigilia del beso demorado.

 

© Luis Raúl Calvo

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Poema de Mirta Venezia

 

 

 se abren los espejos de la madrugada

    nacen del iris de los muertos

    ocultan revelaciones

    alcanzo a mirarme el pelo en la ceniza

 

    no soy yo

    es la viajera de los pies gastados

    - la que hizo el recorrido antes de mí-

 

    ella vaticina el horario de partida

    maneja los hilos de arena

    abraza el despojo

 

   lo único que me salvaría es embarcar.

 

© Mirta Venezia

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Poema de María Julia Druille

 


“Para que muerda la vida y no me canse la muerte”

                                                        Miguel Angel Bustos

 

un do sostenido en mis falanges

como pájaros dolientes

galopa salvaje entre mis dedos

partes de mi cuerpo guardan silencio

pero en sordina cruje lo que articula

va hacia el embudo inevitable

la espiral de tiempo

los escombros de los días perdidos

las sobras de la pena

las escurriduras por donde caen las lágrimas

                                                 que alimentan de sal la tierra

y dejan esa sombra del polvo en los rincones

 

 yo aguardo en las arrugas tibias

de mis sábanas

los brazos de la aurora

el bautismo consabido

el prodigio, la inefable extrañeza

que me acerque de nuevo

al misterio del día

 

© María Julia Druille

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Poema de Norberto Barleand

  


                                                Oíd mortales 

 

Llegó un ángel oscuro

con sus garras de odio 

cegado en su mística salvaje 

 

La Patria se fundó Estancia

con púas, estacas y bendecidas tumbas

Desde el  Poder y la  conquista.

brutal en la impiedad,

fecundo en la vasija del castigo.

 

¡Alambraron la Tierra¡

Los dueños del cañón y los morteros,

del fuego y de la vida,

de las balas y el hambre

sepultureros de hijos y de vientres .

con rémoras de entrega

y el pueblo empobrecido por verdugos

con las vendas del triste vasallaje.

 

No podrán

con la memoria,

con el muro donde estallan

el coraje y las luchas de los ecos recientes,

una historia de luto y llanto

donde sublevada la sangre

 han claudicado las fauces del horror y  de la muerte

con banderas, raíces  y huecos de furia.

 

Con  los  miedos,  el silencio,

con las  astas invictas

con la intemperie y el brillo

y las garras de fuego.

 

No se escuchan los ruidos de las rotas cadenas

No   se observa el trono  a la noble igualdad.

Oíd mortales el grito sagrado

Libertad, Libertad , Libertad

 

© Norberto Barleand

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Poema de Matías López

 


PIEDRAS

 

Soñé con un bebé recién nacido

sonriente en la cuna

con luz en la cara y los ojos grandes.

Soñé que unos parientes venían a verlo

-Vamos a hacerte regalos -decían-

grabados en piedra para que duren.

En la primera piedra alguien escribió

“machote”

y depositó el don sobre la cuna

En la segunda “Abogado, contador o ingeniero

como tu padre, como tu abuelo”

Otra piedra decía “deportista” y la otra tenía el escudo del club de fútbol

La piedra más piadosa

decía “sanito”

Ya no cabían las piedras que dijeran “feliz” o “libre”

 

Desperté

me sentí en un ataúd blanco

cuando golpeé desesperado

algo obstruía la entrada

algo como un montón de piedras

 

© Matías López

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Poema de Marilyn Zumbo

 


El destello

cóncavo

estalló

en

el espejo.

La doble identidad

vomitó mariposas negras.

Absorbió el barro,

en la marea despiadada del olvido.

Mientras

espera

la redención.

El laberinto

arrastra las caderas, que solo Teseo,

logrará vencer,

cuando

la locura,

despierte

en el último escalón

del encuentro.

 

© Marilyn Zumbo

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Poema de Mabel Sierra Karst

 

 

Lluvia

 

Un pájaro canta

en la mañana gris de verano,

la lluvia cae fina

sobre el asfalto

y un niño y un gato

se protegen bajo un alero

que no alcanza

para esconder

los bordes de su hambre.

Cuando la lluvia se detiene

regresan invisibles

a las calles

y se alejan

pisando charcos.

Su reflejo es fugaz,

como el brillo

que deja

la persistencia del agua

en las veredas.

 

© Mabel Sierra Karst

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27/1/25

Poema de Leonardo Pez

 


Modo copiloto

 

El colectivo de línea zarandea

la estabilidad del auto

Mi padre cruza con las provisiones vegetales

cargando el almuerzo de los días que vendrán

En casa espera mamá:

vino para dos, agua saborizada

dramas cociéndose a fuego lento

Cumplo mi propósito:

saco tema, selecciono la música

advierto al conductor cuando se distrae

Manipulo el celular, soy el diseñador

de otra ciudad que se pierde en la altura

 

© Leonardo Pez

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Poema de Graciela Perosio

 


cristales de hielo rojo:

las flores del ciruelo a contraluz del sol.

azaleas moradas, blancas, lilas, rosas, naranjas,

llameantes borbotones de color.

amplios copos iluminados sobre el verde

y jugueteando en el lago, indecisos, cabeza abajo.

las azaleas: visita puntual en la ciudad del viento.

las golondrinas ronda que te ronda los altos árboles

crispados de brillantes brotes.

el aire de la primera semana de octubre

pasa en limpio la agenda

y nos ocupamos, entonces,

solo de ser.

 

© Graciela Perosio

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Poema de Fernando Raluy

 


Un tipo de fe

 

Las balizas de un auto en la niebla ataron su intermitencia a mi corazón y al de la bocacalle

ese nuevo pulso asigna un ocaso para cada palabra y eso es un tipo de fe

otoño: la escuela de ir muriendo escribo con mi gato al lado los dos confiamos en la vida a pesar de todo

yo observo la precisión dorada en la paciencia de una verbena que deja cerca del cordón su mueca final

él observa la casa que entró en el compás vivo del mediodía bonaerense.

 

© Fernando Raluy

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Poema de Susana Giraudo

  


UNA LÁGRIMA

 

cerrar los puños

hasta  sangrar

cuando las uñas

            hieran

  en las palmas

 

sentir

cómo sube

la bruma del dolor

     goteo que

lento             

        se escurre

        y persevera

 

contiene sombras

             el dolor

 sabor a vida contiene

             el dolor

 

dulce

la gota espesa

de todos los finales

se filtra

entre los engranajes

de un reloj incapaz

que no señala

                 el tiempo.

 

© Susana Giraudo

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Poema de Diego Roel

 


ANÁBASIS 

 

Soledad, otra vez

estás arriba y abajo, delante de mi cuerpo,

en el centro exacto de mi sangre.

 

Escucha la música que viene del pasado:

la bala se abrió como una flor en mi cabeza,

la bala hizo tres nidos en mi frente.

 

Me quebraron los ojos y los huesos.

 

Ya la órbita del sueño vierte el veneno

en toda palabra, en toda forma.

Ya la reja del lenguaje hunde su cuña,

clausura las vías del aliento.

 

Soledad, otra vez

estás arriba y abajo.

 

Escucha la música que viene del pasado.

 

Recuerda:

la corriente que enlazó a dos almas

vence a la muerte y permanece.

 

© Diego Roel

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Poema de Alejandra Boero Serra

 


Llego hasta el delta para verte.

La costa dibuja tu sombra.

Descubro las cañas.

Me hablabas de pesca.

Extrañabas el silencio del mar.

Estás ahora en aguas dulces.

El gran pez descansa en tus alforjas.

El río es puro rumor turbulento.

 

© Alejandra Boero Serra

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Poema de Ana María Oddo

 


Miradas

 

I


La madre mira jugar al niño.

El niño sabe que la madre lo mira

y por eso juega tan tranquilo:

arma edificios altísimos

arma

bloque a bloque

su propia vida.

No es juego

el juego del niño:

va construyendo parte a parte

pensares y sentires.

 

No es juego la mirada de la madre.

De su propio pecho

sale esa mirada

como antes salió la leche, el cobijo, el arrullo.

De su pecho dulce

eslabón

entre la vida y la muerte.

 

© Ana María Oddo

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26/1/25

Poema de César Bisso

 


La noche 

 

Te busco hundida en la llovizna.

No tienes rostro para que otra mirada

te alcance. Sólo ojos,

infinitos ojos de criaturas en vigilia.

 

Bajo el árbol sudoroso de la orilla

escondes el secreto: ¿habitarte

es matar tu sueño o soñar mi muerte?

 

Pestañean las hojas como pájaros.

 

© César Bisso

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Poema de Majo Bozzone

 


Te amo

punto aparte

párrafo en blanco,

silencio.

Silencio

Lo inaudito

de existir

nos encuentra.

 

© Majo Bozzone

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Poema de Aníbal Costilla

  


UN REFUGIO

 

¿En qué rincón

aguarda reunir sus astillas

fundirse en su luz

nuestra alma

presa en este insomnio de colores?

 

No se mueve el misterio

si nuestros pies

no impulsan el infinito hacia el camino

 

tu sed es una laguna

que espeja tu anhelo más profundo

de esa hondura nacerá tu voz

el amor que se estira en los brazos de tu madre

la tarde en que te harán dichoso

el conocimiento de tu muerte

la madera que canta mientras la luz lunar

chispea sobre las sombras

 

tus días tendrán la música

 

las aguas aéreas de tu alma

prometieron un amanecer de favores

el don de lo que permanece

lo no hundido en el polvo repetido de la vida

 

tendrás que aprender a mirar

 

recogerás un día

la ponzoña que destruye la máscara

de aquello que creíste ver.

 

© Aníbal Costilla

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Poema de Mariel Monente

 

 

Mucho más, mucho más solitario

que su entorno

un yacaré

se resigna a su turbio ojear.

 

Flotan troncos en la sombra

flotan

se acompasan de rocío.

 

Hay esteros bajo el agua

y en la tierra, abajo,

el agua

se desliza entre los mantos.

 

Flotan troncos húmedos con ojos abiertos a la luna.

 

© Mariel Monente

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Poema de Vilma Sastre

 

 

APURO EL PASO

 

visible apenas la ciudad bajo debajo dentro de la lluvia

los peatones sortean el asfalto viscoso

(mísero intento)

calles anegadas (no hay tregua)

por fin el parque (me seduce)

tal vez el derrotero del agua

                     entre senderos

quizás los árboles  en ritual de desmesura

esta quietud tan honda

apuro el paso (ya)

mi voz no quiebra el  silencio del agua

pronto asoma la silueta de un hombre

su ubicación es ahí (única certeza)

enseguida  la caricia dulzona de un arbusto

lo huele saborea empapa su lengua

                                  (savia vegetal)

tu dedo índice sobre el último rayo

ahora se detiene   titubea

ya se sienta gozoso en un banco remoto

¿por qué sonríe?

todo ungido de lluvia alrededor

continúa tu comisura abierta

                       de par en par

(mi desasosiego)

culpable (me digo) de todas mis muertes

voy a lavar mi gesto de toda angustia

(corregir mi escritura)

apenas mirarte y me quedo temprano

                                           a tu figura

en este parque este banco esta lluvia

servida para dos

 

© Vilma Sastre

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25/1/25

Poema de Corina Iglesias

 


Las alas de los pájaros y las cascaras

de cebolla, comparten anatomía.

 

Lo descubrimos al soñarnos

de ojos abiertos bajo los cultivos.

 

Con el filo del cuchillo las desprendemos,

las acomodamos en fila sobre la tabla.

 

Dicen que aburrimos la muerte y yo, pero esta tarde

podemos intentar no ser tan trágicas.

 

Las alas de los pájaros y las cáscaras

de cebolla, decoran la casa.

 

© Corina Iglesias

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Poema de Alejandro Méndez Casariego

 


Cuando baje la marea

se podrá ver

de que está compuesta la resaca,

cómo distribuyó el oleaje

las piedras y conchillas

cuántos peces y moluscos

no fueron capaces de sobrevivir,

cuántas algas, débiles de raíz

se desprendieron en el primer tumulto.

 

Si queda algún residuo

de castillos o nombres o símbolos astrales,

si algún cadáver

de antiguas guerras llegó

finalmente, a destino;

si se hace visible, en la arena,

algún hueso

personal o indistinto.

 

© Alejandro Méndez Casariego

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Poema de Alicia Márquez

 


LA LLAVE

 

Son dos. Viven a la vuelta.

En una casa abandonada,

en una triste casa abandonada.

En una casa tapiada a la vida,

gris, de tan sola.

Caminan, a veces una, a veces otra,

por el barrio.

Se sientan en los zaguanes a discutir con el aire,

a revolver bolsas eternas,

llenas de otras bolsas y de papeles.

Son parte del paisaje cotidiano

con sus camperas gastadas y su gesto

impaciente.

Pero un día, una de ellas, de ceño fruncido

y enojo volcánico, me exigió a los gritos

que devolviera la llave.

Traté de calmarla, mañana, dije, enseguida,

dije, bueno, dije. Aterrada, le dije. Lo que me salía,

le dije.

Ella me miró y aseguró que si no la devolvía

se iba a cometer un asesinato.

Y entonces la vi. Por primera vez la vi.

Ya no era parte del paisaje. Era una hermosa

mujer de ojos claros, perdida y rota.

¿Qué llave querría? ¿La de alguna casa remota?

¿La de la cordura? ¿La del paraíso?

¿La de la risa, para su gesto amargo?

¿Quién la lastimó tanto? ¿Quién le arrancó la llave?

 

© Alicia Márquez

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