13/4/20

Poema de Nara Mansur Cao





“Autorretrato con peces y mariscos” 

Antes de que todo desaparezca
escribo con el viento que sopla sobre el cerdo y la rata
y ciertos huesos desnudos entre las hojas saltarinas. Con palabras
dirigidas a gente que no existe.
Enrique Molina, “Tarea inclemente”


El latido de mi patria en las langostas debajo del demasiado
sol sin errores; la Osa mayor que al repetirse me denuncia
en el largo crujido de la lluvia. La espuma de ese mismo latido
llena de pisadas, como las de quien regresa a dejar a sus muertos.
Sin repetir mi única alabanza me doy a beber leche con vainilla
en mi única casa, un continente del que sólo conozco gatos callejeros
que brillan. Sus cuerpos brillan bajo la lluvia y yo repito
la imagen anterior una y otra vez: el cuerpo de mi país alimentado
por la exquisita turgencia de atunes y mariscos.
Mi cuerpo y el cuerpo de ellos se vuelven apagados por erráticos
y los fósforos no nos encienden por estos días.
Negro --en otro paisaje sin iluminar lleno de sal--, se impone
mi gesto amable. Me satisface haberlo abierto y curado
debajo del sol, sin demasiados amigos viendo, opinando.
Plantas carnívoras mojadas por goterones de azufre:
allí encontré mi insensato romance, mi cobardía,
mi carnet de joven comunista olvidado entre las flores de vicaria
y hubiera pedido socorro y hubiera cantado entre sollozos
y mordiscos mal aprendidos.

Oh país de los mariscos, oh sol, oh cielo azul sin nubes,
Oh país de las murallas y las casas con guardavecinos,
casas repetidas como tumbas y medias de seda negras.

Qué lástima --me dije-- así con el sol ardiendo:
parezco un pájaro en su velatorio sin nido ni adherencias, sin migajas.
Quiero irme pronto como siempre me voy, a las corridas
como una acróbata que se abraza a su cuerda floja
después de los chiflidos.
No me veré agazapada mascullando nunca más;
voy a ser una luz encendida en la terraza, una cascada,
una begonia despegada para siempre, abierta, sin pesadillas.
Voy a ser hoy de naturaleza fallida, inmunda. Incluso
hombres minúsculos atravesados por la grasa oculta de la carne magra
y la perplejidad de la pena; mujeres minúsculas.
Ni siquiera un gato me he de llevar bajo este sol de junio a mi casa.
Qué fosforescencia en tu mirada. Cómo se puede
odiar tan poco y hundir este episodio en una lágrima
endulzada de fuego y maleficio.

El latido de mi patria en las langostas y en ese resto de peces
atrapados y vendidos sin previo aviso.
El latido de mi corazón encerrado, debajo del abrigo
que tejió una mañana de sol sin nubes, mi abuela, mi abuela, mi abuela.
En ese latido aparecen mis muñecas, mi abuelo y mi padre
aprendiendo la misma frase y olvidándola; y al detenerse
sin respiro, el viento se los lleva a todos, el viento
que empolva y deteriora mi sarcasmo.

© Nara Mansur Cao

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1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Poema gigante! qué talento por favor! Me conmueve y me ofrece evocaciones, olores, nostalgias de playas, celebraciones culinarias, sabores esplendentes. Pero por sobre todo, se yergue como una sombra fiel al epígrafe elegido, las potentes palabras del gran surrealista Enrique Molina. Felicitaciones! Salud! Alfredo Lemon desde Córdoba, Argentina

17 de abril de 2020, 19:28  

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