22/6/20

Diego Saravia recuerda a Manuel J. Castilla



El gozante

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.
El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.
Estoy solo de espaldas transformándome.
En este mismo instante un saurio me envejece y soy
leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.
En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.
De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío.
Sé que en este momento, dentro de mí,
nace el viento como un enardecido río de uñas y de
agua.
Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.
A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo
de la tierra.
De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.
Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.
Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garzas meditabundas
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste
nada y mi alegría.
Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso.

© Manuel J. Castilla



Aylan

Su madre soltó su mano 
en el Mediterráneo agrio 
El niño después 
habló en la orilla 
y su voz se filtró en la arena 
Pero le dimos la espalda 
porque no fue amable 
 llamarnos miserable

© Diego Saravia Tamayo

Etiquetas:

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Enormidad en ambos poemas, un placer leerlos. Susana.

28 de junio de 2020, 14:21  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio