Diego Saravia recuerda a Manuel J. Castilla
El gozante
Me dejo estar sobre la tierra porque soy el
gozante.
El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.
Estoy solo de espaldas transformándome.
En este mismo instante un saurio me
envejece y soy
leña
y miro por los ojos de las alas de las
mariposas
un ocaso vinoso y transparente.
En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del
quebracho.
De mi nacen los gérmenes de todas las
semillas y los riego con rocío.
Sé que en este momento, dentro de mí,
nace el viento como un enardecido río de
uñas y de
agua.
Dentro del monte yazgo preñado de quietudes
furiosas.
A veces un lapacho me corona con flores
blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño
más viejo
de la tierra.
De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el
tiempo.
Si se me antoja, digo, si esperase un
momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.
Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su
costado,
garzas meditabundas
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia
triste
nada y mi alegría.
Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso.
© Manuel J. Castilla
Aylan
Su madre soltó su mano
en el Mediterráneo agrio
El niño después
habló en la orilla
y su voz se filtró en la arena
Pero le dimos la espalda
porque no fue amable
llamarnos
miserable
© Diego Saravia Tamayo
Etiquetas: Diego Saravia
1 comentarios:
Enormidad en ambos poemas, un placer leerlos. Susana.
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio