Daniela Camozzi comparte a García Corradi/Benicio
HUERTA II
cada año cosecho
el rojo oscuro de las zarzamoras
sangran mis manos
se tiñen mi boca
mi lengua
y mientras desando el camino
con las manos llenas
como una sorpresa
me invade
el tiempo del amor
que no se mide ni acompaña
sólo crece
se cultiva y sobrevive
como esta planta
invasiva
hiriente
y deliciosa
© Cecilia García Corradi
El ejercicio de habitar un cuerpo mujer y autista
Crecer es habituarse
a jugar a las escondidas
de a una.
La decisión de esconderse
pocas veces lo es,
diminuta parte visible
de un aprendizaje involuntario;
la convicción de salir a la búsqueda
camino al espejo es
un desaprendizaje voluntario
y el regreso al lugar de origen
mientras la otra aún cuenta,
el triunfo en una batalla
tan incoherente como necesaria:
la conquista de un cuerpo que es propio.
Crecer es habitarse,
casa y desierto el mismo tejido. Órgano extenso
de historias, nuestras y prestadas,
cicatrices que nos “dejan
aprendizajes” vueltos hábito
vueltos hábitat.
¿Cómo frenar
lo que se hace instintivo
si el operador de su maquinaria
es un sonámbulo herido?
Bello sería
tener una respuesta, o al menos
la palabra precisa, cuyo brillo
en la punta de la lengua
aclarara un camino.
Estamos, mujeres autistas
en el borde de aquella vereda,
donde, con los pies plantados
en adoquines plenos de luz
descansaríamos en la tranquilidad
de ser un hogar perdurable.
Por eso
aunque nuestros pies hoy
solo atisben esa línea, no desoigo
el tierno placer que se asoma
desde la humildad
de esta incertidumbre compartida.
Estamos acá, pensando juntas
se escribe el poema.
© Sophie Benicio
Etiquetas: Daniela Camozzi
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