13/6/20

Marcela Rosales recuerda a César Vallejo


Un hombre pasa con un pan al hombro

Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?

© César Vallejo




Too many chiefs 
                           

             filled with canteens and tear gas 
                      from the last voyage of us 
                            Jakob Dylan                                                         

Él no tiene otra cosa 
que una espalda destruida. 
Peleó en una guerra. 
No recuerda bien 
si mató a alguien. 

-Estaba muy oscuro, dice. 

Las guerras, sobredosis 
de heroísmo alucinado 
galopando por las venas. 
Bajo un cielo de múltiples 
detonaciones viajarás 
hasta el nirvana 
                   (o la ceguera). 

En el desierto 
en Al Kafhji 
en un fumadero en Kabul 
en la cubierta de un Pasadena 
en el sótano arrendado 
de un edificio en demolición 
en el coro de la iglesia 
en el Pentágono 
o en el póster de la bandera 
de tu pieza. 

El lugar no es importante. 
Guerra o amor 
siempre el mismo juego 
entre vencidos. 

-Apuesta a tu chica 
total ya estás desnudo- 

Ella bebió un líquido azul 
y se aferró a la puerta 
mientras golpeaban su vientre con un bate. 
No evitó mirar los trozos de carne 
resbalando entre sus piernas, 
no tenían los ojos claros de su padre. 

-Tal vez hubiera sido mejor 
                             que los tuvieran- 

Él recarga la jeringa 
y se quita el pañal 
en un rincón del cuarto. 
Ella lo llama tiritando 
desde el colchón. 

-Oh, mi dios, no siento las piernas. 
¿Apagaste las luces? 
¿qué vamos a hacer? 

-No sé, responde él 
mientras se tumba a su lado, 
ya hay demasiados jefes en el mundo.


© Marcela Rosales

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7 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Vallejo, siempre inquietante, voz tremenda, renovado homenaje! Y tu magnífico poema/relato Marcela, desplegando como siempre la imginación a pleno, destreza libérrima. Salud! Alfredo Lemon

14 de junio de 2020, 12:43  
Anonymous alicia alvarez bonaparte ha dicho...

El poema de vallejos: casi un psicoanálisis propio.muy bueno.

14 de junio de 2020, 20:59  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Marcela Rosales, qué profundo tu Vallejo delatando nuestras respuestas absurdas o mediocres, en un mundo absurdo o insólito al menos. Y tu propio poema, tan fuerte y desgarrador, con el soldado y sus respuestas-búsquedas, tal vez desesperadas y en distintos ámbitos, "el lugar no es importante". Más las terribles imágenes finales: la incertidumbre-desasosiego de los jóvenes y nuestras limitaciones siempre lacerantes. Elena S. Eyheremendy

14 de junio de 2020, 21:44  
Anonymous Pauli ha dicho...

Dos poemas crueles pero tan profundamente verdaderos...Alta poesía.

15 de junio de 2020, 13:10  
Blogger Leonor Mauvecin ha dicho...

Vallejo siempre convocando nos hablándonos desde ese mundo que vemos como desde la caverna. Y tu poema Marcela tan profundo y conmovedor

15 de junio de 2020, 17:52  
Blogger Dra. Marcela Rosales ha dicho...

Gracias por los comentarios queridxs lectores y poetas. Gracias Gustavo por el espacio generoso. Abrazos

19 de junio de 2020, 9:59  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Dolor en el poema, y tan humanos. Abrazos Marta Comelli

1 de julio de 2020, 13:30  

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