Beatriz Schaefer Peña recuerda a Enrique Molina

Descenso al olvido

He aquí los muertos, sentados,

inmóviles alrededor del Tiempo;

adorando su pálida, eterna hoguera,

extrañamente sombríos en su reunión solitaria.

Ahí están, invadidos por marañas azules;

poblados por húmedas músicas, por cigarras.

Sobre ellos el cierzo ha pesado, y sus gestos de antaño,

         sus cuerpos de vapor,

se condensan de súbito en alargadas lluvias.

No; no hables un idioma olvidado.

No pronuncies tu nombre.

Que no giren con letal lentitud la borrada,

tormentosa cabeza.

Que no te reconozcan sus huecos corazones comidos

 por los pájaros.

© Enrique Molina (1910/1997)

LUNA DE SANGRE

           Septiembre de 2015

Esa pared rojiza que se quiebra en la luna,

                ese acantilado teñido en el eclipse

no es más que la utopía del propio corazón

               suspendido de un cielo imaginario.

Como tambor flotante en el vacío

                                          late este corazón.

Yo lo escucho gemir algunas veces y otras                       

                       levantar su voz acompasada

nombrando tantas cosas que no fueron.

                 Herido de hondonadas que deja

la estadía del amor, lo umbroso del olvido

                              y ausente de los cráteres

que alguna vez ardieron su viva combustión,

se sustenta de los soles distantes

                que iluminan su valle abandonado.

Sabe que la penumbra de la Tierra

                   también lo cubrirá con su reposo.

Mientras tanto se siente perdurable

                                 en esa Luna que lo habita.

© Beatriz Schaefer Peña