Poema de Jorge Moreno de los Santos

    Te ofrezco de mi mano

el fuego dulce que me desborda;

la sangrienta marea

que nos devuelve lo acordado;

la imperfecta vocación

de esculpir tu pelo en el viento.

    Hay fábulas que desmienten

las princesas rotas de la tarde.

Presagios que olvidamos descolgar

de las redes del sueño;

y un humo que busca inexistentes

incendios.

Nada es perdurable,

pero el dolor perdura

como inmensidades terribles,

como una ciudad quemada por los besos.

    Una quietud desconocida

nos regala extrañas primaveras

en la memoria;

y la arrogancia del prodigio

nos repite un acertijo de espadas y palmeras.

Un fuego me desborda

para tenerte siempre:

fecundada de adviento y tempestades,

mojada de luces y galaxias,

camuflada de Marzo y mandarinas,

mecida por el viento amarillo de la tarde.

Pero el dolor perdura

con ambición de guerra inacabada.

Y es la violencia de existir

a golpe de zozobra

y páginas en blanco.

La palabra anochecida

por ingratos regocijos;

la obscena noche y su perfume

de bálsamos amorfos.

    Agradezco el sueño y su derrota,

la aciaga somnolencia que nos vence,

la desmesurada impavidez

de las sábanas, las dolientes

esquinas de unos ojos que velan;

(risas de hienas

que difaman el milagro de la madrugada.)

Y otra vez tu pelo

ensombreciendo longitudes:

negra lava que devora

limites y arenas, madrepóricos océanos.

Ardiente azabache. Lábil estiaje.

Tarde oscura; río de sombras

que cruza el sueño estéril

que nos lleva hacia mañana.

Es el dolor que perdura,

la violencia de existir: aún cuando la muerte

sacude sus banderas y rompe todos los armisticios.

El fuego dulce de mis manos

rugiendo por tu cuerpo necesario.

© Jorge Moreno de los Santos