3/7/24

Poema de Raimundo Rosales

 

Disección

 

Cuando abro de un tajo mi cuerpo

con furiosa sed de bucanero

suelo encontrar tesoros y celadas

esperando el momento preciso

de saltar hacia afuera para darse a la fuga.

 

Así, una vez expuestas las vísceras

y los circuitos nerviosos,

una vez apartados los órganos y todo el cablerío,

puedo extraer los más fantásticos arcones

abollados por el tiempo y la desidia.

 

Por ejemplo, una ventana ciega pero siempre abierta

por donde solía escaparme en los veranos;

una estrella de cartón señalando

el centro de alguna improbable

ceremonia pagana y guitarrera;

 

dos vagones de un tren que siempre

está partiendo hacia algún sitio

y una piedra en las vías demorando el viaje;

 

la palabra nunca, agrietada por la culpa;

el recuerdo de aquello que todavía no ocurrió

pero que alguien planea minuciosamente cada noche;

los tres naipes marcados de una indefectible decisión final.

 

Otras veces, las menos,

cuando el tajo con que abro mi piel y mis cerrojos

deja a la vista el milagro de mi estirpe,

suelo sacar de mis adentros a mí mismo

con un gesto de fina sorpresa,

con un grito rojo de innominable pena,

con las manos llenas de sangre

y la boca abierta como una ballena herida.

 

Entonces, simplemente me miro a los ojos

y lloro con una desabrigada congoja

buscando el paraíso que no habré de encontrar,

que perdí para siempre o que no tuve nunca.

 

© Raimundo Rosales



Etiquetas:

1 comentarios:

Blogger Alicia ha dicho...



Ay Raimundo! Qué magnífico poema!!! Sí, a veces somos todo eso. Y más. Por suerte.

Un abrazo,

Alicia Márquez

5 de julio de 2024, 16:07  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio