12/6/20

Susana Cabuchi recuerda a Alfredo Martínez Howard


LA CASA

Esta, mi casa, es la entrega que hago al amigo,
aquí este calor, el ámbito que se parece a un vaho de plantas.
(No adjetivo mucho porque estoy apurado
y quiero permanecer más en los nombres).

Esta, mi casa,
cada día tiene el color que le adjudico
y la sensibilidad de mi infancia y del bosque,
de todos los bosques del mundo, atesorados por la música
y los rumores lejanos. Mi calor,
la esencia de mi vino
y este regalo de la madreselva
que me invade desde la pala del sembrador que bendecía la raíz.

Rezo, me inclino, apuro su costado celeste
y una recién nacida flor se asemeja a la dicha.
La veo en torno iluminada por las noches
y pienso en mis nietos y en las fragantes hijas de mis nietos,
en el sagrado corazón de los amigos que tiemblan.
Adoro este secreto corazón de la tierra.
Yo he nacido para caer aquí, a la sombría claridad de mis árboles
con el ladrido de los perros nocturnos
(amarillos a veces como aquel que seguía los pasos de Corbiére)
y el sueño siempre estremecido de las alimañas,
de las brujas que tejen en la noche como desveladas abuelas
y del ensueño oriental de mis gatos.
Sueño en mi casa como un rey
y del desierto y la soledad los perfumes
anticipan una llegada, una boda,
un esplendor, un fuego. Sí, lo que se comunica y asciende como el fuego.

He conducido muchas quimeras.
Siento en el borde de mi jarra
la comba, la preñez del deseo.
Siento mi corazón como un pájaro inmóvil.
Y los legados de otros pechos
y la ausencia de alguien en mi silla con los brazos abiertos
como una esperanza.
Mis cartas custodiadas,
mis libros dialogando hasta lo eterno,
el trazo del pintor, los dedos que iluminan la arcilla,
el vaso que se rompe por el latido de una voz lejana,
la lámpara secreta cuya luz es mi padre,
y siento la serenidad como a esa luz
y veo que la vida rodea
y que su entraña es mágica
y que si me invade el otoño
y una hoja amarilla se acerca a mis umbrales
todo es nada más que mi corazón que atiende sabiamente
aquí, en mi casa. 
                                                                    
© Alfredo Martínez Howard
Dibujo de Julio Alfredo Martínez Howard (Enviado por Susana Cabuchi)
                                                                     
                        

                     


ULEILA

Porque no hay que viajar
grandes distancias, 
además es apacible, es bello, 
encantador, decían. 
Y cada año autorizaba el ocio 
una población serrana 
cuyo nombre proponía 
un juego sin salida, 
un interminable y misterioso acertijo: 
Salsipuedes. 

La calle principal 
era de oscuro y empinado asfalto 
y ondulaba, perfecta para el patinaje 
y sus consecuentes advertencias. 
Juntábamos piedras, mariposas, 
plantas medicinales. Buscábamos
víboras, avispas, miel.
Pero lo inolvidable 
fue el nombre de la casa alquilada: 
Uleila del Campo. 
Uleila sonaba a oleaje campesino, 
a ciclos lunares en una lengua antigua, 
a ulular marítimo, 
a lagunas nocturnas, a luz. 
¿Uleila era una flor silvestre, 
un extraño y distante país, 
un pájaro prodigioso y desconocido, 
una mujer? 
Desde entonces, en secreto, 
llamamos así a nuestra madre:
- ¿Llegó Uleila del Campo? 
- Uleila dice que ordenemos el cuarto. 
- ¿Ha visto usted a la señora Uleila? 

Nos había prometido estarse viva, 
tostar zapallos porque -dijo- serían muy dulces 
ese verano, 
hacerme un vestido de seda verde 
para los bailes de carnaval. 
A veces la nombramos. 
En las calientes noches, 
desde cualquier lugar, le preguntamos: 
Señora Uleila, 
Uleila del Campo, 
¿dónde está, por qué no vuelve, 
por qué demora? 
¿O está en el Mirador 
reconociendo amaneceres, colinas, 
lejanías, 
y no puede salir?


Mucho después de escribir este poema supe que en España hay un lugar llamado Uleila del Campo  y que Uleila era una palabra árabe que significa Mirador.

© Susana Cabuchi


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5 comentarios:

Blogger mariel monente ha dicho...

maravilloso

13 de junio de 2020, 1:01  
Anonymous Belkys Sorbellini ha dicho...

Memorias del ADN Susana, Uleila se proclamó madre en tu poema. Hermosa palabra-nombre que no conocía y que me sonó a melodía en tu poema.
Gracias!

15 de junio de 2020, 19:08  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Muchas Gracias Mariel Monente y Belkys Sorbellini!! Las abrazo!! Susana Cabuchi

16 de junio de 2020, 17:18  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Estimada Susana, aquí encontré en recuerdo de tu querido Alfredo Martínez Howard, unas palabras que vos dijiste cuando se le hizo en Alta Gracia un recordatorio al cumplirse 30 años de su muerte, en 1998. Transcribo un fragmento: "Nunca habló de los errores, pero señalaba una palabra, un verso, y elogiando "ese logro", me hacía notar aquellas faltas. Permanecía en cama mucho tiempo por exigencia de sus médicos, pero a mis visitas respondía levantándose para caminar por las orillas del río Anisacate. A nuestro paso, los hombres del lugar (La Serranita) atentos a los trabajos de la tierra, y las mujeres, y los niños, reiteraban un respetuoso, amoroso "Buenos días, maestro" que nos seguía adonde fuéramos. Cuando llegábamos al río elegía una piedra grande, casi al borde del agua, y descansaba el fatigado cuerpo. Invadido de música y voces, convocaba a los poetas amados, la infancia, los amigos, las mujeres inolvidables y olvidadas, las claridades y las oscuridades de este mundo..." Sirvan estas líneas para homenajearte a vos también Susana y agradecerte por tanto y por todo lo que has brindado y sigues haciendo por nuestra literatura de Córdoba. Salud por siempre a tu "Corazón de las manzanas". Alfredo Lemon

19 de junio de 2020, 17:34  
Blogger leonor ha dicho...

Gracias Susana por recordar a Martinez Howard y gracias por ese poema tan dulce sobre la casa de salsipuedes .Me encantó

20 de junio de 2020, 17:54  

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