19/6/20

Alejandro Lastra recuerda a Enrique Molina





Las cosas y el delirio mientras corren los grandes días

Arde en las cosas un terror antiguo, un profundo y secreto soplo,
un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes
     agujeros,
y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que el sol
     consagró;
las lluvias entretejidas a los largos cabellos con salvajes perfumes
y su blanda y ondeante música;
los ropajes y los vanos objetos; la tierna madera dolorosa en los
     tensos violines
y honrada y sumisa en la paciente mesa, en el infausto ataúd,
a cuyo alrededor los ángeles impasibles y justos se reúnen a recoger
     su parte de muerte;
las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el atardecer se condensa,
y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de la mujer
     desnudándose,
abriéndose en quietos círculos en torno a sus tobillos como un
     espeso estanque
sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo ese cuerpo
     melodioso,
arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños tras
     los semblantes dormidos;
en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado viento plañe
     bajo las hojas de la hiedra.
¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de vivir...!
Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras trepan
     por mis huesos,
envolviendo mis vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de los rostros apacibles, del invariable giro del Verano,
a través de los muebles inmóviles y mansos, de las canciones
     de alegre esplendor,
todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras
     trepadoras,
de su incierta partida, de las manos transformándose en la gramilla
     estival.
Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta temblando,
como el que sueña que la sombra entra en él y su adorable carne
     se licúa
a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas,
y pasa la yema de sus dedos por sus cejas, comprueba de nuevo
sus labios y mira una vez más sus desiertas rodillas,
acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secreto,
mientras corren los grandes días sobre la tierra inmutable. 

© Enrique Molina


Paisaje

Cae el sol 
sobre las reposeras 
de los guardavidas 
dos chicos corren 
y se arrojan arena 
cerca de la orilla 
en el cesto del balneario 
una pareja de jubilados 
tira los restos de yerba 
adheridos a su retórica particular 
los enamorados descansan boca abajo 
sobre toallas amarillas, tal vez 
no piensen en nada 
en la playa 
una ola rompe la quietud 
mientras dos torcazas 
se tiran una encima de la otra 
el mar parece entrar en plena oscuridad 
una mujer 
muerta hace tres meses 
me habla del cariño 
el patio y su limonero 
en el centro de mi infancia

© Alejandro Lastra

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Un poema antológico de Enrique Molina elegiste Alejandro! Tuve la suerte de conocerlo en 1990 en su departamento de la calle Humboldt y hacerle un reportaje para el suplemento literario de La Voz del Interior de Córdoba al que titulé "El deseo en la palabra o los días terrestres del poeta". Me regaló "El ala de la gaviota" y después intercambiamos correspondencia y nos vimos dos o tres veces más en la Feria del Libro en Buenos Aires. En cuanto a tu "Paisaje",le hace honor francamente! Versos con luces y colores describen escenas en arenas, playas, orillas, un balneario y gente que pasa, vive, palpita el amor tal vez, mientras el mar trae reminiscencias, carino de infancia... Bravo! Salud! Celebración "...dulzura de recordar el sol en la espiral del sueño y el vano poder de haber ido tan lejos..." Alfredo Lemon

19 de junio de 2020, 13:13  
Blogger Blog de poesía ha dicho...

Alfredo! qué lindo recuerdo, tanto tiene para enseñarnos Molina.
Abrazo grande!

19 de junio de 2020, 14:26  

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