Poema de Alicia Márquez
La imaginación al poder II
Una tarde,
un precioso chico de ocho años,
un chico de miel y jazmín
me preguntó si quería tener poder.
Yo le dije que sí y entonces me enseñó.
Me llevó de la mano a la glorieta de la iniciación
que hay que recorrer en círculo sin pisar las baldosas negras.
Con cuidado, con mucho cuidado porque
si pisás baldosas negras te pueden pasar espantos.
Yo me distraía bastante.
Y él me miraba con extrañeza.
Después me mostró el poder del aire,
que está en todas partes. Tenés que agitar las manos, me decía.
Una fuente seca tenía el poder del agua que nos purifica
desde la boca de los enormes peces.
El poder de la tierra estaba ahí,
debajo de mis pies con sandalias,
llenos de piedritas.
El poder del metal se escondía
detrás de una mata desprolija en la que alguien
había dejado cintas plateadas, recuerdo de la Navidad.
Y ahora, la sombrilla de la vida. Hay que tocar el viejo
mármol para que se produzcan maravillas y seas inmortal.
Después conocí la estatua del ángel del viento,
que se parecía bastante a San Martín
y tenía una capa que volaba como la de un superhéroe,
y siguiendo un camino llegamos al ángel de la vida...
una reproducción chiquita de la Estatua de la Libertad.
Me costó trabajo imaginar que era el ángel de la vida,
pero borré mi razonamiento adulto y decidí que debía
ser así, porque Joaco decía que era así. Sin prejuicios.
Desde la terraza, muy deteriorada, divisamos
el reino que llegaba lejos, muy lejos, hasta las vías del ferrocarril.
Que era la brillante serpiente que custodiaba la comarca,
seguramente.
Y el poder del fuego, que respiraba dentro de las flores rojas.
Después, una vieja escalera estilo art noveau venido a menos
era el lugar en el que se dividían las aguas
para conocer el buen camino de la vida.
Ahí había que agitar los brazos de atrás para adelante
para llenarnos de sabiduría.
En una esquina, el palacio del emperador,
con agujeros, persianas rotas... y rubíes, esmeraldas y perlas.
Brillaba tanto
que tuvimos que ponernos una mano sobre los ojos.
Antes de tomar el colectivo,
Joaquín me mostró
el poder del sol
que destellaba sobre una hoja.
¡¡Es tan simple tener todo ese poder
y yo me lo había olvidado!!
Ahora, cuando paso por Barrancas de Belgrano
soy inmensamente feliz
cuando recuerdo a Joaco
y su generosa entrega de los poderes infinitos
con una sonrisa llena de pájaros.
© Alicia
Márquez
8 comentarios:
Bello poema, bella historia, hermoso también poderlo plasmar en poesía....y de paso me hizo acordar un cuento mío llamado Redimida donde el protagonista, un loco, solo pisaba las baldosas blancas, las negras le traían mala suerte. Una de las tantas coincidencias que producen el pensamiento y la escritura. Un abrazo Alicia
LIly Chavez
Amiga: gracias por devolverme la infancia y su poder en palabras de poeta...
¡Que bueno volver a ver a Joaco a través de tu poema! Me emocionó Un abrazo Ali
Un poema conmovedor, Alicia.
Felicitaciones
Elisa Dejistani
Tu poema se desliza por los ojos y no hace falta leerlo, patina con una sonrisa y moviliza con su ternura. Gracias por poner en palabras todo lo que alguna vez soñamos y no pudimos concretar. Maravilloso, beso de Alicora.
La magia recorre al texto, querida Alicia, y nos hacés cómplices de tu relación con los ojos de ese niño que ve lo que uno ha dejado de ver. Hermoso. Besos.
Jorge Luis Estrella
David A. Sorbille dijo...
Querida y admirada Alicia: tu poema es extraordinario! Un abrazo
funciona como un cuento en verso
esta genial
Con admiración
W.M
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