Gladis Domínguez comparte a Porto/Pérez/Espinoza

 

Una noche soñé que te paría

del otro lado de las sábanas

y nadie nos escuchaba.

Nos miraron una, dos y hasta seis veces

pero no nos oían.

Recuerdo que tomé el coraje que se tiene sólo cuando el nacimiento puede matar

te tomé con las manos

te giré para que puedas alumbrar(me)

y te empujé a la vida aunque me desangrara

sobre el asfalto

sobre la desolación de ser ignorada

y eras perfecto

perfectamente necio

perfectamente grande

respirabas por la boca y tus huesos tenían años de distancia.

Te tomé y me tomaste

y desde entonces

me despierto y no estás.

De este lado no estás.

Acaso simplemente nos separamos y ya dejaste de existir en mi?

a donde se van esas almas?

 si los sueños

    son umbrales finos

                    yo al final

                            estoy hecha de vacíos.

 

© Ana Cielo Porto

 

A veces

 

A veces llegamos a ver

el rostro del hambre o de la soledad

o de la soledad y del hambre…

Y entonces nos sentamos a comer

-nosotros que tenemos pan-

El pan de los descerebrados ciegos descorazonados

y le decimos a Dios

que se ocupe.

O nos sentamos a comer

-nosotros que tenemos lágrimas-

Las lágrimas de los sensibles sabios locuaces

Y le decimos a Dios

por qué no se ocupa.

Mientras tanto, alguien

cuyo nombre no conozco

no solo piensa no solo llora

abre los brazos y nos salva.

 

© Irene Pérez

Siesta

 

En esta tarde sin sombras

sentados en la vereda

Están como distraídos

un pequeño y su pobreza.

El árbol que los vigila,

ramas torcidas de viejo

ya no pretende en la vida

más que el color de su cielo.

El niño sueña con verlo

y en la tarde somnolienta

Imagina que está lleno

del amor que se le niega.

La pobreza no le habla

tampoco el niño contesta

Existe un pacto entre ellos

a la hora de las siesta.

 

© Romy Espinoza