La noche es espesa.
Las ganas de correr se amansan.
La sangre de un animal
desconocido me encastra
a tu lengua. Recorre
la ecuación del deseo
con la gracia en mano
sobre el lienzo blanco
que es mi cuerpo cuando comulga
cabalgando hacia el tuyo.
Soy un acuífero, un manantial:
un arrecife donde los corales
expanden el tornasol
a descubrir nuevos matices
en las paletas del color.
Siento a los peces abriéndose paso
en las corrientes de agua dulce
y mientras nos acarician la espalda
pienso en tu belleza
pero no lo digo en voz alta
para no dañar el silencio.
Soy un iceberg derritiéndose
en tus labios, refugio
del ritmo vertiginoso de la ciudad
de todo golpe de la nostalgia.
© Andrea Marone
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