La noche se acurruca en el nicho.
Se vislumbran antorchas.
Cada calle incendia una esquina.
Un niño mira a través de una ventana.
El cielo barrita su decepción
y cae la lluvia.
Somos espectadores de más,
entre los despojos del sol,
entre las cloacas que supuran
este aliento, esta mierda.
¿A mí qué me importan
las mentes de mi generación?
Cada una se ha abierto a su destino.
Cada cual es imperativa en su entorno.
¿De qué?, se preguntan las rosas.
¿Para qué?, se responden las rosas.
Risas se acumulan en las puertas.
Cada una a su tiempo
como mirando el futuro,
adivina, dice la vieja a media voz,
suspira entre los árboles
de un bosque que imagina,
un bosque murmurante,
un bosque así de simple,
de nada que solucione,
del todo y el silencio.
Ha mucho que dejé de lado
la inconsciencia de la edad.
Vemos al sujeto que toma
los restos de la pizza,
es inmoral decirlo,
es una llave que no abre,
una mirilla al solitario.
¡Qué necedad de todos!
Abajo se llena una cisterna,
un ruido, una bomba,
una hp que sostiene
lo que no es, sí, lo que no es.
La ciudad abre las piernas
y de su vientre se sueltan
los gusanos de todos los días,
la mirada fútil, ocasos, colores,
el perro, el niño, la mujer.
Los demonios son los que
escriben a mano, los que hurgan
como adolescentes en las ropas,
llenan de semen las noches,
sudor con sus labios entreabiertos.
¡Qué fácil olvidar! ¡Qué fácil!
Para todos es fácil,
para aquellos que sospechan
el silencio de la tarde,
esos que observan a medias
lo que sucede a su lado,
el hombrecillo de sombrero
que nada teme del ocaso.
La mujer de verde que escribe.
Niños que juegan.
Un par de ancianos se diluyen
en la soledad del café.
No miran a nada.
No saben en nada.
¿Para qué entonces vivir?
Morir no es la solución final
pero se le asemeja.
El vaso con agua se mueve.
Una luz, otra luz, esa luz
que se refleja, ingente, estúpida,
farsante, incrédula
(la mujer de verde se marcha
y no queda un hueco
en el paisaje del hoy).
¿Por qué insistir?
¿De qué sirve?
Se rompen los cristales.
Caen al piso como lluvia.
El dolor, el dolor,
se agiganta, se contrae,
llena los huecos de la memoria,
acumula llagas,
es una visión que se mete
en otras visiones,
ese pequeño símbolo sin sentido,
sombra que aparece de nuevo,
es la hija del solsticio,
llama que se apaga a distancia,
sol y luna entre los llantos.
© Dionicio Munguía J.
Bienvenido Dionicio a éste sitio que pretende difundir a poetas contemporáneos/as. Abz, Gus.
ResponderEliminarNe encantó este poemísimo de Dionicio!!!
ResponderEliminarBienvenido poeta ... ufff qué manera de asomarse por primera vez por aquí.. inmenso poema. ❤️🦋Graciela Ballesteros
ResponderEliminarGracias por tu decir Dionicio! Bienvenido 👏👏👏
ResponderEliminarBienvenido! Poema fuerte, intenso que nos lleva al dolor de nuestras ciudades! Muy bueno. Susana de IRAOLA
ResponderEliminarGenial tu poema Dionisio!
ResponderEliminarGracias por estar!
Bienvenido Dionisio muy buen poema
ResponderEliminarAbrazo.
Ana Romano
Hermoso poema maestro Dionicio.
ResponderEliminarMuchas gracias, Gustavo, por aceptar este texto, y gracias a todos por sus comentarios...
ResponderEliminarExcelente entrega Dionicio. Me encantaron sus imágenes y reflexiones. Te subrayo una frase que me parece una síntesis de época. "¿A mí qué me importan las mentes de mi generación?/ Cada una se ha abierto a su destino. Cada cual es imperativa en su entorno". Gracias y bienvenido! Alfredo Lemon desde Córdoba
ResponderEliminarDolorosamente cierto
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