1/6/20

Leonardo Vinci recuerda a César Vallejo



Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

© César Vallejo






La vi dormir. Cada centímetro suyo inescrupuloso, cada complejidad. La sentí dormir. Como una nube de encajes o una red, el pelo desordenado entrecortaba el pudor perfumado de su nuca, librándose a su propia fortuna las puntas finales, entre los dos trapecios desnudos de níquel  y mi respiración. Las palabras resultan oscuridades al intentar describir el acontecimiento verdadero. No hay voz ni idea que pueda mecanografiar tan rápido la mirada; las curvaturas anárquicas y  magnéticas; la belleza astronómica que vive en las coordenadas cambiantes; nunca hubo una palabra capaz, no la hay. Sentí su pecho expandirse despacio, tímido y por momentos azaroso; como una incógnita, impredecible, dedicándose cada tanto a liberar palomares; y empujando contra mis manos, aún dormidas y desde algún designio de la naturaleza, las sensuales corolas de sus senos como flores. Y corregía  inesperadamente, sin pautas y con el sigilo de algo que se ignora, la órbita de su hombro, como la de un satélite o un faro. La vi dormir. La vi no estar; preguntármelo; como si se perdiera debajo de su propia piel; hundirse, no sé, desaparecer con toda su quietud; irse quizás sin saber si era jueves o qué; abandonar el almanaque; como si se saliera de la vida un rato; como un humito que vacila  llevándose consigo la risa de su último estremecimiento. La vi no estar, casi como un sueño, mientras yo caía muerto de amor dentro de su silencio besando su espalda. La vi dormir, como existiendo a medias y bajo mi cuidado. Me pregunté, acaso, dónde estaría. Pero su mano, que no era otra mano sino la suya, no dejaba de agarrarse con  insistencia de la mía.


© Leonardo Vinci






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8 comentarios:

Blogger Daniel Ruiz Rubini ha dicho...

Muy buena la elección y muy bueno tu texto.

1 de junio de 2020, 20:32  
Blogger Lore ha dicho...

Maravillosos los dos. Mi aplauso y admiración por siempre.

2 de junio de 2020, 23:46  
Blogger Patricia Berho ha dicho...

Esos golpes de los Heraldos ,y el dolor que denuncia el gran Vallejos y la miel de tu texto. Buena elección. Gracias.

3 de junio de 2020, 2:43  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Gracias "por los dos"; muchas.
Javi

11 de junio de 2020, 22:10  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Patri, muy agradecido.
L. Vinci

11 de junio de 2020, 22:10  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Muchas gracias, Daniel.

12 de junio de 2020, 21:17  
Blogger irepoesia@gmail.com ha dicho...

"Las palabras resultan oscuridades al
intentar describir el acontecimiento verdadero". Nada tan cierto. Toda la sensualidad que se plasma en esa respiración contemplada nos remite a un gran amor, un amor intensísimo.( " yo caía muerto de amor dentro de su silencio") La realidad de esa mano que se sostiene, la presencia del ser amado es como decís, más fuerte que cualquier palabra.
Que maravilloso poema.
Obvio que también el querido y maravilloso Valkejo, con todo su terrible sufrimiento es digno de ser recordado.
Un gran poema, Leonardo!
Irene Marks

14 de junio de 2020, 10:14  
Blogger Adela ha dicho...

VALLLEJOS, indiscutible! Leonardo,GENIALIDAD en ese bello y sentido poema!

16 de junio de 2020, 9:34  

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