20/11/19

poema de Alicia Márquez




Gigante y rebelde en el paraíso

Tres películas bastaron para que nos enamoráramos.
Nos enamoramos, todas. A los 11, 12, 13 años.
Tres películas en las que James Dean
sufría, se retorcía, gritaba, lloraba
y se reía cínicamente con esa mirada medio miope,
medio de costado.
Y entonces nosotras, las que nos comíamos las uñas,
queríamos consolarlo.
Consolarlo, sí, de la desteñida Julie Harris,
de los ojos grandes de Natalie Wood
y de la indiferencia de la Taylor.
¿Cómo Pier Angeli podía casarse con ese
flan italiano que cuando cantaba gemía?
Y odíábamos a la madre de Pier Angeli
por obligarla a casarse con el flan,
y a todas las madres, porque éramos adolescentes o casi
y las madres merecían ser odiadas,
porque éramos tan incomprendidas como él,
y porque nos sentíamos feas, de brazos eternos
y piernas descolgadas, con acné
y aparatos en los dientes.
Y entonces agarra y se muere.
Pero era Sal Mineo el que se moría.
Se moría de mentira, en la peli. Él se murió de verdad.
Y a nosotras se nos terminó la ingenuidad.
Tan lindo era.
Tan joven era. Tan triste era.
Todo era tan.

© Alicia Márquez

2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

He aquí un bello poema en recuerdo de ese gran actor que fue James Dean. Nos trae la nostalgia de su vida cinematográfica en pinceladas de los momentos gratos que nos concedió. Gracias!Además muy justa la ilustración de Gustavo! Alfredo Lemon desde Córdoba

21 de noviembre de 2019, 11:54  
Blogger Elisabet Cincotta ha dicho...

Lo amé, hasta tuve un libro biográfico sobre él, coleccionaba sus fotos, y fui la rebelde con la libertad de pronunciarme que vi en él.

Abrazos
Elisabet

24 de noviembre de 2019, 18:16  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio