A las tres
de la mañana esperamos la partida
del bus
destartalado que nos llevará a las ruinas.
Se demora.
Arreglan confiadamente lo que
parece sin
solución.
En la
esquina, una mujer sin edad prepara café
en una
enorme paila de cobre.
Lo revuelve
con energía controlada, con paciencia
exquisita,
y su amplia sonrisa casi sin dientes
me avisa
que ya está.
El mejor
café del mundo en una oscuridad
llena de
promesas y de olor a flores que se pudren.
Mi piedad
crece como una vieja vocación que
despierta
de golpe en un silencio lírico (y obtuso).
Por el
resto de mi vida me perseguirá esta escena.
Animal
perdido en las colinas de la noche,
jamás sabré porqué.
© Paulina Vinderman
Buen poema se siente su autenticidad. y est{a muy bien concebido.
ResponderEliminarFelicitaciones
Esa piedad: el sentido profundo de un poema hermoso. Sube el perfume del café.
ResponderEliminarHuelo el café de una nostalgia que parece haber existido siempre y por lo que se intuye, perdurará. Muy bello Paulina! Salud y gracias por tu trayectoria. Alfredo Lemon desde Córdoba
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