15/7/19

Texto de Carlos Alberto Roldán





Un poeta se comporta como un detective ante las declaraciones de un sospechoso. No: como si el sospechoso fuera el lenguaje. Mejor: como si el lenguaje fuera de extraterrestres. Y también: como si fuera una lengua que no puede articular. Precisando: como si apenas fuera el río en que pensaba Heráclito una noche en que bebió o no bebió. Como si todos nos estuviéramos ahogando en él y fueran otros los que gritan con mensajes imprescindibles. O más: como si el sol ya nunca, la vida ya nunca, la que quiero ya nunca, esta calle no me trajera ya nunca el millón de calles que atruenan en ella. Y ¿quién es un poeta sino un renegado resignado a poema en lugar de poesía. Y qué, sino a falta de otra cosa, los egipcios laboriosos con obsesión y tristeza llenaron las paredes de sus pirámides de mil llaves mensajes estúpidos, charadas de un lector de Digesto de Lectores, murmullos nocturnos, que ella de espalda me dice, y que luego olvidará, mientras lenta marea insinúa su ascenso intolerable, toda la vigilia aún.
Un poeta es un gaucho estaqueado y puesto a morir en la pampa abrumadoramente extensa, recitando al fin en desvarío.
La vista del mar que guardaba una ventana cerrada siempre será más enorme que la que depara su torpe apertura.
Básicamente un macanero que quiere no morir, pero se morirá a los gritos, llamando a sus muertos.

© Carlos Alberto Roldán

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1 comentarios:

Blogger Elisabet Cincotta ha dicho...

Carlos, cuán certero tu poema!

Abrazo
Elisabet

18 de julio de 2019, 20:36  

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