Un poeta se
comporta como un detective ante las declaraciones de un sospechoso. No: como si
el sospechoso fuera el lenguaje. Mejor: como si el lenguaje fuera de
extraterrestres. Y también: como si fuera una lengua que no puede articular.
Precisando: como si apenas fuera el río en que pensaba Heráclito una noche en
que bebió o no bebió. Como si todos nos estuviéramos ahogando en él y fueran
otros los que gritan con mensajes imprescindibles. O más: como si el sol ya
nunca, la vida ya nunca, la que quiero ya nunca, esta calle no me trajera ya
nunca el millón de calles que atruenan en ella. Y ¿quién es un poeta sino un
renegado resignado a poema en lugar de poesía. Y qué, sino a falta de otra
cosa, los egipcios laboriosos con obsesión y tristeza llenaron las paredes de
sus pirámides de mil llaves mensajes estúpidos, charadas de un lector de
Digesto de Lectores, murmullos nocturnos, que ella de espalda me dice, y que
luego olvidará, mientras lenta marea insinúa su ascenso intolerable, toda la
vigilia aún.
Un poeta es
un gaucho estaqueado y puesto a morir en la pampa abrumadoramente extensa,
recitando al fin en desvarío.
La vista
del mar que guardaba una ventana cerrada siempre será más enorme que la que
depara su torpe apertura.
Básicamente
un macanero que quiere no morir, pero se morirá a los gritos, llamando a sus
muertos.
© Carlos Alberto Roldán
Carlos, cuán certero tu poema!
ResponderEliminarAbrazo
Elisabet