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A
Jorge Paolantonio
Sexo y whisky en la trescientos seis.
Siete visitas por noche.
Siete cuerpos insomnes, siete llamadas,
una de cada vez, a poder ser,
y nunca más de dos.
Sexo y whisky en la trescientos seis,
sin soda, sin dulce de leche, sin calor, sin hielo,
solo labios oblicuos y sabor ácido.
El venía de Tandil. Era ingeniero
en un ingenio de áridos.
Destruía paisajes
y perseguía el horizonte de la carne
en un bar del pasaje Los tres sargentos.
Toneladas de grava, lágrimas de piedra
y trozos de alma en los laberintos de la noche.
Delirio. Saliva y semen hasta la extenuación.
Piedra y polvo, naufragio. Milonga elíptica
de sudor agrio y con sabor alcohólico.
Pretencioso afirmaba ahogarles las palabras muy adentro
más allá del paladar, contra el esófago.
Se miraba, entonces, en los ojos de ellas, desorbitados y
grandes
como canteras de grava, como espejos de silencio.
Un día te van a reventar y a mí me haces un quilombo,
le decía Julio cada tarde, cuando lo veía llegar
trascendido de sombras.
Vení aquí, amor, que me vas a hacer un completito,
dice Mansilla, el sereno chileno, que le espetó a la última,
abriéndole la puerta del ascensor
con galanura.
Reventado entre el lecho y el baño, así lo encontraron,
obeso y desnudo, empedrado e imperfecto.
Tenía mujer e hijos, allá en Tandil, muy lejos,
a cuatrocientos treinta quilómetros de la trescientos seis.
© Francisco X. Fernández Naval
uf, fuerte historia y maestría para darle forma de poema. Abrazo
ResponderEliminarme atrapo de la primera a la última palabra, muy bueno, gracias
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