27/3/12

Prosa de Ana Guillot


La existencia, vestida con tules transparentes, va. Crece y decrece. Y no elude. Desea pertenecer a la especie, ser peregrina absoluta en la tierra de los hombres. Sólo es necesario dejarse. Arrebatar por ella cuando tiende su tul, y late. Es bella su plegaria, su fértil concavidad. Translucencias intermitentes que permiten que el ser no se acomode en la inercia, sino que esté ahí, donde todo está ocurriendo, donde todo está por ocurrir.
Los hombres le temen porque dicen que puede ser letal. Lo creen y se corren, de su velo blanquísimo, de su canto. Pero es bella. Basta con haberse animado para querer permanecer en su tejido.
Sortearla es resignarse. A no germinar ni verdecer cuando todo es alumbramiento. Puro nacer a la memoria, a la ráfaga.
Pasa la existencia, su tul. Pese a ello, permanezco en mi tela.
Los hombres me temen también. Por algo que desconozco no avanzan más allá del límite del lienzo. Tosen, eructan, ríen. Pero dejan que teja. El tul, el nido.
La inercia es este hueso donde la fragilidad tenderá una trampa. Ahora Telémaco ha partido. A buscar a su padre. Y, aún así, ellos permiten que mi duelo se afiance en las hiladas. ¿No ven la argucia acaso?
Telémaco ha partido. Dicen que ya no volverá. Pero presiento. Que ambos han de venir. Me lo anuncian los dioses mientras el punto, la lazada, ata la incertidumbre de mi pena.
La mujer envejece mientras ellos socaban los cimientos. Sólo quieren el trono. No bien me descuide urdirán. La manera de acercarse a mi hueso.
Pasa la existencia y mi tul de abstinencia no condice con su fertilidad. Si pertenecer a la especie pudiera. Hembra solícita, aliviada.
Como si se pudiera. Usurpar la fidelidad, destrozar el acuerdo de los dioses. Me pregunto qué les atrae de mí.

© Ana Guillot

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