22/11/11

Prosa de Ana Guillot



Y bien valió el golpe. Haberse tropezado en medio de la tripulación. Todos mirando todos mirando todos mirando y él, que casi se cae, el rey de los aqueos, el mandamás. Cerró los ojos por inercia y pisó mejor, más fuerte ahora, potente. Soy Agamenón, se dijo. Soy Agamenón, se dijo, repitió, fue insistiendo.
Que nadie se ría, se atreva a reír, se suelte. Que nadie diga nada. Y así fue. Un silencio hondo como esa noche próspera, irrepetible.
Los hombres no se hubieran animado. Por miedo al castigo o porque lo admiraban de verdad o simplemente por este cansancio que nos llena la boca de espuma rancia, de recuerdos lejanos y tenaces.
Entonces él se repuso, dije. Pisó fuerte y siguió. Erguido y soberbio hasta su recámara.
Hasta el lecho en donde aguarda Casandra, ternerita bella, oracular.
Pero algo ha ocurrido. Tropezar no es una nimiedad, como no lo es perder el equilibrio o vacilar. Algo se quebró, se está quebrando en él. Serán los años, los ojos que ya no son tan fieles, tan estrictos. Será también la guerra la causa. Será que percibió tal vez un rasgo de pequeña finitud, de soledad o de tristeza.
Igual lo vimos avanzar (erguido y soberbio). Entrar en la recámara, acercarse al lecho.
El hombre al lado de Casandra algo murmura ahora.
-Si tuviéramos un hijo-le dice.
-Si tuviéramos un hijo- le vuelve a decir.
Como si se pudiera. Olvidarse de la muerte tan fácilmente.

© Ana Guillot

2 comentarios:

Blogger Alejandra Leonor Parra ha dicho...

Qué fuerte Ana... un placer leerte siempre

26 de noviembre de 2011, 22:12  
Anonymous Anónimo ha dicho...

No seré elocuente pero te digo muy bueno , gracias por compartir

maria elena tolosa

28 de noviembre de 2011, 20:16  

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