18/6/25

Nancy Montemurro comparte a Colombo/Miranda

  


Cuando las tres chicas se acercan, el padre cierra el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene miedo el padre chino de que el calor de sus hijas desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma paciencia por sus antepasados.

El miedo le hace pitar de una boquilla elongada hasta el límite. Chupa del pico el hombre, y de su boca evaporada por el humo se desprenden pensamientos finitos como el perfil de un pez raya. Es el opio de los pueblos con que carga su boquilla el que lo hace descifrar sus pensamientos en voz alta.

“Esas tintoreras –dice de sus hijas– calientan la pava y después yo salgo hecho una planicie. Qué saben ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta hacer de mi alma este biombo musical que sólo los hombres chinos saben desplegar con dignidad.”

Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión.

Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.

 

© María Del Carmen Colombo


 

Lugar

 

Un templo, una calle,

un único cuarto, un jardín,

el interior

de una flor de ese jardín,

el interior de un auto

rodando a toda velocidad

o sobre una piedra

a la orilla del río.

Cualquier lugar es bueno

para quedarse,

fundar

de nuevo el mundo.

Después del amor

cualquier lugar es bueno para quedarse,

pero no el corazón,

ese lugar

aprieta demasiado.

 

© Marta Miranda

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