Luis Pabón comparte a Barros Pinto/Vargas Carreño/Jiménez
El canto de las orillas
Primero estaba el mar
luego la mujer tejiéndolo todo a sus formas:
la eternidad, el amor, geografías donde todo asombra como en los
espejos.
Aquí hay nervios, penínsulas, montes que se abren o se espantan
maliciosos.
Un círculo que es río, vegetaciones, esferas donde ella aparece en
cada gota.
Nunca hubo un animal más bello en el Paraíso.
Entre la vastedad de trupillos y madreviejas,
sobre la escarpada montaña, surtidora de ríos,
que asciende vertiginosa para salvarnos.
Nunca antes hubo tanto cielo.
Cabelleras. Un vellocino de oro.
Oh, Dios, tanto cielo.
Desde entonces una canción irrumpe cuando se cruza las orillas
y brota otra vez el instinto de ser hombre-caimán o mesosauro.
Desde allí mi fascinación por la ropa húmeda,
por el olor de los pantanos,
por mujeres que se bañan en las riveras como los cisnes,
desde entonces, tantas mitologías,
leyendas que me asisten cuando falta un verso
y ella aparece por el hilo del agua desnuda, cantando.
¿Comprendes ahora cuando me sumerjo entre las hojas
y regreso a ti como río domesticado?
Así se poblaron las orillas.
Hubo tantos testigos.
Llegaron atraídos por el fulgor de las luciérnagas.
Oh, Dios, esclavo y amo soy entre los humedales.
La historia empezó con un grito.
© Eduardo Barros Pinto
Relojes
Hay relojes que nos indican las horas,
existen otros aún más perversos que olvidan
un encuentro que no hemos de gozar.
Una gota cae: ¿cómo contará su tiempo?
Una flor se perfuma: ¿qué será la noción
de una tarde para ella?
Un relámpago nace y muere en un instante:
¿notará él su brevísima existencia?
Pero hay un reloj universal, eterno,
silencioso armonizador del Cosmos, del Todo
y de la Nada.
Su mecanismo gira sin ruido ni estridencias,
y alguien poderoso, oscuro, lubrica
perversamente cada pieza,
cuida bien de su eterno oficio.
Poca cosa para ocuparse de nosotros.
No contamos para él.
Nuestra insignificancia es absoluta.
Mientras aquí, adentro del alma,
nos apuñalan cada uno de sus segundos,
nos arrancan lágrimas, nos niegan caricias,
nos destrozan lentamente sus garras invisibles.
© Hernán Vargas Carreño
De nuevo
Estuvimos en el hotel del misterio
Brindamos con vino
La pasión de los cuerpos.
Vencimos el colmillo del frío.
Nos acomodamos
En esa cama estrecha
Bajo las cobijas evocamos el mar.
Evidencié una nueva luna en tus sueños
Cercana a mi piel.
El tiempo transcurrió
Y como amantes vecinos
Su marcha.
© Rafael Darío Jiménez
Etiquetas: Luis Pabón
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