12/6/25

Marcelo González Del Río comparte a Maro/Rossi/Abelenda

 

Liviano de equipaje


                        A Mujica


Me intrigan los versos

que nunca más leeremos.

Los que ellos queman en la hoguera

de la ignorancia,

junto a los tesoros invaluables

de los pueblos.

La peste sin límite de arrasarlo todo,

y la mentira de que la vida es mejor

acumulando lo innecesario.

Solo se escucha con atención

lo que no debemos leer

lo que no debemos cantar

nos condenan el hacer,

pero se olvidan que aprendimos

a multiplicar nuestras palabras.

 

© Víctor Juan Maro


 

Cerrojos

 

Dejas el sol

fuera de tu casa

detrás de las cortinas.

 

Y las 12 campanas

suenan en la noche

de tu habitación cerrada.

 

¿Por eso dices

llegó el día sin sol

y la noche sin luna?

 

No veo tus manos

empujar las ventanas.

 

© Alicia Marina Rossi


 

A la orilla del canto de aquel adiós dicho sin pensar,

casi como olvidando el tiempo,

siento el calor del cielo rojo ante el frío

y me dejo llevar por las estrellas que no vinieron a buscarme.

 

Me sumerjo al profundo escote de la vida

en la oscuridad del día y de la noche

enfrentadas,

sin saber qué hacer, sin saber quién soy, sin saber nada.

 

Siento estar aquí sin estar allá.

Inclino la cabeza y mis pies apuran

el disturbio de mis pensamientos

buceando en el encuentro de lo imposible.

 

Veo un niño pasar raudo,

sonriente, feliz,

perseguido por su madre que lo azuza y lo divierte.

Se pierde en la distancia del pasado y ya no lo veo.

 

De pronto un joven persigue a una ninfa

y diez sirenas se interponen,

lo desnudan en un baile frenético de escamas de lino

y espermas de acero,

lo suben, lo bajan y se van.

 

 

Él también se va.

Pero puedo ver en sus ojos

el reflejo de una niña que lo mira

en la inocencia de una línea de siluetas

cerradas.

Y no hay nada ya.

O sí.

 

Un anciano bastón en mano se despide

en un saludo de risa entreabierta sin palabras y sin gestos.

Llego, al fin, al fondo de la nada

que me espera ansiosa en mi descenso.

 

Sin saber porqué me envuelvo en ella

y resurjo vagando

a la orilla del canto de aquel adiós dicho sin pensar,

casi como olvidando el tiempo.

 

© Augusto Abelenda

 

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