15/5/25

Poema de Carlos J. Aldazábal

 

 

Juan Gelman visita Río

 

Y se lo vio como una aparición en los tranvías.

Su voz bajaba a esa hora exacta,

hora de sábado entreverada con la ilusión de lo eterno.

 

Al lado suyo una mujer custodia (ángel o dios)

le llevaba el calor de la garganta.

“Afinadito así”, le iba diciendo,

señalando un pájaro, cuyo canto sobresalía

                                   sobre micos y loros.

 

Entonces empezó el concierto

por los barrancos que daban al mar:

“Esa mujer se parecía a la palabra nunca”, leía,

y las garotas aplaudían desde las playas

mientras las olas arremetían con furor festivo

y no quedaba estatua de poeta en pie

ni sambódromo arreglado para los estruendos.

 

Era un zorzal, una calandria, un cardenal copetudo.

Era un bandoneón en el mediodía de los barcos,

en el puente de Niteroi, sobre los roquedales con pescadores.

 

El sol quemaba las páginas del libro.

Yo no podía parpadear, enceguecido por la música.

 

El Cristo del Corcovado aplaudió sobre mi cabeza justo cuando él decía:

 

“Y el sapo de Stanley Hook se quedó solo”. 

 

© Carlos J. Aldazábal

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