Texto de Soledad Gutierrez Eguía
Y AÚN LOS CÍMBALOS
No se muere en un día el que calla.
Se murió cada minuto de cada hora vacía. Se extravió la risa
en los niños jugando en la vereda. Se murió el sol antes del crepúsculo; se
nubló la propia niebla sin hacer ruido. Enmudeció el silencio en su propio
silencio, en el más puro, el que nadie advierte, el que casi no existe de tan
silencioso, de tan sin palabras, de tan silencio.
No se muere en un día el que eligió callar.
Alguien reclama desde todos lados, en la boca del camino
reclama. Sin ojos para mirar en espejos que ya lo vieron todo. No dejó ni la
sombra a su paso. Nunca se le ocurrió tenerle pena al silencio. Ovillado en sí
mismo, en su vacío, queda aún diciéndose en el aire; como un pétalo que vuela
más liviano que ese mismo aire, en donde el silencio se dice tan fuerte y de
tan querer oírse, se extiende y se anuncia como la lava hirviente; como el
grito de un desterrado.
Siempre llueve el que calla.
Oyendo el gañir del aire y si va a morir es porque aún vive.
De pronto, parece ser él el que habla, pero es otro que habla en él ahora que oscurece.
Quiere olvidar un silencio que jamás olvida. Y aún los címbalos llaman a los
vientos de la noche. Alguien mira al niño de sus ojos.
Y alcanza a ver el tiempo en que las horas —minúsculo
tiempo— hicieron silencio.
© Soledad Gutierrez Eguía
Etiquetas: María Soledad Gutierrez Eguía
1 comentarios:
Exquisita música en tu decir pleno de imágenes en la potencia de tu poema.
Siempre llueve el que calla....
Gracias
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