Las mujeres de este pueblo
sueltan sus yeguas mansas
antes de nacer, entierran
las penas de los hijos que no nacieron
para el barro
ni en el barro.
Les hablan, en el tajamar,
a las otras que fueron, vivas, hasta la
muerte.
Son comadres
y se prestaron un domingo
y otro.
Unas hebras de tabaco para los festines del
pombero
se prestaron.
Como las otras de su sangre,
degollaron un carpincho o una gallina
con la misma precisión con que salvaron un
sapucay en los retornos.
Duras, como mandiocas,
resistieron
y no fallaron.
Habían encondido el cordón umbilical de sus
tristezas
y había que perdonarles
que anduvieran, descalzas, en la lluvia.
© José Luis Frasinetti
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